viernes, 31 de julio de 2020

VOLTAIRE (FRANÇOIS-MARIE AUROUET, 1694-1778) Y LAS ENFERMEDADES CONTAGIOSAS

La viruela era la enfermedad contagiosa grave más común en Europa hasta finales del siglo XVIII. Afectaba a casi el ochenta por ciento de la población. Aunque las lesiones podían ser ocasionalmente leves y desaparecer, en muchos otros casos el rostro quedaba desfigurado por pústulas permanentes, si el enfermo sobrevivía.
Voltaire sufrió la viruela. Era joven y, tras haber sido sangrado varias veces, pese a estar muy débil, sobrevivió.
Años más tarde, exiliado en Londres, escribiría acerca de su enfermedad. Y alabó las curas eficaces que se practicaban en el imperio otomano -alabó también, sorprendentemente, la racionalidad turca, cuando los turcos eran juzgados en Europa como decadentes y disolutos-, de las que tuvo noticia a través de una noble inglesa (Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés ante el Imperio Otomano) que trató de divulgarlas, pese al rechazo que suscitaban, en Inglaterra.
Las curas eran, en verdad, vacunas (palabra que deriva de vacuno: quienes ordeñaban vacas infectadas no se contagiaban: la ocasional y leve infección que se podía sufrir también inmunizaba contra la viruela). Los turcos habían observado que contagios leves no dejaban secuelas, que éstos afectaban a los niños, y que nadie se contagiaba dos veces. Por tanto, empezaron a inocular una dosis mínimas de pústulas en leves cortes efectuados en un brazo del niño o del recién nacido. las pústulas que se formaban no duraban y no dejaban secuelas. Y estos niños, una vez adultos, ya no se contagiaban.
Voltaire comentaba que esa práctica se llevaba a cabo para que las niñas hermosas, destinadas a los harenes del sultán, no quedaran desfiguradas por "una nube permanente de pústulas"; al mismo tiempo, si la situación clínica se complicaba, las niñas morían, y los harenes quedaban desabastecidos de nínfulas.
La existencia de harenes, al menos según Voltaire, salvó a la población del Imperio otomano de la viruela. Y Voltaire fue uno de los primeros pensadores que conoció y defendió la vacuna -contra una enfermedad que no desapareció hasta hace cuarenta años:

VOLTAIRE: "Sobre la inoculación de la viruela", Cartas filosóficas, o Cartas Inglesas, 11, 1734

Nota: las cartas son, en verdad, breves ensayos, y no cartas personales destinadas a una persona.

"En voz baja se dice por toda Europa que los ingleses son locos y fanáticos; locos porque inoculan a sus hijos la viruela para evitar que contraigan esta enfermedad; fanáticos porque, para prevenir un mal incierto, provocan, tranquila- mente, una enfermedad segura y terrible. Los ingleses, por su parte, dicen: «Los otros europeos son cobardes y desnaturalizados; cobardes, porque temen hacer sufrir un poco a sus hijos; desnaturalizados, porque los exponen a que mueran un día de viruela». Para juzgar las razones de esa disputa narraré la historia de esa famosa inoculación, de la que con tanto temor se habla fuera de Europa.

Las mujeres de Circasia tienen la costumbre, desde tiempo inmemorial, de provocar la viruela a sus hijos, a partir de los seis meses de edad, haciéndoles una incisión en el brazo e inoculando en ella una pústula que ha sido previamente extraída con cuidado del cuerpo de otro niño. Esta pústula produce en el brazo donde se inocula el mismo efecto que la levadura en un trozo de masa: fermenta y extiende por toda la sangre las cualidades que posee. Los granos de los niños que sufren esa viruela artificial sirven para provocar la enfermedad en otros. Este proceso se renueva constantemente en Circasia; cuando no hay viruela en el país hay tanta preocupación como en otros lugares la habría por un mal año.

Lo que ha introducido esta costumbre en Circasia, que parece tan extraña en otros pueblos, tiene, sin embargo, una causa común a todos los pueblos: la ternura materna y el interés.

Los circasianos son pobres y sus hijas hermosas; por ello es natural que comercien con ellas. Abastecen de bellezas los harenes del Gran Señor, del sofí [soberano] de Persia y de los que son lo suficientemente ricos como para mantener una mercancía tan preciosa. Educan a sus hijas con gran esmero para el placer de los hombres; les enseñan danzas lánguidas y lascivas y los más voluptuosos artificios para despertar el deseo de los desdeñosos amos a que las destinan.

