viernes, 20 de noviembre de 2015

REVERENDO HOWARD FINSTER (1916-2001): EL JARDÍN DEL EDÉN (1940-2001)

































Fotos en el Museo: Tocho, noviembre de 2015

El Museo de Bellas Artes en Atlanta (High Museum), compuesto por dos edificios principales de Renzo Piano y de Richard Meier (sorprendentemente mejor que el anterior, muy bien adaptado a las obras muy bien expuestas formando conjuntos de arte plásticas y decorativas) presenta la singular obra del reverendo metodista Finster en su colección permanente, sobre todo obras realizadas para la gran instalación El Jardín del. Edén
Sin ninguna formación artística, Finster oyó voces que le ordenaban celebrar la grandeza y variedad de la creación, así como redimirla. Compró un terreno pantanoso en el estado de Georgia y levantó una ciudad fantasmagórica en la formas reconocibles y rostros surgen de los muros,  como de una iconostásis, y cada ente se compone de un gran número de piezas (conchas, guijarros, modestas esculturas halladas en los derribos) con toda clase de materiales que son el testimonio de la creación divina, abandonados de la mano de dios y que resucitan en el Paraíso.
Varias esculturas, señales y pinturas se retiraron del jardín cuando su restauración y se exponen hoy en el Museo.

Muy popular en el estado de Georgia, grupos musicales locales como REM -antes de su éxito planetario en los noventa- trabajaron con Finster quien les dibujó portadas de discos.





miércoles, 18 de noviembre de 2015

Destrucción (o los enemigos de la fe)




"Derribé y destruí las estatuas de toros alados, los arcos de la puerta; destruí los templos a fin que dejen de existir. Consideré sus dioses como fantasmas sin fuerza..."

Cortan las lenguas de los prisioneros, los decapitan o los despellejan; sus pieles se clavan en los muros de sus ciudades. Los prisioneros vivos deben caminar con las cabezas de los prisioneros decapitados colgando del cuello. algunos prisioneros son encerrados en grandes jaulas junto con fieras.

La cita procede de los anales del rey neo--asirio Asurbanipal (s. VII aC) tras la toma de la ciudad elamita (persa) de Susa, y las descripciones de los prisioneros proceden de textos reales neo-asirios.


Nota: desde el congreso de la American School of oriental Research en Atlanta

lunes, 16 de noviembre de 2015

El espacio público en Mesopotamia y en Grecia

Pese a todos los esfuerzos de los arqueólogos y los epigrafistas, ni los textos ni los restos arqueológicos de ciudades mesopotámicas de los cuarto y tercer milenios muestran la existencia de espacios públicos urbanos (plazas, mercados, jardines, campos de marte o plazas de armas, etc.). Las ciudades presentan calles y áreas sin construir dentro del perímetro de la muralla -probablemente campos de pastoreo de cultivo útiles en casos de asedio-, y los templos poseen amplios y numerosos patios, pero el acceso a éstos estaba vetado a los habitantes, al igual que las dependencias y los espacios sagrados, separados del resto e la urbe por murallas, pese a que toda la ciudad pertenecía a la divinidad. No existía la separación del espacio urbano en áreas sagradas y zonas profanas como en Grecia.
Algunos autores griegos antiguos ya sostuvieron que el espacio público, en concreto, el ágora, constituía un rasgo propio de la ciudad griega que la distinguía de la mesopotámica.
Sin embargo, dicha afirmación se ha matizado.

La búsqueda de espacios públicos orientales no debe llevarse a cabo en el sur sino en el norte de Mesopotamia. Las capitales asirias y neo-asirias, desde la segunda mitad del segundo milenio hasta la caída de Asiria hacia mediados del primer milenio, se fundaron y se construyeron siguiendo parámetros pertenecientes a las ciudades sureñas anteriores. Murallas, palacios y templos dotados de un zigurat caracterizaban las ciudades asirias. Sin embargo, éstas poseían un espacio inexistente hasta entonces: espacios públicos ajardinados, distintos de los jardines (¿colgantes?, es decir situados en promontorios) palaciegos. Ambos jardines debían ser parecidos, profusamente dotados de una gran variedad de árboles, incluso frutales. Los jardines imperiales solo podían ser disfrutados por el emperador, no así los públicos: áreas dentro de la trama urbana, en encrucijadas de calles, como plazas centrales actuales, que liberaban espacios ante algunos templos. Ninguna construcción los afeaba o constreñía. Tampoco eran espacios residuales sino bien planificados dentro de una trama a menudo ortogonal en las ciudades fundadas neo-asirias. El acceso a estos espacios colectivos era libre.

Pero dichas "áreas verdes públicas" se distinguían del ágora. El ágora no tenía un dueño. Pertenecía a la colectividad, a todos los ciudadanos (que no constituían la totalidad de la población, es cierto, por lo que mujeres y esclavos no podían disponer de este espacio central). Era el "gobierno municipal" que se encargaba de la urbanización y el mantenimiento del ágora. Mientras, el jardín o el parque urbano asirio era un regalo del emperador, que cedía el usufructo a la colectividad.
Por otra parte, así como el ágora, pese a los templos dedicados a dioses que velaban por el comercio y el trabajo, y a monumentos a héroes de la ciudad, era un espacio profano -por el que cualquier ciudadano podía pasear-, el espacio de toda la ciudad mesopotámica pertenecía a los dioses quien delegaban en el emperador el cuidado de dicho espacio. Así, el emperador asirio ofrecía un espacio a sus súbditos que no le pertenecía en propiedad, sino que le había sido confiado por el cielo, lo que seguramente debe reflejar una creencia cierta. De este modo, todos los ciudadanos podían beneficiarse de la generosidad divina y dar gracias al cielo honrándolo ritualmente.

