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sábado, 13 de abril de 2024

El arquitecto y el maestro de obras

 Aunque los primeros estudios de arquitectura no basados en prácticas en un taller de construcción de origen medieval fueron creados por el rey Felipe II a instigación del arquitecto Juan de Herrera en  la universidad de Madrid (llamada Estudio de la Villa) a mediados del siglo XVI, fue el siglo XVIII cuando la arquitectura se definió como una profesión que aunaba la práctica del maestro de obras medieval con los saberes teóricos practicados en las Academias fundadas a partir de finales del siglo XVI precisamente para dar relevancia a la teoría y la idea frente a la manualidad y el saber hacer propios del artesano. La brecha entre el hacedor y el ideador se abría.

La consideración artística de las academias, la manera de enfocar y valorar la creación no era de utilidad en la construcción, pues la puesta en obra del proyecto requería saberes técnicos o artesanos sin los cuales la materialización de las ideas corría el riesgo de ser un peligro público.

La primera escuela de arquitectura en España se fundó en la segunda mitad del siglo XVIII dentro de la Academia de Bellas Artes de Madrid. Presentaba asignaturas comunes con las de los estudios de pintura y escultura, como lecciones de dibujo y copia del natural, así como de teoría y de historia, pero también asignaturas específicas, científicas y técnicas, desde matemáticas hasta química, que aportaban y aseguraban los conocimientos necesarios para la estabilidad de la puesta en obra.

A la vez, las lecciones teóricas permitían que el arquitecto se desmarcara del maestro de obras carente de visión histórica y abocado a repetir formas de proyectar y de construir, sin atender tampoco a cuestiones de gusto y de “decencia”, necesarias para edificar obras en consonancia con las funciones religiosas y representativas de los monumentos.

Son precisamente estas lecciones formativas académicas del arquitecto, desligadas del estudiante de bellas artes y del maestro de obras, las que están en el origen de las escuelas de arquitectura independientes de las academias y los talleres artesanos que se crearon a partir de mediados del siglo XIX, y hasta hoy, si bien el peso de las enseñanzas teóricas, importante, decisivo, en la definición del saber propio del arquitecto, se ha ido diluyendo con el paso de los años hasta quedar reducido a conocimientos residuales o inexistentes en referencia al pasado, tanto occidental como de otras culturas, en favor de asignaturas técnicas que, curiosamente, desdibujan los límites lentamente establecidos a finales del renacimiento entre el arquitecto y el maestro de obras. Así, la escuela de arquitectura de Barcelona, conocida en los años setenta y ochenta, por la importancia y el rigor de la formación intelectual que aportaba, pretende suprimir dichos conocimientos en beneficio de asignaturas proyectuales y técnicas, sin referencias a la historia y al pensamiento. De algún modo, la formación del arquitecto vuelve a la Edad Media, es decir niega la especificidades del hacer y del pensar del arquitecto.


NB: la palabra academia resulta de la conversión de un nombre propio en un nombre común. Akademia era el nombre de un lugar sagrado en la Atenas antigua dedicado a la diosa de las artes intelectivas pero también del saber hacer manual, la diosa Atenea, así como de los héroes míticos, los dióscuros (o hijos de dios, el dios padre Zeus), Castor y Polux, protectores del espacio doméstico, y del héroe, también mítico, Akademos, quien, gracias a su talante y tranquilidad de ánimo, logró salvar Atenas de ser arrasada por los Dioscuros que quisieron vengarse del rey Teseo que había violado a la hermana de Castor y Polux, Helena, siendo ésta niña, mucho antes que el príncipe troyano París la raptara, desencadenando la guerra de Troya.

En el espacio sagrado de la Academia Platón instaló su centro de estudios, llamado Academia, dedicado a reflexionar sobre la conformación de la ciudad ideal y de la estructura del alma concebida como un conjunto armónico de espacios adecuados para acoger distintos pensamientos con los que ordenar y componer el mundo.

 La Academia se convirtió en el modelo de todo centro de estudios, como los monasterios y las primeras universidades (llamadas Estudios Generales), en los que cualquier acción, nunca intempestiva ni a ciegas, tenia que estar precedida de una reflexión sobre los fines perseguidos y sus consecuencias, que podían  llevar a considerar que la acción no siempre era y es beneficiosa, sino ineficaz, innecesaria o contraproducente.

