miércoles, 3 de enero de 2018
Maqueta tardo-romana del santo Sepulcro: ¿maqueta o modelo?
Fotos: Tocho, enero de 2018
Las maquetas arquitectónicas antiguas son suficientemente escasas para que cada pieza poco conocida, incluida en una exposición de gran éxito, como Cristianos en Oriente, en el Instituto del Mundo Árabe en París, merezca ser citada; sobre todo, si se trata de una maqueta tan singular como la del Santo Sepulcro, de época tardo-romana.
Tallada en mármol en el siglo V dC, antes de la caída del imperio, por orden del obispo de la ciudad francesa de Narboma (en cuyo museo se conserva), seguramente a partir de planos del Santo Sepulcro de Jerusalem (una construcción de planta circular, ordenada por el emperador Constantino a principios del s. IV dC, y destruida por los Persas tres siglos más tarde, aunque restaurada posteriormente, que debía ser un receptáculo vacío porque no contenía tumba alguna sino que señalaba el lugar dónde Cristo resucitó, por lo que el vacío que encapsulaba evocaba tanto la invisible, inmaterial naturaleza divina de Cristo -la única que resucitó-, como el sarcófago vacío, necesario signo de resurrección), esta maqueta, de unos ochenta centímetros de alto, cumplía una función religiosa.
No era verdaderamente una maqueta (tallada tras la construcción del edificio del que es una imagen) o una imagen, sino un doble o sustituto del Santo Sepulcro. Todos aquellos peregrinos de la Galia que no podían viajar, en una época tan difícil, cuando el desmoronamiento del imperio, a Jerusalem, podían circunvalar esta maqueta, como si emprendieran un camino más espiritual que físico.
Al mismo tiempo, la mezcla de aceite vegetal (en aquellos tiempos, siempre de oliva), y perfumes procedentes de plantas aromáticas, que producía el oloroso crisma -origen de la expresión "olor de santidad"- utilizado en la unción del bautismo, la comunión y la confirmación, solo se convertía en en una mezcla santificada, necesaria para los sacramentos, si se trabajaba en un lugar santo: en concreto allí donde fue enterrado y Cristo y desde dónde ascendió de entre los muertos, resucitado, envuelto en un perfume intenso. Dicha "maqueta" cumplía perfectamente esa función. El ungüento debía depositarse en el centro de la maqueta para que la espiritualización del aceite se produjera.
La maqueta no evocaba el Santo Sepulcro ni remitía a él: era el Santo Sepulcro, dotado de sus mismos poderes, puesto que el milagro del aceite de la vida tenía lugar en ella.
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