JULIA HOLTER (1984): CITY APPEARING (2013)

JEFFREY LEWIS (1975): BACK TO MANHATTAN (2015)



Sobre este retratista nortemaricano (cantante y dibujante de "cómics") de Manhattan véase su página web

domingo, 15 de noviembre de 2015

Capricornio



Un conocido pequeño relieve asirio, del siglo XIII aC, obtenido por la impresión de un sello-cilindro, representa probablemente un templo en la capital del Imperio Asirio, Asur. La imagen muestra la fachada del templo, flanqueada por dos altas torres carenadas que tocan gruesas nubes arremolinadas. La parte central, más baja, acoge la puerta de entrada. Ésta, abierta, permite contemplar el altar principal de la divinidad. Frente a las torres, dos animales yacen estirados con la cabeza bien erguida. Parecen los guardianes del templo. No se puede saber si son estatuas o animales reales.
Estos animales son curiosos. Toda la parte delantera corresponde a una cabra de altos y tiesos cuernos, la parte trasera, en cambio, termina en una cola. Son animales fantásticos, seres híbridos, que aunan poderes o virtudes de dos reinos animales distintos.
Estos guardianes son una mezcla de cabra y de pez, posiblemente de carpa (el pez de agua dulce más grande en Mesopotamia).
La cabra es una animal de monte. Sube con plena seguridad por montes escarpados. No existe dificultad en un camino ascendente que se le resista. Los cuernos apuntan hacia el cielo. La cabra es una animal esencial para la vida. Su leche es una fuente básica para la vida. En Grecia, el dios padre Zeus fue alimentado por una cabra. El cuerno de ésta proporcionaba los mismos bienes que su leche. Se trataba del cuerno de la abundancia que el dios de los ríos, Aqueloo, también poseía, lo que es significativo, porque apunta al mundo acuático.
Este mundo está en efecto presente. La carpa es propia de los ríos. Pero no se trata de un animal que solo vive en las profundidades. Las largas barbas bajo la boca demuestran su sabiduría. De hecho, las aguas en las que la carpa mora son las aguas de la sabiduría, las aguas originarias de cuyas profundidades emergieron el mundo y los dioses. Son las aguas en cuyo seno se formó en universo.
 El animal híbrido, mitad cabra mitad carpa es, por tanto, un animal sagrado, símbolo o manifestación de un dios supremo.
Este dios está emparentado tanto con las aguas originarias cuanto con las que descienden del cielo para fertilizar la tierra, como la leche que mana de las ubres de la cabra: se trata del dios Enki (Ea en el mundo asirio); dios de la agudeza, de las soluciones a los problemas, dios constructor y reparador del mundo.
Su inteligencia y su agudeza provienen de su madre, la diosa de las aguas primordiales. Los bienes que brinda caen del cielo en forma de benéficas lluvias, como bien las evocan las nubes tormentosas en lo alto de las torres del santuario de Ea en la capital asiria.
La relación de Ea con las aguas es sólida. Gracias a su madre, gracias a su palacio acuático, a su templo suspendido sobre las aguas, y gracias a las compuertas del cielo que controla. Enki o Ea es quien llena los canales con su líquido vital, que riegan la tierra. Sus sacerdotes se disfrazaban de peces. El silencio de los peces evocaba bien el carácter introspectivo, reflexivo de esta divinidad que calibraba, calculada, preveía problemas y soluciones.
Enki es un dios acuático. Se manifiesta en el cielo, a fin de asegurar a los hombres de su atenta presencia, a través de signos astrales ligados a las aguas: a través de Acuario. El animal que lo acompaña también tiene una manifestación astral: la constelación de Capricornio, situada junto a otras constelaciones ligadas a las aguas: Acuario, Delfín, Piscis, etc.
En la antigüedad, el sol atravesaba Capricornio en invierno, exactamente cuando el solsticio invernal (hoy dicho cruce ocurre en enero). En cuanto el encuentro se producía, llegaban las aguas de lluvia. Los días se alargaban. Despuntaba el año nuevo. Todo volvía como en los inicios. El mundo se renovaba. La tarea conformadora y restauradora de Enki/Ea llegaba a su fin. Pero Enki benéfico pero también turbio; agudo y astuto. Su naturaleza dual, que apuntaba hacia el cielo y la tierra lo acercaba a los humanos, a quienes ayudaba, pero también manifestaba la ambigua condición humana, capaz de construir y de destruir. Cuando el pezcabra (Capricorno) despuntaba en el cielo -un despuntar apenas visible debido a la ausencia de estrellas brillantes en su conformación-, se suspendía en tiempo. El orden antiguo se había agotado, el nuevo estaba aún por venir. Todo podía acontecer. La respiración se contenía.  
Estamos a punto de entrar en el signo de Capricornio. Esperamos que la renovación, la luz que el dios de las cabras y las carpas aporta se manifieste. Lo necesitamos más que nunca. Pero aún está por venir; si acontece.




Para Carlos, Bruno, Eric, Jorge, Arcadio, Quim, Luis (y la nuera de Judit)

sábado, 14 de noviembre de 2015