 Construir significa establecer las condiciones para la vida armoniosa de una comunidad que solventa sus diferencias a través de la reflexión y el diálogo y nunca toma la delantera sin una meditada reflexión sobre lo que persigue y sobre el alcance de sus actos (irreflexivos), de su obrar.







jueves, 4 de abril de 2024

Un alto en el camino

 Llegan nuevos aires en los estudios de arquitectura.

La urgencia climática está ante nosotros o ya nos envuelve. El arquitecto debe poder responder eficazmente ante la urgencia. El estudiante de arquitectura ya no puede contentarse con las asignaturas que configuran un plan de estudios. Las asignaturas proyectuales, acompañadas de refuerzos técnico-constructivos, debe poder ofrecer soluciones de hábitats preparados para los inquietantes nuevos tiempos. Y ya no se puede esperar.

El primer director de la primera escuela de arquitectura española, ubicada en Madrid a mitad del siglo XIX, Francisco Jareño, urgió a un cambió del plan de estudios reforzando los contenidos técnicos y constructivos para responder las necesidades y desafíos sociales a los que la arquitectura debía responder. La urgencia del reto, el planteo y las soluciones aportadas parecían anticiparse a la reacción actual ante un sombrío porvenir.  

Se debía reforzar el "conocimiento, fabricación y manipulación de materiales. Lecciones sobre estereotomía de la piedra, de la madera y del hierro. Sobre la resistencia de materiales y estabilidad de las construcciones. La hidráulica y conducción de aguas.  y sobre motores y máquinas empleadas en la construcción."

Es decir, la arquitectura, que hasta entonces se distinguía de la ingeniería por sus contenidos históricos, teóricos y artísticos, podía volver a acercarse a la ingeniería, para poder responder con prontitud y eficacia a los graves problemas venideros causados por la creciente industrialización y la pauperización de una gran parte de la sociedad, reducida a una condición fabril cercana a la esclavitud.

Sin embargo, no abandonó, sino que reforzó "la Historia de la Arquitectura, que —junto con Dibujo de conjuntos— debía preceder al estudio de la Teoría del Arte". La acción requería un alto, una mirada a lo que los hombres del pasado emprendieron. La acción no podía llevarse a cabo sin una teoría, palabra que significa una meditada observación que detiene la acción que quizá no deba llevarse a cabo. La teoría se une a la ética, que valora los fines perseguidos, los valores sustentan y dan sentido a toda acción.

¿Es por tanto la principal misión de la arquitectura actuar con inmediatez?

Quienes defienden esta concepción de la arquitectura ponen como ejemplo de las tareas urgentes del arquitecto ante los desastres, la construcción y reconstrucción llevadas a cabo tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Los resultados son conocidos. 

La construcción es un hacer; la arquitectura, en cambio, es un reflexionar. Ante las urgencias, la arquitectura debe centrarse en su campo específico: ahondar en la historia para estudiar como los retos del pasado han sido abordados; debe reflexionar sobre qué es un habitar y sobre todo qué es habitar. Debe pensar en la vida próxima, en el lugar que ocupamos en el mundo; debe leer, escribir, pensar en voz alta y en voz baja. Es una voz de la conciencia que permite medir el alcance de lo que se proyecta, de la necesidad del proyecto, de los fines y las consecuencias de nuestros actos. Lejos de activar la acción, debe pensar en lo que se hace, porqué se hace, y cuales son los valores que se persiguen. La arquitectura es pensamiento. Y éste se practica en silencio pero también es fruto del diálogo, del intercambio. 

El pensamiento no es renuncia. La palabra latina facere (hacer) tiene la misma etimología que la palabra griega thema (tema) que se traduce por entrega, colocación (de un objeto, por ejemplo, como los cimientos o fundaciones de un edificio: lo que da sentido y solidez a lo que se asienta sobre esta base. El tema es lo que ocupa una reflexión.

Hacerse preguntas es la más noble actividad: dudar, analizar, preguntar, saberse frágil, confiando sin embargo en n la riqueza y fuerza del intercambio de puntos de vista. 

La respuesta ante la urgencia es la meditación, la meditada reflexión. No hay tiempo que perder, posiblemente se aduzca. Pero el tiempo reflexivo no es tiempo perdido. Evita lo irreparable. Una actitud serena debe imperar. Y no son las asignaturas que invitan al hacer práctico las más adecuadas al recogimiento que se debería "practicar". Ante el caos, el silencio. Ante el desorden, el orden de las ideas. 


Para M.R.V, F.S.-B. y J.J.F