Funerales de Héctor, frente de un sarcófago romano, 120 dC, mármol. París, Museo del Louvre, Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas
Una mediocre exposición sobre Aquiles y la guerra de Troya, ahogada por proyecciones de gran tamaño inspiradas en las películas norteamericanas de súper héroes, en el Museo de la Romanidad en la ciudad francesa de Nimes, incluye, entre numerosas obras prescindibles y no siempre relacionadas directamente con el tema, un hermoso relieve funerario romano, del siglo II: un frente esculpido en perfecto estado, de un sarcófago de mármol, con una escena del enterramiento de Héctor, el príncipe troyano, gran rival del griego Aquiles, y muerto por éste.
La muerte de Héctor sucede como un acto de venganza tras la muerte del amigo, escudero y quizá amante de Aquiles, Patroclo, a manos de Héctor -una flecha lanzada por Héctor, y guiada por Apolo, que defendía a Troya cuya muralla había edificado, acabó con Patroclo.
La devastación de Aquiles se tradujo en la devastación que causó en la familia real troyana, matando a Héctor y mutilando su cuerpo dejado pudrirse al sol, si bien, por fin, tras la patético súplica del anciano rey Príamo, padre de Héctor, a los pies de Aquiles, éste permitió que el cadáver fuera retirado y se le diera sepultura.
El relieve muestra el momento en que el cuerpo inane de Héctor es levantado y transportado hacia la tumba, precedido por la dramática escena del anciano Príamo, con un gorro frigio, a los pies de Aquiles -del que el relieve fragmentado solo guarda el detalle de un bastón, en el extremo izquierdo-, y sucedido por la desesperación de Andrómaca, esposa de Héctor, la desorientación del pequeño Astianactes o Astianax , su hijo, y la desolación de la anciana reina Hécuba, madre de Héctor.
La muerte de Héctor se sugiere a través de un cuerpo inerte, aún hermoso, pero con el brazo izquierdo colgando, sin fuerza ni tensión, dejado ir, hacia el suelo, una imagen que evoca bien la falta de control del cuerpo, el brazo caído signo de entrega ante la victoria de la muerte. El cuerpo derrotado solo es un peso muerto, aunque su magnificencia aún impresiona.
Esta iconografía que compone derrota y esplendor, lo que acrecienta el patetismo de la escena por lo que pudo ser y se ha perdido para siempre, que pone ante los ojos, la inmensa pérdida irreparable, se repite en la iconografía del entierro de Jesús.
La referencia a la iconografía fúnebre de Héctor salta a la vista, si bien se requerirían estudios para desvelar si esta relación es directa o es fruto solo de una misma consideración sobre los efectos de una muerte heroica o divina en el ánimo de los hombres, la conciencia que la historia ha dado un giro.
La pérdida de Héctor que acarreó la caída de Troya, como la muerte de Jesús que llevó a la destrucción de Jerusalén pocos años después, fueron el germen de la nueva capital imperial, la nueva Troya, la nueva sede del poder imperial y religioso: Roma.