miércoles, 22 de febrero de 2023

La formación del arquitecto

 A partir de la Alta Edad Media, el arquitecto (una figura confundida con la del promotor y el constructor) se formaba en un taller (una logia) que formaba parte de un gremio (el gremio de tallistas). No se sabe a fe cierta cómo se formaba el proyectista -si es que esta figura existía- antes del año mil en occidente.

A imitación de los salones literarios, existentes ya desde finales de la Edad Media (a menudo dirigidos por mujeres nobles), se fundaron, a partir de finales del siglo XVI, en algunos países europeos, las academias, un nombre que rememoraba la academia platónica y el liceo peripatético (la escuela o academia aristotélica). 

Recordemos que la academia platónica se hallaba en un bosque sagrado dedicado al héroe ateniense Academo (nombre que incluye el sustantivo griego demos, comunidad), liberador de Atenas del tirano Teseo. La academia era un espacio de libertad (de expresión), libre de los dogmas sobre cómo obrar, para centrarse en discutir sobre la necesidad e idoneidad del obrar: un alto en el cambio, una pausa para recapacitar sobre lo que se hace, una vuelta atrás sobre lo que se ha hecho, antes de que sea demasiado tarde. 

Entre las academias, destacaba la academia de arquitectura, una sociedad (masculina) en la que los arquitectos dejaron de discutir sobre temas o problemas técnicos (que se trataban en los talleres y en el propio el gremio de arquitectos o constructores), para reflexionar sobre el sentido, la finalidad, el alcance de la obra. Ya no se debatía sobre cómo obrar, sino porqué obrar. Los fines y no los medios (que tenían otras vías de estudio o aprendizaje) fueron el objetivo de las academias (y de las logias francmasónicas).

Las primeras escuelas de arquitectura, ligadas a las academias militares, en el siglo XVIII, incluyeron las aportaciones tanto gremiales cuanto académicas. Se estudiaba cómo apuntar o apuntalar un edificio (la academia formaba a artificieros, entre otras profesiones), pero también porque construir o destruir, el sentido de la acción. El equilibrio entre la práctica y la teoría se mantuvo hasta principios del siglo XXI. Hubo incluso escuelas de arquitectura que prescindían de las enseñanzas proyectuales en favor de las humanísticas (como la escuela de arquitectura de Montpellier, en manos de filósofos). La escuela de Barcelona daba tanta importancia a las asignaturas teóricas como a las prácticas o técnicas. La universidad se basaba en un conocimiento universal que incorporaba  lo que el hacer y el pensar, la acción y la contemplación o reflexión aportaban. 

Los cambios en los estudios universitarios  europeos a principios del siglo XXI trastocaron el equilibrio en España. Los colegios profesionales a los que era (y sigue siendo) obligatorio inscribirse (y cotizar) so pena de no poder construir, exigieron mantener el férreo control sobre la vida profesional. No concebían ni permitían que un arquitecto no fuera un técnico. Las escuelas de arquitectura tuvieron que someterse. Formarían a profesionales que deberían inscribirse en el gremio para poder ejercer. Las escuelas de arquitectura, que formaban parte de la universidad, donde se actuaba y se reflexionaba, se convirtieron -se resignaron, se degradaron quizá- en escuelas de formación profesional. Los estudios superiores estarían supeditados a la práctica profesional. Formarían a profesionales al servicio de los talleres o estudios de arquitectura que tomaron el mando de las escuelas de arquitectura. El mundo académico, que invitaba a distanciarse de la práctica diaria, para reflexionar sobre la misma práctica, su idoneidad, su necesidad, su finalidad, quedó relegado. El equilibrio entre gremio y academia se quebró. Fue el retorno de la edad oscura, la vuelta a la Edad Media.

Una nueva ley universitaria, homologada con las leyes europeas, trata de devolver la universidad -que es un centro de reflexión, no de formación profesional- a la academia -sin menoscabo del gremio. La práctica ya no sería la finalidad última de los estudios. El estudio del sentido del obrar, y no la práctica del obrar, saber porque se trabaja, qué aporta y en qué incide en la vida, la reflexión sobre el hábitat y el habilitar el mundo, sobre la construcción del mundo, sobre su imagen y su significado, deberían volver a ser centrales en unos estudios de arquitectura -una palabra compuesta griega que significa el estudio de los fundamentos, de la creación-. ¿Conseguirá la universidad dejar de ser exclusivamente un centro profesional para volver a ser también un centro de reflexión? Por ahora, no parece que esta transformación pueda suceder. Los gremios han sacado las uñas. No quieren perder el control de una profesión entendida no como un conjunto de saberes sobre el lugar del ser humano en el mundo sino como un conjunto de recetas para someter y apoderarse del mundo.  


Para J.J.F.F y M.R.V. 


martes, 21 de febrero de 2023

La nueva ley universitaria y la arquitectura

 


La nueva ley universitaria española trata de resolver la precariedad laboral de los profesores asociados.

Quienes sea doctores podrán optar a un concurso de méritos para pasar a ser ayudantes de doctor con dedicación plena y sueldo acorde, quien no sea doctor pero quiere y confía serlo, podrá optar por ser profesor sustituto por tres años sin limitación de horas contratadas, cobrando por las horas contratadas, y quién quiera seguir teniendo una doble actividad, externa e interna, podrá seguir teniéndola, indefinidamente, con una reducción horaria, pero evitando tener que impartir clases en los primeros cursos, más exigentes y duras, para concentrarse en talleres, en grupos pequeños en los últimos cursos y en master. 

