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viernes, 25 de agosto de 2023

PABLO PICASSO (1881-1973): PÍNDARO, VIII PÍTICA (1960)


 






A Aristómenes de Egina, vencedor en la lucha


PÍNDARO (518-438 aC)


Benévola diosa de la Tranquilidad, diosa de la isla de Egina, engrandecedora de ciudades hija de Justicia, tú que tienes las llaves supremas de consejos y guerras, acepta para Aristomenes el honor por la victoria Pítica. Pues tú sabes inspirar un estado plácido e igualmente aceptarlo con firme oportunidad.


También tú, cuando alguien inyecta rencor implacable en su corazón, áspera, yendo al encuentro del poder de los enemigos pones a Hybris en el desagüe. A la diosa de la Tranquilidad ni Porfirión entendió que la estaba provocando más allá de lo debido. Es muy apreciado el beneficio si alguien lo obtiene de la casa de alguien que lo ofrece voluntariamente.


La violencia incluso al altivo acaba debilitandolo con el tiempo. El monstruo Tifón de Cilicia, de cien cabezas, no la esquivó, ni tampoco el rey de los Gigantes: fueron sometidos por el rayo y por las flechas de Apolo; quien, con mente benévola acogió al hijo de Jenaro, que venía de Cirra, coronado, con plantas del Parnaso y con el cortejo dórico.


Cayó no lejos de las Gracias la isla de las ciudades justas conectada con las famosas gestas de los Eácidas, reyes de Egina: desde su origen una gloria intachable. En verdad es cantada en numerosos certámenes, habiendo criado héroes excelsos en rápidas luchas.


También por sus hombres es famosa. No tengo tiempo para desarrollar todo un largo relato con lira y blanda voz, no sea que el hastío, llegando, haga daño. Pero lo que corre ante mis pies, la deuda que tengo contigo que corra alada, la más reciente de tus logros, en torno a mi arte.


pues en la lucha tras los pasos de tus tíos maternos, en Olimpia no avergüenzas a Teogneto, ni en el Istmo a la victoria de brazos fuertes de Clitómaco; elevando el linaje paterno de los Midílidas, llevas sobre ti la profecía que en otro tiempo el hijo de Oicles al ver en Tebas, la de las Siete Puertas, a los hijos resistiendo con lanza, pronunció enigmático,


cuando de Argos llegaron los Epígonos por segunda vez; así dijo, luchando elllos: «por naturaleza el carácter innato (procedente) de los padres es visible en los hijos. Observo con claridad un dragón jaspeado, a Alcmeón blandiéndolo sobre su escudo, primero en las puertas de Cadmo, fundador de Tebas, 


El que sufrió en el primer esfuerzo ahora se mantiene con el presagio de un ave mejor, el héroe Adrasto; lo de su casa en cambio, hará lo contrario. Él solo, de entre el ejército de los dánaos, recogiendo los huesos de su hijo muerto, partirá, por azar de los dioses, con su gente indemne


a las espaciosas calles de Abas.” 

Tales palabras pronunció Anfiargo. Alegre también yo mismo cubro a Alcmeón con coronas, lo rocío con un himno, porque como vecino y guardián de mis posesiones salió a mi encuentro cuando (yo) iba a Delfos, el ombligo de la tierra, celebrado en los cantos, y con técnicas innatas se entregó a los oráculos.


Tú, que hieres de lejos, Apolo, que riges el renombrado templo común a todos en las grutas del monstruo Pitón, concediste allí la mayor de las alegrías: pero en casa antes (en Egina) concediste el premio del pentatlón, que debía ser deseado ardientemente en vuestras fiestas. Soberano, yo (te) suplico con mente favorable


mirar con una cierta armonía en torno a cada cosa de cuantas emprendo. Junto al desfile de dulce canto se alzó Justicia: pido la mirada de dioses no envidiosos, Jenarques, para vuestro destino. Si alguien consigue cosas valiosas no con gran esfuerzo, aparece para muchos como sabio entre insensatos que refuerza su vida con recursos bien meditados: tales cosas no residen en los hombres: una divinidad lo concede, unas veces a uno, impulsando(lo) a lo alto, mientras a aquel lo rebaja por debajo de la medida de sus manos. En Mégara tienes un premio, y en el valle de Maratón, oh Aristómenes, y el certamen local de Hera en triple victoria, imponiéndote con tu esfuerzo.


Sobre cuatro cuerpos te abalanzaste, planeando males; para ellos no estaba determinado, en los Juegos Pitios, un regreso feliz como el tuyo, ni, al llegar junto a su madre la dulce sonrisa levantó la alegría a su alrededor; por callejones, ocultos a sus enemigos, caminan encogidos, mordidos por la desgracia.


Quien obtiene por azar algún nuevo beneficio, en su ligereza por una gran esperanza vuela con alada energía, con inquietud más fuerte que la riqueza. En breve se eleva el gozo de los hombres; así también cae a tierra, sacudido por designios contrarios.


Seres de un día!, ¿Qué es alguien?, ¿Qué no es alguien? Sueño de una sombra es el hombre. Pero cuando eventualmente llega la gloria, don de Zeus, brillante resplandor envuelve a los hombres, y una existencia amable. Egina, amada madre, acompaña a esta ciudad por un rumbo libre, con Zeus y el rey Éaco, con Peleo y el valiente Telamón, y con Aquiles.



Picasso recibió el encargo de ilustrar una edición de la octava Pítica del poeta griego clásico Píndaro en 1960.


Las Píticas son unos poemas de encargo redactados por el poeta griego Píndaro a finales del siglo VI aC, dedicados a glorificar, mediante comparaciones con héroes griegos, célebres por sus gestas semejantes a la de humanos, las victorias de determinados humanos, reyes o notables, en los juegos en honor de Apolo que se celebraban, conducidos de la sacerdotisa del dios llamada la Pitia, en el santuario apolíneo de Delfos (que una vez perteneció al monstruo Pitón, derrotado por Apolo). Dichos juegos comprendían diversos juegos deportivos o agónicos como la lucha, tema de la octava pítica.

Ésta es célebre por su definición del ser humano como un efímero, la sombra de un sueño, una definición que Platón repetiría dos siglos más tarde -y que ha marcado la visión cristiana de los mortales. 


El encargo permitió a Picasso, con casi ochenta años,  retomar treinta años más tarde, motivos y estilos trabajados en los años treinta, una ensoñación nostálgica de la perfección perdida, y una constatación del tiempo pasado.