Las pobres criaturas repiten todos los días su lección con su madre, como nuestros niños repiten su catecismo, sin comprender nada.

Con frecuencia, después de tantos desvelos en la educación de sus hijas, los circasianos veían disiparse sus esperanzas. La viruela invadía una familia y una hija moría, otra perdía un ojo, una tercera quedaba con la nariz deformada; las pobres gentes aquellas quedaban arruinadas sin remisión. Cuando la viruela se convertía en epidémica, el comercio quedaba interrumpido por varios años, lo que suponía una disminución notable de los harenes de Persia y Turquía.

Una nación dedicada al comercio está siempre alerta por sus intereses y no descuida conocimiento alguno que pueda ser útil para su negocio. Los circasianos comprobaron que una persona entre mil era atacada dos veces por la viruela, que las personas podían ser atacadas tres o cuatro veces por una pequeña viruela, pero sólo una vez por una que sea decididamente peligrosa. En una palabra, que se trataba de una enfermedad que atacaba sólo una vez en la vida. Descubrieron también que cuando la viruela es benigna y la piel del paciente fina y delicada, la erupción no deja marcas en el rostro. De estas observaciones naturales concluyeron que si una criatura de seis meses o un año tenía una viruela benigna, no moría, no le quedaban marcas en el rostro y no correría el riesgo de contraer la enfermedad en el resto de los días.

Por tanto, para preservar la vida y la belleza de los niños había que provocar la enfermedad en edad muy temprana; eso fue lo que hicieron, inoculando en el cuerpo de las criaturas una pústula extraída del cuerpo de una persona atacada por una viruela claramente declarada, pero benigna. La experiencia fue un éxito. Los turcos, gente cuerda, adoptaron enseguida esta costumbre, y hoy no hay ningún bajá en Constantinopla que no le provoque la viruela a sus hijos en la más tierna infancia.

Según algunos, los circasianos adoptaron esta costumbre de los árabes. Dejemos para algún sabio benedictino la dilucidación de ese punto histórico; seguramente escribirá varios volúmenes en in-folio con las pruebas. Lo que yo puedo decir sobre el asunto es que en los principios del reinado de Jorge I la señora Worley-Montagu, una de las damas más espirituales de Inglaterra, cuando estuvo con su marido en la Embajada de Constantinopla, no tuvo el menor inconveniente en hacer inocular a su hijo, nacido en ese país, la viruela. Aunque su capellán trató de convencerla de lo contrario, diciéndole que el experimento no era cristiano y sólo podía dar resultado con infieles, el niño de la señora Wortley no sufrió ninguna molestia. Cuando regresó a Londres comunicó a la princesa de Gales, actualmente reina, su experiencia. Hay que confesar que la princesa, dejando aparte sus títulos y coronas, ha nacido para proteger a todas las artes y para hacer el bien a los hombres; es como un amable filósofo coronado; nunca ha perdido ocasión de aprender y de mostrar su generosidad. Cuando oyó decir que una hija de Milton vivía todavía y se encontraba en la mayor miseria, le envió inmediatamente un importante regalo. Es ella quien ha protegido al pobre padre Corayer y quien hizo de intermediaria entre el doctor Clarke y Leibnitz. Nada más oír hablar de la inoculación de la viruela ordenó que se hiciera una prueba con cuatro condenados a muerte, a los cuales salvó la vida doblemente, por un lado librándoles del cadalso, y por otro, gracias a la viruela artificial, salvándoles del peligro de contraer alguna vez la verdadera.

La princesa, asegurada del éxito de la prueba, hizo inocular a sus hijos. Todo Inglaterra siguió su ejemplo y desde entonces, por lo menos diez mil niños deben la vida y otras tantas niñas la belleza, a la reina ya la señora Wortley-Montagu.

En el mundo, sesenta personas sobre cien contraen la viruela; de esas sesenta, diez mueren en lo mejor de la vida y otras diez quedan terriblemente marcadas. Por tanto, una quinta parte de los seres humanos mueren o quedan marcados por esta enfermedad. De los que han sido inoculados, tanto en Turquía como en Inglaterra, ninguno muere, a menos que sea enfermizo o esté condenado a muerte. Si la inoculación se hace debidamente, nadie queda con marcas ni nadie es atacado por segunda vez por la enfermedad. Si alguna embajadora francesa hubiera traído de Constantinopla ese secreto a París, hubiera hecho un gran servicio a la nación; el duque de Villequier, padre del actual duque de Aumont, el hombre con más salud y con mejor constitución de Francia, no hubiera muerto en la flor de la edad; el príncipe de Soubise, que tenía una espléndida salud, no hubiera fallecido a los veinticinco años; Monseñor, el abuelo del rey Luis XV, no hubiera sido enterrado a los cincuenta; veinte mil personas muertas en París en una epidemia de 1723 vivirían aún. ¿ y entonces? ¿Es que, acaso, los franceses no aman la vida? ¿Es que las mujeres no se preocupan por su belleza? En verdad somos una gente extraña. Probablemente dentro de diez años, si curas y médicos no se oponen a ello, adoptaremos las costumbres inglesas; o bien, dentro de tres meses se empezará a inocular por capricho, cuando los ingleses hayan dejado de hacerlo por inconstancia.

He sabido que desde hace cien años los chinos practican esta costumbre; es gran prejuicio el ejemplo dado por una nación que pasa por ser la más sensata y la dotada con mejor policía del mundo. Ciertamente, los chinos proceden de una manera distinta; no se hacen una incisión, sino que se inoculan la viruela por la nariz, como si fuera tabaco en polvo. Es un modo más agradable, pero igual a fin de cuentas, y de la misma manera demuestra que si la inoculación se hubiera practicado en Francia, se habrían salvado millares de vidas."


Agradecimientos a la doctora Carmen Cantarell por sus explicaciones sobre el origen de las vacunas

jueves, 30 de julio de 2020

Lo justo y lo injusto, según Tolstoï (1828-1910)

"En la guerra matan a gente así [agresiva, violenta, presuntuosa]. Y todos lo consideran algo muy justo. Y matar a un perro rabioso es algo que está incluso muy bien. A nosotros no nos es dado juzgar lo que es justo e injusto. Los hombres siempre se equivocan y se equivocarán siempre aún más cuando juzgan lo que es justo y lo que no lo es. Solamente hay que vivir de manera que no tengamos que arrepentirnos. Joseph Maistre dijo con razón: " en la vida solo hay dos verdaderas desgracias: el remordimiento de conciencia y la enfermedad. Y la felicidad es solamente la ausencia de esos males". Vivir para mí mismo, evitando solo para mí mismo esos dos males, es ahora toda mi filosofía"

TOLSTOÍ, Lev: Guerra y Paz, III, xxix)


Nota: La cita de Maistre que Tolstoï reproduce en su monumental novela pertenece a un carta que este brillante pensador, de Saboya, entonces un reino independiente, ocupado por revolucionarios franceses -Saboya pasará a ser un departamento francés desde entonces- , exiliado entonces en San Petersburgo, envío al conde Diodati, en Ginebra, el 28 de julio de 1807, hace exactamente doscientos trece años. 
Se publicó en el libro póstumo de Joseph de Maistre (editado por su hijo): Lettres et opuscules inédits, vol. I, París: A. Vaton, 1851, p. 106 

miércoles, 29 de julio de 2020

LAS BELLAS ARTES: CHARLES BATTEUX (1713-1780: "DIVISIÓN Y ORIGEN DE LAS ARTES", LAS BELLAS ARTES REDUCIDAS A UN MISMO PRINCIPIO, 1746

Bellas artes: la expresión no es de actualidad. Remite a un sistema de las artes que entró en crisis y quebró tras la primera Guerra Mundial, posiblemente con el dadaísmo. 
Sin embargo, aún hoy, existen los Museos de Bellas Artes, que se distinguen de los museos arqueológicos, los museos de ciencias, de artes decorativas (que no forman parte de las bellas artes), y de arte contemporáneo que sí forma parte de aquéllas, siendo tan solo el tiempo lo que las diferencia. El arte contemporáneo está en tránsito, de un museo a otro. Su función, la mirada y el juicio que suscita, incluso sus cualidades propias o atribuidas siguen siendo las del arte cuyo tiempo ha pasado -que ha dejado de estar unido al tiempo presente por la urgencia y la necesidad, y se despega de la actualidad, permitiendo entonces una mirada o un juicio desapasionados y seguramente más meditado.

