Los sumerios desconocían el futuro. No poseían un tiempo verbal que se refiriera a un hecho o una acción que aconteciera en un tiempo que aún no hubiera acaecido. El futuro, en Sumeria, contrariamente para nosotros para quienes el futuro, en principio, es signo de esperanza, y la vida parece abocada al futuro, a un futuro mejor que el pasado y el presente -el futuro nos guía, nos ilusiona (y nos engaña casi siempre, sin que dejemos de creer en él, en su necesidad y sus beneficios)-, el futuro no era concebible. La edad de oro no estaba al final de los tiempos, sino en los inicios. Por tanto la vida se desarrollaba, no de cara al futuro, sino hacia el pasado. Se avanzaba marcha atrás, retrocediendo; se avanzaba dando la espalda a un tiempo del que nada se quería saber, mirando siempre a un pasado que se alejaba pero al que se aspiraba a retornar. El pasado era el guía que orientaba y daba sentido a la vida.
Con el cristianismo -a diferencia del judaísmo donde los tiempos venideros, los tiempos de la gracia aún no han acontecida ya que el Mesías no ha llegado aún-, en verdad, el tiempo se ha detenido en un permanente presente. Toda vez que el Hijo de Dios se encarnó, nació, vivió y murió, asumiendo lo que corta la vida, desarbolando a la muerte, el futuro, entendido como una época de luz, ya está aquí. La nueva venida del Mesías solo traerá mil años más de luz antes de la resurrección de los cuerpos y las almas. El tiempo del mal que socava el presente y hace que se aspire al futuro, libre del mal, ya es nuestro tiempo, desde la muerte y la resurrección del hijo de Dios. en tanto que ser humano ejemplar que ha escapado a la muerte (muriendo y venciéndola finalmente), cualquier ser humano está libre del mal de la muerte. Ésta ya no es un final y, por tanto, no debe ser temida. Yo no es el arma de las tinieblas.
Pero, en realidad, el futuro es, para nosotros, un tiempo al que aspiramos, concebido con los mismos colores que el pasado para los sumerios: un tiempo libre del mal, de la degradación, la decrepitud, la descomposición, la pérdida de la unidad. El tiempo de la recuperación.
Mas apenas el futuro acontece, pasa inmediatamente. El presente no existe. Las cosas serán y han sido. Nunca son. El presente es un instante imperceptible, una intervalo entre el futuro y el pasado. Por lo que muy pronto, el pasado se convierte en el depósito de la nostalgia, del tiempo que hemos perdido.
Fue el novelista francés Marcel Proust quien defendió la existencia y la bondad del presente en un relato-río titulado, paradójicamente, A la búsqueda del tiempo perdido. Tiempo pasado, sin duda; pero tiempo al que se aspira desesperadamente porque contiene todo lo que constituía el presente, las bondades del presente que desechamos, a las que no prestamos atención. Dichas bondades pueden ser recuperadas, postulaba Proust. El presente, bondadoso, puede ser revivido -o vivido plenamente, por vez primera, aspirando todas sus cualidades y obteniendo sus beneficios vitales y morales, que hacen que la vida merezca ser vivida. El presente no fue vivido, pero fue almacenado, sin darnos cuenta, en la memoria. Y, de tanto en tanto, debido a un acontecimiento nimio del presente que evoca a otro que fue presente pero que no se nos presentó, dicho presente, convertido en pasado, reaparece y se muestra con todo su esplendor, para que podamos disfrutar de él. El tiempo recordado es un tiempo pleno, plenamente gozado. Tiempo pasado hecho presente, que no se vivió cuando ocurrió, en el presente, porque somos incapaces de disfrutar de lo que nos ocurre o nos envuelve, porque estamos ciegos ante el presente, presente ante el que abrimos los ojos solo cuando viene, no del futuro, sino del pasado, se libera del pasado y, recordado, vivido como si fuera presente, como si aconteciera ante nosotros, y sin que podamos enturbiarlo -en tanto que hecho pasado se libera de nuestra capacidad de dañar o alterar lo que acontece en el presente-, por lo que acontece ante nuestros ojos -como un sueño, una imagen mental- sin que podamos asirlo, guardarlo o deformarlo. Acontece y pasa. Se desvanece, como una aparición. Y en este caso, para siempre. Como concluía Proust, solo podemos disfrutar plenamente del pasado; solo el pasado, cuando es rememorado, puede ser vivido, como si estuviera presente (conscientes, sin embargo que nunca podremos retenerlo). Salvo, añadía el novelista, si un artista es capaz de fijar el pasado que se presenta como si fuera del presente en una obra de arte. En este caso, el presente se eterniza. Es decir, el presente, con toda su viveza, solo existe en el mundo del arte. En la vida real, solo existe los sueños vanos del futuro y los lamentos por el pasado.
martes, 16 de julio de 2019
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario