Se escucha a menudo, estos días, la frase: "prefiero que roben los míos". Incluso la pronuncian conocidos.
La frase es interesante. Significa que existen dos tipos de robos: los que ejercen los míos, y los otros. Entre ambos robos, el robo de los míos es preferible. Es aceptable, o aceptado.
Lo importante, por tanto, no es el robo, sino quien lo ejerce. La calificación de la acción, su moralidad, en suma, viene determinada, no por el acto "en sí", sino por quien lo lleva a cabo. Ni siquiera la intención tiñe la categoría del acto. Tampoco la posesión o el conocimiento de determinado saber o de ciertas reglas, o la adscripción a un determinado grupo justifica el acto. Lo único que cuenta es, ciertamente, la inclusión a un grupo: el mío, el nuestro. Nuestro clan.
Existen así buenos y malos robos. El robo no siempre es condenable. Su calificación depende del agente.
Los míos -y yo- podemos robar, sin duda, pero se trata de un robo de algún modo perdonable. Lo que otorga cierta virtud a la finalidad del acto es la condición del ejecutante: es de los míos, o soy yo.
Robar, así, es posible, siempre que el robo se realice entre nosotros. ¿A quién se roba? ¿A nosotros, o a ellos? No parece importar. Lo que cuenta es la causa eficiente. Ésta desactiva cualquier juicio negativo.
Por tanto, los nuestros están por encima del bien y del mal. Obren bien u roben, siempre actúan bien o de manera aceptable.
Del mismo modo que los filósofos, según Platón, podían mentir -puesto que eran filósofos, los nuestros pueden robar porque son "de los nuestros".
Este tipo de calificación no es nueva. Existe en las cofradías, las sectas, las iglesias, las fratrias; y las mafias. La legitimidad viene del grupo. Una curiosa vuelta a la ley clánica, pre-urbana -en la ciudad se tiene que compartir, la única manera de vivir cerca, de cohabitar, sin enfrentamientos; en la ciudad rige la ley humana-. El retorno a la selva.
La razón no es muy "católica", tampoco. Pese a que el Hijo de dios se encarnó para redimirnos, y que existe el perdón de los pecados, la duda sobre la bondad de los actos no deja de embargar al católico. ¿Es justo actuar? ¿Qué consecuencias acarreará mi gesto?
Pero no al protestante. ¿Por qué? Por la noción de gracia. El protestante está en gracia de dios. Por tanto, está legitimado para emprender cualquier acción. La gracia le redime; santifica al agraciado. La gracia justifica todo lo que se haga. Posiblemente, el robo, incluso. Se piensa, si se roba, que el robo debe de formar parte de la economía de dios. No caben dudas ni golpes de pecho. Antes bien, se puede, se tiene que ir a pecho descubierto, con la cabeza bien alta; la gracia divina ilumina las acciones más oscuras.
La legitimidad del acto pertenece, así, al orden de lo sagrado. No se puede cuestionar. Es dios quien ha decidido sobre la conveniencia del acto.
Obviamente, la gracia solo incumbe a los que son como nosotros, son nuestros.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
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De ahí la obsesión por apropiarse de la Inspección Técnica de Valores.
ResponderEliminarSaludos,
Santiago
En vez de cargarse de razón o razones, entre otros motivos, para conceder la razón al otro cuando se reconoce que el "otro" la tiene, lo que se busca es presentar a la razón del lado de uno. En verdad, pensar el mundo en "unos" y "otros" es la "razón" del problema. No existen unos y otros. Son creaciones nuestras, interesadas, sin duda
ResponderEliminarDe esto al "matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos" hay un paso. En fin, que no hemos aprendido nada de los cátaros.
ResponderEliminarLa coloración religiosa de las consideraciones sobre "los míos y los otros" está presente y es visible. y eso es lo aterrador. Cuando uno piensa que tiene a dios -un único dios- de su lado....
ResponderEliminarGracias por el comentario.