Las bellas artes; ¿acaso existen feas artes? Bello, en este caso no es solo una cualidad de la obra de arte sino la finalidad que persigue -desvelar, indagar en la belleza del mundo, por turbulenta o fragmentada que sea, y transcribirla sin suscitar apasionamiento alguno. Se parte de la creencia que la belleza está en el mundo, en la obra, en la mirada del artista y en la del espectador que la busca y la enjuicia. Pero la obra de arte también puede negar la existencia de la belleza, o manifestar su desinterés ante ella, considerar que no es relevante, que es imposible de alcanzar, o que no es tema de estudio, poniendo en jaque no solo la finalidad de arte, sino su sentido, su existencia incluso.

Las bellas artes no existieron siempre. Son un invento moderno. Fue la Ilustración que las descubrió o las fundó, Existieron durante un par de siglos. El dadaísmo acabó con ellas -aún cuando sigamos creyendo en su existencia, sino en su necesidad.

Las bellas artes, en verdad, fueron inventadas, o al menos codificadas por el  teólogo francés Charles Batteux en una obra célebre y polémica: Las Bellas Artes reducidas a un mismo principio (cuyo prólogo reproducimos), que agrupó a algunas artes liberales con algunas mecánicas, definidas en la Edad Media, poniendo el acento no en la utilidad (práctica o teórica: en el uso o en la educación) sino en el placer que buscan suscitar. Se trata de un texto de mediados del siglo XVIII que unificó distintas actividades humanas bajo la prosecución de una única finalidad -que antiguamente solo atendía la poesía: la sensación de belleza, sin otro objetivo, a diferencia de la poesía clásica, sin embargo, que suscitar placer, algo que los dadaistas juzgaron, más que imposible o necesario, innoble tras la Primera Guerra Mundial.


"No es necesario iniciar con un elogio de las artes. Sus beneficios se dejan ver por sí mismos. Son ellas quienes han edificado ciudades, reunido a los hombres dispersados, capaces de socializar. Han sido, de alguna manera, para nosotros un segundo orden de elementos donde la naturaleza reserva la creación a nuestra industria. 
Podemos dividirlas en tres especies con relación a los fines que se proponen. Las unas son para las necesidades del hombre, que la naturaleza abandonó solo desde que nació, quiso que los remedios y prevenciones que les son necesarios fueran el precio de su industria y trabajo. De ahí salen las artes mecánicas. Las otras tienen por objeto el placer. 
Aquellas no pudieron nacer sino en el ceno de la dicha y de sentimientos que producen la tranquilidad: les llamamos bellas artes por excelencia. Son la música, poesía, pintura, escultura y el arte del gesto o la danza. El tercer tipo son las artes que tienen por objeto la utilidad y el agrado todo a la vez. Aquellas son la elocuencia y la arquitectura; es la necesidad la que las hizo nacer y el gusto lo que las ha perfeccionado. Gozan de una especie de medianía entre las otras dos: dividen el agrado y la utilidad. 

Las de la primera especie emplean a la naturaleza tal cual es únicamente para el uso. Los de la tercera para el uso y el agrado. Las bellas artes no la emplean, no hacen sino imitarla cada una a su manera. Así, la naturaleza sola es el objeto de todas las artes. Contienen todas nuestras necesidades y placeres; y las artes libres y mecánicas no son sino para extraerlas. 
Hablaremos aquí de las bellas artes, aquellas cuyo objeto es dar placer, y para conocerlas mejor nos remontamos a la causa que las produjo. Es el hombre el que ha hecho las artes y es para él mismo que lo ha hecho. Aburridos del gozo demasiado uniforme de los objetos que les ofrece la naturaleza toda simple y siendo desde antaño propios a recibir placer, recurrieron a su genio para procurarse un nuevo orden de ideas y de sentimientos que despierten sus espíritus y reanimen su gusto. 
Pero ¿qué podía hacer ese genio limitado en su fecundidad y sus miras que no lo llevase más lejos de la naturaleza y teniendo que obrar para hombres cuyas facultades estaban limitadas por las mismas 
fronteras? Todos sus esfuerzos se reducen necesariamente a hacer una elección de las más bellas partes de la naturaleza para formar un todo exquisito que sea más perfecto que la naturaleza misma sin, empero, cesar de ser natural. He ahí el principio sobre el cual se fundamentan las artes y que los artistas han seguido por todos los siglos. 
De donde concluyo que el genio, que es el padre de las artes, debe imitar a la naturaleza. Igualmente, que no la debe imitar tal cual es. En tercer lugar, que el gusto, para el que las artes se hacen y funge de juez para estas, debe satisfacerse cuando la naturaleza se elige bien y está bien imitada en las artes."

