domingo, 14 de octubre de 2018
DANI KARAVAN (1930): TRÁNSITO A LA LUZ
Es curioso que en unos tiempos en los que la estatuaria monumental parece no tener sentido o no haber encontrado su lugar o su función, convertida, en el mejor de los casos, en un objeto decorativo -y, en el peor, en la guinda de una rotonda de carretera, o un extraño objeto en una área de descanso de una autopista-, la segunda mitad del siglo XX y los inicios del siglo XXI han dado lugar a algunos de los monumentos más conmovedores y dotados de sentido de la historia. Desde el monumento a los deportados durante la Segunda Guerra Mundial (1962), del arquitecto George Henri Pingusson en la isla de San Luis en París, al monumento a víctimas del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York (2011), del arquitecto Michael Arad, la lista de monumentos que perdurarán, seguramente, es corta pero indiscutible, creo. Incluye el monumento a los soldados norteamericanos fallecidos en la Guerra de Vietnam, en Washington, de la arquitecta Maya Lin, quizá el mejor monumento moderno junto con el Monumento a Walter Benjamin, del escultor Dani Karavan, en la frontera franco-española. construido entre 1990-1994.
Una gran parte de la obra de este artista, que se expone hoy en una galería de París, tras haber sido mostrada en el Museo de Arte Moderno de Ceret (Francia), comprende monumentos, ubicados casi siempre en parajes desérticos, desolados o desestructurados, a los que trata, no de restaurar o completar, sino de hallar un sentido. Dichas intervenciones en el espacio -que no pueden ser calificadas de Land Art pues aunque parta de la material del lugar, recurre a formas creadas por él- comprenden a menudo formas arquitectónicas masivas, moldeadas con barrio, que evocan formas que cubren necesidades básicas, desde la protección hasta la observación de la tierra y el cielo, formas que envuelven tras muros curvos, o que elevan, como torres, minaretes o simples pilares que pautan el espacio, y guían por el desierto, como si fueran torres de vigía, y quizá apunten a la bóveda celeste. Los elementos se disponen de modo que trazan recorridos que van de la oscuridad -túneles angostos- hasta la luz, casi siempre hiriente, o hacia el mar -considerado tanto como un espacio mortuorio, como purificador. El tránsito es casi siempre rectilíneo. Al fondo, se percibe una salida deslumbrante, sin que se sepa bien hacia dónde se dirige, si hay una verdadera salida.
Algunas obras son redundantes o tan solo formalistas o decorativas, pero el monumento a Walter Benjamin y algunas intervenciones en el desierto de Israel cuentan entre las mejores obras del último medio siglo.
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Qué preciosidad !
ResponderEliminarEl monumento a Walter Benjamin es emocionante. La angosta escalera que desciende en un angustioso conducto desemboca en lo que parece el mar abierto bajo la luz, que atraen vertiginosamente.
EliminarSe trata, me parece, de uno de los monumentos del siglo xx con más sentido y que traduce clara y hermosamente lo que quiere expresar.