miércoles, 5 de diciembre de 2018

ROBERT MORRIS (1931-2018): OBSERVATORY (OBSERVATORIO, 1971. RECREADO EN 1977)













El fallecimiento reciente del escultor "minimalista" norteamericano Robert Morris -conocido no solo por sus cubos de espejos y sus relieves de fieltro, sino también por su evolución sorprendente, desde la negación de la estética, a principios de los años setenta, por ser una ciencia basada en conceptos caducos y en la importancia del gusto, hasta sus últimos (discutidos y discutibles) óleos inspirados por Miguel Ángel-, ha devuelto el interés por una obra primeriza que ya manifestaba la fascinación de Morris por culturas antiguas, en este caso, recintos sagrados de la Edad del Bronce, como Stonehendge, así como por los tells mesopotámicos, sumerios, principalmente.

La obra, instalada en medio de la naturaleza en los Paises Bajos, consta de dos grandes círculos concéntricos de unos noventa metros de diámetro. El acceso al círculo central, a través de un túnel que atraviesa el círculo exterior, permite contemplar el  orto y el ocaso cuando los solsticios y los equinoccios de primavera, verano, otoño e invierno, a través de estrechos cortes o pasos en el círculo interior (delimitado por un muro de madera cubierto por un talud de césped), y de un ángulo formado por dos placas cuadradas, hincadas a cuarenta y cinco grados en la parte superior del círculo exterior.
Una obra casi invisible que recuerda la influencia de las artes prehistóricas, anteriores al naturalismo, ligadas a las constelaciones, del arte "minimalista", cuyo sentido no es propio de este mundo, y que lo sagrado ronda las obras minimalistas, en apariencia sin referencias externas.

martes, 4 de diciembre de 2018

Estatuas

¿Esculpiríamos -moldearíamos- estatuas si fuéramos inmortales?

Los dioses no fabrican estatuas. Parece que no las necesitan. Autómatas sí tienen, como los que atienden el palacio de Zeus, obra del dios de la forja, Hefesto, pero son más bien máquinas, útiles, que estatuas.

En verdad, el Olimpo sí dispuso de una estatua de madera. La razón es ilustrativa de lo que, posteriormente, significarían las estatuas para los humanos. Atenea nació de la testa de Zeus, pero tuvo que ser criada lejos del Olimpo por Tritón, hijo de Poseidón, el dios de los mares y hermano de Zeus. Atenea no habría sobrevivido en el Olimpo, víctima de la furia y los celos de Hera, la esposa de Zeus, ya que era como una hija ilegítima. Zeus la concibió solo, sin la intervención de la diosa.
Atenea solía jugar con Palas, hija de Tritón. En tanto que diosa de la guerra -y de las artes: la destrucción que la guerra acarrea se compensa con la creación, recreación y restauración que las artes brindan, junto con la distracción que las artes aportan, logrando que nos olvidemos de los desastres de la guerra-, Atenea educó a Palas, su amiga, en las artes marciales. Un día en que jugaban a combatir, Atenea mató involuntariamente a Palas, distraída por la égida -un enigmático y ensordecedor traje compuesto por miles de testas de dragones aulladores. Desconsolada, Atenea talló una efigie de Pallas, que vistió, y adoptó el nombre de su amiga, llamándose desde entonces Palas Atenea. Mas, un día, inadvertivamente, el paladio -tal era el nombre de la talla- cayó desde el cielo sobre la ciudad de Troya, que lo adoptó como amuleto. Mientras el paladio permaneció en la ciudad, ésta fue invencible. Solo su robo por Eneas -que llevó el paladio a Roma, confiriendo a la ciudad eterna el dominio del mundo- , permitió que los aqueos tomaran y devastaran Troya.
El paladio estaba ligado a la muerte de Palas -que no era una diosa: las divinidades no son mortales. No necesitan sustitutos que las reemplacen cuando se desvanecen-. Actuaba como un doble. Ocupaba el lugar de Palas. El paladio era alimentado, lavado, cuidado y vestido como un ser vivo. Pues era (como) un ser vivo.

Las estatuas (humanas) pertenecen al arte funerario. Reemplazan al difunto. Sirven de cobijo a las almas de aquél. Ofrecen un cuerpo imperecedero en el que el alma puede insertarse y dejar de vagar como un alma en pena.
Las estatuas deben de cumplir funciones contrapuestas. Deben estar vivas, animarse. De ahí el ritual de la apertura de la boca, común en culturas antiguas como en Egipto y Mesopotamia, que consistía en deslizar un cuchillo afilado sobre los labios para que la estatua los entreabriera y pudiera respirar. Pero no podían desplazarse. Las piernas debían estar bien unidas o sujetas. Si éstas se separaban, la estatua debía adoptar una posición firme, debía formar.  Existían estatuas que se movían, ciertamente. El mítico Dédalo, inventor de la estatuario griega, era célebre por sus estatuas tan realistas que parecían estar a punto de ponerse a caminar. Por eso, cuenta Platón, se las encadenaba para evitar que se mezclaran con los humanos. Las estatuas debían estar vivas, pero no podían actuar como los seres vivos, so pena de confundirlos. Solo se fabricaban cuando eran necesarias: servían para marcar el emplazamiento de una tumba, para recordar al difunto, y para mantener vivo su recuerdo, su alma. Las estatuas, al igual que todas las imágenes, solo cobran vida, solo existen cuando y porque desaparecemos.
Pero, en ocasiones, las estatuas irritan. Son inmutables. No sufren. Se mantienen siempre en pie. El tiempo no las afecta. Son inmunes a los estragos de ésta. Parece que se encaran con nosotros para echarnos en cara, y quizá burlarse, de nuestra mortal condición. Las estatuas, si no se desplazan, no mueren: ,o mueren mientras creemos que nos mantienen en vida. Las culturas descreídas tampoco necesitan estatuas. Mas bien las temen.
Ante la firmeza de las estatuas puede ocurrir que reaccionemos. La iconoclastia o destrucción de imágenes y, en particular, de estatuas -retiradas, mutiladas, derribadas, decapitadas, reducidas a polvo- revela el respeto -o el miedo- que nos inspiran. también denota la decepción qu sufrimos cuando la estatua -que no queremos que se mueva, por temor- permanece inmutable y no desdeña en responder a nuestras plegarias; cuando nos falla -aunque si la estatua reacciona, como la mítica Venus de Ille, un bronce del que se enamoró un humano que, lívido, se vio, sorpresivamente, correspondido, el pavor nos invade. No soportamos su eterna presencia que nos devuelve, como en un espejo, la imagen de nuestra condición moral. Como la madrastra preferimos destruirlas antes que reconocer que, cuando ya no estemos, una estatua nos sustituirá y que viviremos en el recuerdo a través de esta efigie. Nuestros rasgos serán sustituidos por los eternos rasgos incólumes de las estatuas. Éstas son lo que querríamos ser. Seres que doblegan el tiempo -y que no necesitan remedos como las estatuas.