martes, 28 de julio de 2020

El origen de la imagen occidental del Próximo Oriente antiguo: Antonio Basoli (1774-1848)



Babilonia, 1840



El templo de Salomón, 1810




Decorados para la ópera de Giacomo Meyerbeer (1791-1864)  y el Abad Pietro Metastasio (1698-1782): Semiramide riconosciuta, 1819




Vistas interiores de Babilonia, c. 1820



Henry Layard: vista del palacio de Nínive, 1848


Antonio Basoli, al que ya hemos dedicado una entrada,  fue un pintor y escenógrafo de teatro y ópera boloñés de finales del siglo XVIII y principios del XIX, amén de profesor de dibujo en la Academia de Bellas Artes de Bolonia, conocido por haber sido uno de los primeros artistas, antes que John Martin (1789-1854), en componer una imagen de ciudades y arquitecturas del Próximo Oriente antiguo, marcadas por la desmesura imperial romano-oriental tal como la retrató Piranesi, y que influyó decisivamente en las primeras "reconstrucciones" arqueológicas de palacios asirios -las primeras construcciones monumentales de Mesopotamia excavadas -y explotadas- por arqueólogos occidentales antes de la primera mitad del siglo XIX. 

Como se puede apreciar,  Basoli compuso la arquitectura mesopotámica, antes de las primeras misiones arqueológicas, a partir de formas egipcias y persas, ya conocidas, y romanas.

El templo de Salomón, que Basoli dibujó, con un zigurat -que nunca existió en Jerusalén- se asemeja a la ciudad de Babilonia  que pintaría años más tarde -quizá una alusión bíblica a la degenerada Jerusalén terrenal, comparada precisamente con la Gran Prostituta, La Babilonia denostada-.

La "mítica" imagen de un palacio neo-asirio que el diplomático y arqueólogo aficionado anglo-francés Layard publicó tras sus excavaciones en Nínive (cabe la moderna Mosul, destruida por el Estado Islámico entre 2015 y 2017) está basada, en verdad, en el célebre cuadro de John Martín dedicado a Pandemonio, el palacio del Ángel Caído descrito por John Milton (1608-1674) en El Paraíso perdido (1667), y, directa o indirectamente, en la obra de Basoli que pudo también influir en Martin.

La imagen que aún tenemos del esplendor y la desmesura mesopotámicos se fraguó, en parte, gracias a las visiones dantescas de Basoli,

Vacaciones enmascaradas






Aunque ocasionalmente vayan apareciendo entradas en agosto, la mascarilla se impone incluso en agosto en este blog que se quedará mudo -o casi- hasta septiembre.

Espero que se encuentren bien y que en septiembre podamos emprender de nuevo.

Pasen un buen mes de agosto, enmascarados o no. 

sábado, 25 de julio de 2020

MICHEL DE MONTAIGNE (1533-1599): LA PESTE (ENSAYOS, III, xii)

En junio de 1585 la peste devastó la ciudad francesa de Burdeos. Cerraron comercios; se ordenó que la población se recluyera. Las medidas no evitaron que murieran catorce mil personas de un total de cincuenta mil. La ciudad se arruinó. 
Hasta el alcalde huyó. Se hallaba, en verdad, no lejos de la ciudad, y le quedaban unos pocos meses para finalizar su segundo mandato. Pero no se atrevió a regresar para dirigir el cierre de la ciudad y animar y aconsejar a los habitantes.
Se llamaba Michel de Montaigne. Aplicó el consejo que el médico Galeno dio al emperador Adriano en una situación parecida: CLT (Cito: parte, Longe: lejos, T: tarde: parte lo más lejos posible y tarda en regresar). 
A quienes se saltaban el confinamiento, casi siempre pobres, sin segunda residencia, se les colgaba. Hoy no estaría bien visto.
Montaigne siguió redactando sus reflexiones.
Anotó:

"He aquí otra agravación de males que me acosó después de los otros: fuera y dentro de mi casa fui acogido por una epidemia vehemente (...)

