“No todo al comienzo enseñaron los dioses a los hombres,
mas, con el tiempo, buscando ellos lograron lo mejor” (Jenófanes, 10 -16D-)
“Sería un absurdo creer, que la
ciencia del gobierno de la ciudad, o la prudencia acerca del mismo, es la más
alta de todas las ciencias, si no se creyese al mismo tiempo que el hombre de
que se ocupa es lo más excelente que hay en el universo.” (Aristóteles, Moral
a Nicómaco, VI, 5)
Mediterráneo. De los enigmas del mundo al misterio del
alma: Para bien o para mal, según como juzguemos la historia, somos, hoy,
personas urbanas, descreídas y angustiadas o ensimismadas gracias a lo que, en
contacto con el Próximo Oriente y con Egipto, aconteció en el mundo griego,
entre los siglos VI y IV aC, y en el Imperio Romano imbuido de helenismo.
De pronto, los mitos pasaron de contar la verdad acerca del pasado, a contar verdades… indemostrables, como si
éstas solo se aplicaran al mundo de los sueños; verdades necesarias, sin
embargo, para mantener las esperanzas de los humanos. Pero la mirada descreída
se impuso.
Así, en las costas de Jonia, hoy en Turquía, en contacto con
los imperios orientales y quizá egipcio, y de la Magna Grecia, en el Sur de
Italia y en Sicilia, pensadores como Tales y Heráclito dejaron de creer que el
universo era una creación divina para pensar que era el fruto de la acción de
elementos primordiales: agua, tierra, aire, fuego. Los mitos ya no explicaban
el origen y el sentido del cosmos, sino que éste, juzgado como un enigma, un reto al que el ser
humano se enfrentaba, tenía que ser solventado sin intervención sobrenatural
alguna. Los dioses aún existían (aunque algunos pensadores, desde el s. VI, pusieron
en duda o su realidad, o consideraron que eran una invención humana, solo útil
para unir a los humanos en ritos comunes), pero ya no era necesario recurrir a
ellos para tratar de comprender la lógica del universo.
Las relaciones entre los dioses y los humanos no fueron las
únicas que cambiaron. También se trastocaron las relaciones intersubjetivas.
Las ciudades no fueron inventadas por los griegos, pero la ciudad griega, a
diferencia de la oriental, incorporó casi siempre un espacio nuevo: el espacio
público, la plaza pública, el ágora, un lugar central en la vida de la ciudad
que no pertenecía a reyes o sacerdotes (que ya no existían en Grecia), ni
estaba entregado enteramente a poderes sobrenaturales, sino a la comunidad: un espacio de intercambio
de bienes y de ideas, lugar de discusión y mercadeo, en el que la ciudad
exhibió sus valores. Así, La Paz, la Abundancia y la Prosperidad, y la
Justicia, que la ciudad traía y garantizaba, fueron personificadas en el ágora,
junto con figuras heroicas y divinas que daban fe de las transacciones
comerciales y espirituales que acontecían en el corazón de la urbe. Algunas de
las sedes filosóficas principales tuvieron cabida en este lugar.
Desde Platón (s. IV aC), los “héroes” no eran los más
fuertes físicamente sino los que no temían a la muerte, los que incluso la
buscaban. El cuerpo ya no era entidad, sino que el alma (la psique) era lo más
valioso y representativo del ser humano, lo que perduraba después de muerte y
tenía que ser preservado.
El alma se manifestaba también en vida. Despuntaba en los
ojos, de los enamorados sobre todo, cuya mirada brillaba. Un nuevo arte –el
retrato-, inexistente hasta finales del s. IV aC, tuvo como fin captar y
reflejar la mirada emocionada, y nuevos dioses, desde Isis hasta Jesús, muy
distintos de las divinidades tradicionales, más comprensivos con las miserias
humanas, aparecieron, sobre todo en la parte oriental de Imperio romano. Tenían
como razón de ser salvaguardar el alma y asegurarle la vida eterna. La vida interior,
tan enigmática como la estructura del cosmos, era el nuevo universo al que se
enfrentaba el sabio.
Mediterráneo. Del mito a la razón (ss. VI aC- IV dC)
es una exposición, producida por la Fundación “la Caixa”, con unas ciento
setenta obras plásticas y literarias greco-latinas (estatuas, relieves,
cerámicas, frescos, mosaicos y joyas), procedentes de museos europeos, entre
los que destacan colecciones públicas y privadas de Grecia. Trata algunos de
los cambios duraderos, llegados hasta nosotros, en la concepción y percepción
del mundo celestial y terrenal, divino y humano.
De un Mediterráneo explicado a través de los viajes míticos
de Ulises, Jasón y Heracles –héroe mediterráneo, y dios común a la mayoría de
los pueblos ribereños-, se pasó a una ordenación cuadriculada del espacio
humano, a una urbanización del mundo, propia de las ciudades coloniales
griegas, y a una concepción del ser humano, dotado de un alma, que asumió las virtudes
y las vicisitudes de los antiguos héroes que aun sobreviven en nuestro
imaginario.
La muestra se completa con la recreación del ágora ateniense
en época de Pericles, y con la audición de textos clásicos que hubieran podido
pronunciarse en el centro de la ciudad.
“Los héroes han perdido la gloria, los sabios sus
discípulos. Las gestas, si no existe un pueblo lo bastante noble para
escucharlas, no son más que un golpe violento sobre una frente sorda, y las
palabras elevadas, si no resuenan en almas elevadas, son como la hojarasca cuyo
murmurio se ahoga en el lodo.” (Hölderlin, Hiperión)
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