domingo, 2 de diciembre de 2018

SALVADOR AZARA (1886-1934): MISERERE (1921)




Junto con Oscar Esplá, a quien admiraba, Salvador Azara es otro compositor español -religioso y profano- olvidado.

Muerto a los treinta y siete años de edad, seguidor de Wagner, Debussy y Schonberg, consideraba, como Proust, que el músico es el artista que trabaja en el vacío pues su obra se desvanece cuando se percibe, de la que solo queda el recuerdo, según comenta su excelente biógrafo, Antonio Ezquerro.

Miserere, recuperada hace apenas tres años, es su obra más celebrada.

OSCAR ESPLÁ (1886-1976): EN EL HOGAR (1905-1909)



Excelente y olvidado compositor español.
Se exilió durante la Guerra Civil pese a ser republicano y no pudo regresar a España hasta los años 50 tras tener que vender todos sus bienes para pagar una multa imposible de cubrir. Vivió los últimos años de encargos como los que recibió de la UNESCO.

Habitar el Mediterráneo (IVAM, Valencia, diciembre de 2018-abril de 2019. Textos de catálogo y exposición)


TEXTOS PANELES


“Simultáneamente hamítica, semítica, aria incluso, pagana, judía, cristiana y musulmana, al mismo tiempo africana, asiático y europeo, un continente que no tiene relación con nuestra manera habitual de medir el tiempo y es espacio, ya que África empieza en los Pirineos y la Edad Media sobrevive aquí con las ofertas contemporáneas más atractivas, simultáneamente romana y cartaginesa, alejandrina y hebraica, helénica y catalana, el escenario de contrastes por excelencia, la fértil tierra madre de mitos y espejismos.” (Susan Sontag)

Más allá de la idílica visión del mar Mediterráneo que retrataran los pintores norteños, fascinados por la luz, de principios del siglo XX, el Mediterráneo engloba una superposición, una mezcla y una confrontación de lenguas, culturas y religiones desde los inicios de la historia. Se trata también de un marco urbano, compuesto por ciudades históricas, destruidas y reconstruidas, por aglomeraciones ilusorias de vacaciones, y por campamentos de quienes no tienen acceso a la ciudad. El Mediterráneo acoge a ciudadanos desde la Grecia antigua, pero la ciudad democrática clásica funcionaba con asambleas de unos pocos ciudadanos libres, sin que mujeres y foráneos tuvieran voz y voto, así como con el trabajo de esclavos. El mar Mediterráneo sigue siendo hoy un mar de fondo.
Habitar el Mediterráneo es una exposición con un mosaico de imágenes, de obras de la antigüedad y contemporáneas, de artistas de todas las riberas, que traducen la compleja, contradictoria, inclusiva y excluyente imagen de pueblos y ciudades, levantados con muros que ceden el paso o que amurallan.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Habitar el Mediterráneo (Exposición en el IVAM, Valencia, diciembre de 2018-abril de 2019)






















































































































Fotos: Tocho, noviembre de 2018

Propuesta: José Miguel Cortés
Dirección: Pedro Azara
Diseño del montaje: Pedro Azara & Tiziano Schürch
Coordinación: Marta Arroyo

Exposición temporal sobre tipos de hábitats y de maneras de habitar comunes en el Mediterráneo, ayer y hoy: espacios de acogida, cerrados o de reclusión, para ciudadanos y rechazados; ciudades vividas y habitables, y remedos de ciudad, desde campamentos de refugiados temporales o casi permanentes, hasta ilusorias ciudades de vacaciones.
Una imagen, que el arte produce o refleja, con luces y sombras de modos de construir y de habitar que integran o excluyen.
Una cuarentena de artistas contemporáneos sirios, libaneses, palestinos, israelitas, egipcios, argelinos, franceses, italianos, albaneses y españoles ofrecen una mirada tierna, irónica o desencantada sobre comunidades abiertas o cerradas, sobre la hospitalidad, la cerrazón o la sinrazón.
Un montaje con andamios cubiertos de mallas utilizadas en la construcción organizan económica y sencillamente el espacio, evocando un mundo permanentemente en obra, apuntalado, caído y reconstruido, un mundo frágil aunque no dejado.

Habitar el Mediterráneo, a propuesta del director José Miguel Cortés, abre los actos que celebran el treinta aniversario del primer museo de arte moderno en España.

La exposición se complementará con un seminario sobre la arquitectura y la ciudad frágiles, en el mes de marzo, y un ciclo de cine a principios del mes de febrero