sábado, 12 de marzo de 2011

El centro y la periferia


Los dioses paganos no pueden ser estudiados aisladamente. Por si mismos asumen funciones diversas, incluso antitéticas:  La diosa griega Atenea, protectora de la ciudad de Atenas, por ejemplo, era considerada la diosa de los arquitectos, las carpinteros y las tejedoras (una labor que en Grecia antigua corría a cargo de las mujeres), por tanto, una diosa que velaba por la construcción de espacios y enseres útiles para la vida, pero también era una diosa guerrera, destructora, que siempre blandía una lanza. Por su parte, Afrodita (o Venus) era conocida como la diosa del deseo, tanto positivo (la atracción) cuanto negativo (el rechazo, la ruptura, el enfrentamiento).

Apolo es también una divinidad que posee más de un recurso: es el dios de la poesía y la música que fascinan y calman, y de la caza que mata; arquitecto, cuando edifica templos y altares, y guerrero. Sus capacidades son amplias, múltiples y, en apariencia, contradictorias: como Atenea, construye y destruye, espacios y humanos a los que alza e instruye, o abandona.

Tradicionalmente se ha puesto a Apolo en relación ya sea con Hermes (Mercurio, en Roma), o con Hestia (Vesta). Hermes es el dios-viajero: protector de los caminos y de los viandantes; vela sobre quienes viven en la carretera, desde los comerciantes hasta los traficantes. Suyo es el espacio abierto pero ordenado. Señala la vía correcta, incluso bajo la forma de "un" hermes, es decir, de un mojón monolítico, coronado por un busto de Hermes, situado en los cruces de caminos, para ayudar al viajero a encontrar el camino correcto. Mientras, todas las vías sobre las que Hermes reina parten de un punto, un altar, por ejemplo, cuyos cimientos han sido depositados por Apolo.

Pero Apolo también es un explorador. En los inicios del mundo, como bien cuenta el Himno homérico a Apolo, llegó a tierra firme desde su isla natal de Delos para recorrer un mundo hasta entonces virgen: la selva cubría toda Grecia: no existían caminos; nadie había hollado el suelo. Fue Apolo quien, a medida que avanzaba, dejaba huellas perdurables a su paso, que ayudarían a los hombres en el futuro, cuando éstos fueron creados, a no perderse por un territorio hostil. El arco que Apolo manejaba con destreza también la ayudaba a abrirse camino, y a apuntar -toda flechas una señal- hacia dónde quería proseguir.
Este dios aventurero, dueño de las espacios abiertos, se contraponía con Hestia, la diosa del hogar. Ésta equilibraba las ansias de Apolo de ir siempre adelante. Hestia velaba por el fuego sagrado doméstico y urbano. No salía nunca de casa. Siente sentada cerca de la lumbre, constituía o ejemplificaba los valores de centralidad, de seguridad que el hogar representa. Apolo sabía que podía partir hacia lo lejos porque podía regresar siempre a un lugar seguro: Hestia siempre lo acogería. Los espacios abiertos y cerrados, públicos y privados, domésticos y  colectivos, civilizados y salvajes estaban controlados alternativamente por ambas divinidades, que se necesitaban o se complementaban. El hogar no era una cárcel gracias, precisamente, a la apertura que Apolo introducía, los aires renovadores, venidos de fuera, que traía cuando retornaba tras sus exploraciones.

Apolo tenia una hermana gemela: Ártemis o Artemisia (conocida, en Roma, como Diana, siempre calificada de cazadora). La caza también era un arte que Apolo conocía a la perfección. Sin embargo, ambos hermanos asumían funciones distintas aunque relacionadas.
Apolo siempre partía de un espacio central. La isla en que nació no era sino un espacio diminuto, un punto en el ponto. Isla errante, a la merced de las corrientes, Apolo la sentó firmemente al fondo del mar cuando nació, y la convirtió en el punto de partida de su periplo. Es más, apenas hubo cumplido un día, levantó un altar en honor de su padre Zeus, en Delos, de manera que la nueva centralidad de la isla se hacía visible. Desde entonces, la ronda de las Cícladas, que dibujan un círculo en el Egeo, fue encabezaba por la otrora isla Delos a la deriva.
Igualmente, Apolo, al llegar a la Grecia continental buscaba un lugar donde instalarse. La exploración del territorio no estuvo motivada tanto por la curiosidad sino por la búsqueda de un lugar central en el que edificar su santuario y desde el cual edificar o educar a los seres humanos siempre perdidos. Apolo quería ser como Hestia; y, de hecho, Hestia se asentaría en el corazón del templo de Apolo en Delfos, sentándose en el ónfalo (el ombligo del mundo -nunca la centralidad de Delfos estuvo tan bien marcada-, representado por una piedra de perfil alabeado),  asumiendo, simbolizando las virtudes del espacio interior.
En su búsqueda de un centro desde donde organizar o alumbrar el mundo, Apolo se oponía a su hermana Ártemis. Ésta, en tanto que diosa de la caza, para quien las fieras no tenían tenían ningún secreto, y que era capaz de rendirlas y reducirlas (ante su fuerza o su encanto) -era la diosa de las fieras, una figura que existe en muchas culturas-, Ártemis vivía en los márgenes del mundo civilizado. La selva constituía sus dominios. Pero no desconocía las tierras cultivadas, ordenadas, ya que su control de las alimañas redundaba en beneficio de los humanos civilizados por Apolo). Las mismas jóvenes, antes de desposarse -de entrar a formar parte de un nuevo hogar- tenían que rendir culto a Ártemis a fin de evitar que el carácter arisco hasta entonces asociado a las muchachas, desconocedoras de los valores de connvivencia ya que habían estado educadas ajenas al mundo, se propagara ñponiendo en peligro el futuro hogar.
Entre Apolo y Ártemis controlaban el centro y la periferia del mundo habitable y habitado. Sin ellos, sin su labor conjunta, la tierra hubiera sido un infierno, un lugar invivible. Hacía falta que se organizaran centros de acogida y que se definieran bien las fronteras entre las zonas habitables y selváticas. Divinidades que garantizasen que los centros serían estables, perdurables, y las fronteras seguras (libras de alimañas) eran necesarias si se quería que los humanos pudieran vivir como humanos y no como fieras o como fantasmas.

Apolo instituyó normas de convivencia en los espacios centrales que acotó; Ártemis veló, sin dudar en recurrir a la violencia si era necesario, para que nada turbara esos lugares. Centro y límite: las dos condiciones que acotan el espacio que los humanos podemos ocupar con seguridad, separados de los salvajes y los muertos -que moran más allá de los confines-, y asentados en un lugar preciso, sin convertirnos en seres errantes, desamparadas, descentrados.

Ártemis y Apolo, buenos hijos de Leto, la diosa de los alumbramientos y de la luz, de la vida y del cerco de luz que sus hijos supieron preservar. 




   

1 comentario:

  1. A modo de comentario específico y minso, debo decirte que siempre me ha fascinado cómo los poetas escribieron 'acerca de' los sentimientos de los dioses y sus anhelos. ¡Es tan tremendamente humano todo...!

    Bajo la palmera nacieron de Leto, recuerdo que justo allí hablaban unos alumnos (Marta, si no recuerdo mal) de libaciones...

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