Lo siniestro, según Freud, es el anverso del espejo: la cara siniestra de lo más cercano, conocido. Una faz oscura que lo doméstico, ante el que no solemos estar en alerta, revela súbitamente, tomándonos por sorpresa, y con las armas bajas. El espacio doméstico es una fuente de horrores.
El convento no es un espacio doméstico, aunque se vive sin salir nunca hasta el fin. Un espacio de encierro, cuya puerta no se abre.
La niña ya está dentro. La reja se cerrará . Ya no podrá disfrutar en el bosque cercano. A medida que se aleja de la salida y se adentra en el convento, arrastrada por una monja sonriente, que aparece como un espectro, la joven va perdiendo el cuerpo. Pronto ya no será sino un espíritu desencantado. Su pose evoca el abandono, el desmayo. Ya no verá la luz. Se volverá invisible: nadie podrá verla más, y no verá el mundo.
Richard Fleury fue un artista francés, franc-masón , favorito de la corte de Napoleón I, influido por la atmósfera tenebrosa medieval, que consideraba que la pintura no debía representar lo visible y lo obvio.
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