Una máscara mortuoria maya, del siglo VII dC, una máscara sumeria del cuarto milenio, una cabeza clásica del dios griego Apolo, un busto de Fernando, por Picasso, e principios del siglo XX, la testa de un Luohan u hombre sabio budista chino, del siglo XVI, una cabeza real de Benín, del siglo XII: son retratos naturalistas, de épocas y culturas diversas, que contemplamos. La imagen fotográfica está ante nuestros ojos, atraídos o distraídos, que contemplan, observan, escrutan estas obras -o sus imágenes fotográficas.
Mas, ¿no podríamos también considerar que dichas obras también nos observan? A veces casi inquisitoriamente, como la máscara maya, en otros casos, rehúyen nuestra mirada, todo y teniéndola presente, no por temor, sino por indiferencia, superioridad o ensimismamiento.
Quizá pudiéramos considerar que aunque seamos los sujetos quienes observemos a los objetos, quietos, como si fuéramos investigadores para los que las cosas no pueden tener secretos y deben revelarse, nuestro acercamiento y escrutinio puede ser debido al interés o a la fascinación que estas imágenes ejercen, voluntaria o involuntariamente sobre nosotros, como si hubiéramos caído presos de un hechizo. Aunque no queramos reconocerlo -pues dicho reconocimiento puede denotar debilidad-, las obras son capaces de emocionarnos, es decir de movernos hacia ellas, como si nos mandaran.
En ambos casos, estamos ante un encuentro, fecundo, frustrante o frustrado: un diálogo.
Éste recibe el nombre de teoría. En efecto, teoría, en griego, significa maravilla, espectáculo. Nombra algo digno de verse; algo sorprendente, inesperado y seductor, que puede con nuestra indiferencia y nos atrapa. Una procesión también se llamaba una teoría, pues designa a una comunidad movida por la presencia de un objeto singular: un altar, un templo, una estatua, que nos pone en contacto con lo que rebasa nuestros límites.
Teorizar, por tanto, significa observar. Nombra un encuentro visual o sensible. El teórico -el espectador, el observador- se aproxima a este objeto que le extraña y le atrae, o la inquieta, para contemplarlo, a fin tratar de averiguar qué es y qué significa. Teorizar designa la acción que tiene como fin desentrañar los misterios o mensajes que los objetos, naturales o artificiales, es decir artísticos, elaborados por el ser humano, encierran y tienen a bien -o no- comunicarnos. Dicha comunicación, que exige respeto, y voluntad de diálogo, se establece sin violencia. No podemos sacudir el objeto para extraer, para que suelte sus enigmas, sino que son los sentidos, y la sensibilidad, los que realizan una aproximación para tratar de saber lo que las apariencias, las imágenes esconden, para saber qué se encuentra detrás de las fachas, las máscaras, las superficies. La mirada, el oído, el tacto incluso -se requiere "tacto", en francés "doigté" sensibilidad en la yema de los dedos que rozan, acarician-, junto con la inteligencia, son los órganos o las facultades gracias a los que podemos intentar entrar en comunicación o comunión con lo que nos rodea, con lo que los hombres del pasado y del presente, y los seres del futuro, tienen a bien contarnos.
NOTA:
Tal es el tema del curso de Teoría II, con clases teóricas y prácticas, en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona
Tiziano Schürch, Joan Ramón Cornellana, Tocho
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