venus (Afrodita, en griego) nació de una concha abierta en el mar, cerca de la costa de Chipre. El mar la alumbró tras haber sido fecundada por el semen del dios del cielo Urano castrado por su hijo Crono. La belleza de Venus empañaba -y se nutría- del horror cometido.
Esta estatuilla de terracota, en el Museo de Arte e Historia de Ginebra, es extraordinaria. No conozco ninguna obra efigie semejante. Fue sin duda moldeada por lo que no tuvo que ser una pieza única, pero no he visto nada igual en diversos museos arqueológicos ni en publicaciones. Venus no nace de una concha: es una concha; ésta es su cuerpo. No se muestra desnuda; quizá su cuerpo sea informe, como recuerdo de la mutilación, del atentado del que es hija. Se protege con una concha y se sabe deficiente. Pero no por eso se manifiesta. La fascinación que desprende se concentra en el rostro, en la mirada. Es ya una diosa moderna.
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