La ley, sin embargo, sólo podrá aplicarse si se obtiene suficiente financiación para dotar de plazas necesarias y sueldos acordes, y si las comunidades destinan a educación los fondos recibidos.

Pero no se trata de defender o condenar la ley. Sabios tiene la ley.

Las asignaturas de proyectos son centrales en los estudios de arquitectura.

Proyectar implica cierta decisión, y fuerza. Es un acto violento. Significa lanzar un ente a cierta distancia , que atrae, ordena (un verbo que conlleva una imposición, cierto sometimiento), organiza, y subordina el espacio alrededor suyo. Un proyecto es un proyectil que modifica el entorno. Un proyecto acarrea consecuencias. Y éstas deberían medirse. Con comedimiento. Medir conlleva contención, y suspensión. Detenimiento, para detener, quizá, una acción cuyas consecuencias pueden ser irreversibles. 

El plan de estudios de arquitectura de 1972 incluía una asignatura titulada deontología -que algunos estudiantes considerábamos prescindible y tratábamos de superar sin ir a clases y copiando, una prueba de la perspicacia que teníamos entonces. Deontología significa el estudio (logos) de los deberes (deontoi) que acarrea toda acción. La deontología estudia lo que falta, lo que se tiene que emprender para cubrir las faltas, sobre las faltas que se tienen que solventar, las necesidades que atender, la importancia, alcance y consecuencias de lo que llevamos a cabo para responder a lo que nos falta. La deontología tiene que ver con el deseo, y con la creación. Esta asignatura desapareció.

Aprender a proyectar es necesario. Pero aprender a valorar porque se proyecta, y qué consecuencias implica nuestra acto, también lo es. Posiblemente tenga igual importancia. La reflexión exige la suspensión de la acción. Saber no solo cómo proyectar sino si se debe proyectar y a qué precio.

Abrir los ojos sobre el impacto de nuestra acción, una tarea que incumbe tanto a la estética, que ayuda a percibir lo que nos rodea, y lo que hemos obrado, cuanto a la ética, que conlleva la valoración  -su necesidad, oportunidad, finalidad- del acto que vamos a llevar a cabo o que hemos realizado: tales deberían ser las finalidades u objetivos de unos estudios sobre la “creación” arquitectónica, sobre su oportunidad y su impunidad, sus fines y sus consecuencias.

Deberíamos aprender y enseñar a obrar y a reflexionar sobre el obrar. Quizá ante todo.

La reflexión debería ser previa a la acción, o consustancial con ésta. La teoría no es posterior sino posiblemente previa a la acción. ¿Proyectar es necesario? A esta pregunta no hemos sabido -o no hemos querido, no nos hemos atrevido quizá- responder. Hacer arquitectura podría ser reflexionar sobre los valores y consecuencias de la construcción. Enseñar si se tiene que proyectar. Aunque puede que temamos la respuesta

lunes, 20 de febrero de 2023

SAYED HAIDER RAZA (1922-2016): PUEBLOS (VILLAGES)




























Los pintores suelen a veces Till utilizar unas pocas palabras, unas mismas palabras para titular sus cuadros. Pueblo es la palabra más recurrente en el llamado padre del arte moderno hindú, un arte no solo miraba hacia el arte moderno europeo y norteamericano.

El pintor hindú Sayed Haider Raza, formado en París tras años de estudio en Bombay, combinó el arte de la miniatura islámica hindú con influencias de la llamada Escuela de París y la abstracción norteamericana, oscilando entre el expresionismo y el arte geométrico. Sus casas se mezclen con la tierra y el cielo, como si resultaran de ls conflictiva frontera entre ambos mundos, o flotan, formas cúbicas perfectas, en un especio indiferenciado, como si fueras construcciones aéreas o celestiales. 

Una exposición en París recuerda a esta pintor poco conocido en Europa pese a haber vivido los años de replanteo de las formas del arte tras la Segunda Guerra Mundial, aunque regresaría a la India. En este breve reseña no se destacan sus hermosas composiciones abstractas deudoras de la abstracción colorista islámica -o de Torres García, otro pintor entre la urbe y la abstracción, la arquitectura y la geometría- más que de la abstracción propiamente geométrica. 


https://www.centrepompidou.fr/es/ressources/personne/cn7aqxr


 

domingo, 19 de febrero de 2023

MAN RAY (EMMANUEL RADNITZKY, 1890-1976): ARQUITECTURA












































Después de todo, el artista (fotógrafo, sobre todo) norteamericano apodado Man Ray rechazó una beca para estudiar arquitectura en favor de una ayuda para estudiar pintura, por lo que asociar a Man Ray con la arquitectura (o limitarlo a su obra arquitectónica y urbana) parece gratuito o caprichoso. 

Mas, habiendo vivido en París, Nueva York y Los Angeles, algunas de las imágenes urbanas más fantasmagóricas son suyas, independientemente de la ciudad que retratara, unos paisajes urbanos inquietantes, ciudades amenazantes que ponen en jaque la visión luminosa de la ciudad moderna en favor de un mundo casi de tinieblas , entre las que se encuentran las que produjo sobre el sombrío parque Güell de Antonio Gaudí en Barcelona (que merecerían una pequeña exposición independiente, si no estuviéramos cansados, al menos en Barcelona, de muestras sobre este arquitecto), con árboles muertos como agónicas nervadas garras salidas de la tierra reseca.