Hube de sufrir la graciosa condición de que hasta la vista de mi propia casa me ocasionara espanto; todo cuanto en ella había, sin custodia estaba y a la merced de los que lo codiciaban. Yo, que soy tan hospitalario, me vi en la dolorosísima situación de buscar un retiro para mi familia; una familia extraviada que amedrentaba a sus amigos y a sí misma se metía miedo y horror, donde quiera que pensaba establecerse: habiendo de mudar de residencia, tan luego como uno del séquito empieza a sentir dolor en la yema de un dedo, todas las enfermedades son consideradas como la peste; carécese de la necesaria tranquilidad de espíritu para reconocerlas. Y lo bueno del caso es que según los preceptos de la medicina ante todo peligro que se nos acerca hay que permanecer cuarenta días abocado al mal: la fantasía ejerce entonces su papel y febriliza vuestra salud misma. Todo esto me hubiera mucho menos afectado si no hubiese tenido que lamentarme del dolor ajeno, pues durante seis meses tuve que servir de guía miserablemente a la caravana. Mis preservativos personales, que siempre me acompañan, son la resolución y el sufrimiento. La aprensión  apenas me oprime, y es lo que más se teme en este mal; y si encontrándome solo a él me hubiera resignado, habría ejecutado una huida más gallarda y más apartada: muerte es ésta que no me parece de las peores, comúnmente corta, de atolondramiento, exenta de dolor, por la condición pública consolada, sin ceremonias, duelos ni tumultos. En cuanto a las pobres gentes de los contornos la centésima parte viose de salvación imposibilitada (...)
En este lugar la parte de mis rentas es anual; la tierra que cien hombres para mí trabajaban quedó por largo tiempo sin cultivo.

¿Qué ejemplos de resolución no vimos por entonces en la sencillez de todo aquel pueblo? Generalmente cada cual renunciaba al cuidado de la vida: las vides permanecían intactas en los campos, cargadas de su fruto, que es la principal riqueza del país; todos, indistintamente, preparaban y aguardaban la muerte para la noche o el día siguiente, con semblante y voz tan libres de miedo que habríase dicho que todos estaban comprometidos a esta necesidad, y que la condenación, era universal e inevitable. Y siempre es así; ¡pero de cuán poca cosa depende la firmeza en el sucumbir! La distancia y diferencia de algunas horas, la sola consideración de la compañía, conviértennos en diverso su sentimiento. Ved aquí unos cuantos: porque sucumben en el mismo mes niños, jóvenes y viejos, nada ya acierta a transirlos, las lágrimas se agotaron en sus ojos. Algunos vi que temían quedarse atrás, como en una soledad horrible; sólo por las sepulturas se inquietaban, porque les contrariaba el ver los cuerpos en medio de los campos, a merced de las bestias que incontinenti los poblaron. ¡Cuán las fantasías humanas son encontradas! (...)
 Tal individuo encontrándose sano cavaba ya su huesa; otros se tendían en ella vivos aún, y uno de mis jornaleros en sus manos y sus pies acercó a sí la tierra en la agonía. "

(Michel de Montaigne: Ensayos, III, XII)







viernes, 24 de julio de 2020

ANTONIO BASOLI (1774-1848): ALFABETO PICTÓRICO (1839)




























Antonio Basoli fue un pintor y escenógrafo boloñés, sobre el que tendremos que volver a escribir acerca de su influencia en nuestro imaginario del Próximo Oriente Antiguo.

Una de sus más curiosas, innovadoras y poéticas aportaciones fue el alfabeto pictórico. Partiendo de las letras mayúsculas miniadas de los manuscritos medievales, Basoli compone viñetas arquitectónicas a partir de las letras del alfabeto. La relación entre la letra y el edificio a veces es íntima -Babel (un balbuceo constructivo, una Babel de lenguas) y B-, pero casi siempre es formal. La forma de la letra determina el tipo de construcción representada. Lejos de la escritura pictográfica -la forma del signo viene determinada por la forma de un objeto cuya palabra que lo designa empieza con este signo o el sonido del mismo-, para Basoli la letra abre un mundo inesperado, sorprendente. Es imposible saber a qué nos va a remitir la letra en cuanto la leamos o la pronunciemos: una mezquita, un coliseo, acaso unos minaretes otomanos o una alta pilastra. Las letras son como teclas que, apenas tocadas desaparecen como objetos para dejar paso a una construcción, una calle, un equipamiento (un puente, por ejemplo). Éste sea quizá uno de los más hermosos y extraños ejemplos de la capacidad de las letras que conjurar imágenes en la que nos proyectamos o nos atrapan. Pocas veces, con tanta imaginación, las letras -las humanidades- y la arquitectura se han relacionado tan bien. Las letras cuentan historias, componen letras que evocan historias, y gracias a esas letras, a la vez, desfila la historia de la arquitectura, una arquitectura sobre todo soñada, como toda verdadera arquitectura.