Segunda nota a los versos 216-294 del Himno Homérico a Apolo
El viaje que Apolo emprende desde el hogar de su madre Leto -la isla de Delos- y de su padre Zeus -el monte Olimpo- hasta su propia morada que fundará en Delfos, es un verdadera aventura de explorador. Asciende a las cumbres del Olimpo, de Pierio, de Ceneo en la isla de Eubea; atraviesa cordilleras; desciendo en valles profundos, tenebrosos, en gargantas estrechas; cruza bosques y selvas, pasa por prados, por terrenos pantanosos; cruza ríos, brazos de mar; recorre una isla; rodea un lago, y pasa por poblados, algunos salvajes.
La tierra no posee sendas ni caminos (kelenthos, v. 227), caminos rectos, se entiende (atropoi). Las vías por las que Apolo circula se desvían siempre; no llevan a ninguna parte; constantemente dan rodeos, quizá giren incluso sobre sí mismas, sin rumbo. Siempre avanzan de lado, hacia uno u otro lado, impidiendo avanzar rectamente. No se trata de caminos bien trazados, rectos -en todos los sentidos de la palabra, geométrico y moral-. Apolo los endereza, los pone por el buen camino.
Mas estos constantes desvíos no son un obstáculo para que Apolo avance. En dos ocasiones, Homero canta a Apolo "que va más lejos": proteroo (vv. 229, 239). Este adverbio está emparentado con el sustantivo proteros, que denomina al que va delante, que guía, que encabeza un grupo. En este caso, el grupo se reduce a Apolo, lo que no corta para avanzar con la cara bien alta, de manera decidida. La naturaleza se doblega a su paso o, más bien, se endereza, se pone recta , firme ante el avance de la divinidad. Apolo rectifica las sendas por la que transitarán los humanos.
Por fin llega a su meta (o, al menos eso cree, pues deberá abandonar Telfusa, en el que empezó a erigir su santuario, en favor de Delfos, a pie del Parnaso). Al alcanzar Telfusa, piensa que su viaje exploratorio y ordenador ha terminado. Y entonces decide construir un templo suntuoso -o rico en bienes- desde el cual dirá la justicia (jus dicere): eso es lo que, literalmente, el texto griego enuncia: themisteúoimi (v. 253). Este verbo se construye a partir de la palabra -o del concepto- de themis: norma o ley divina, es decir, justa e irrebatible, que sanciona lo que es recto. La relación entre Apolo y la themis viene de lejos -pese a que Apolo no debe tener más que unos días de vida-: ha mamado, literalmente, de la ley sobrehumana. Themis, la diosa Themis, la ley divinizada, Ley, lo amamantó a petición de su madre la diosa Leto, según cuenta el Himno. Apolo ingerió la ley, consustancial con él. Sus edictos, entonces, son justos, porque brotan de su interior. Cumple, kantianamente, con lo que tiene que hacer: lo justo no viene derimido por una norma ajena, sino por una categoria interna, por un imperativo categórico que le dicta lo que tiene que hacer.
En la descripción del final del viaje de Apolo camino de Delfos, La themis se declina en tres ocasiones, se manifiesta de tres modos: en dos versos (vv. 253, 254), Apolo edicta normas de actuación, disposiciones incuestonables: tras ordenar el espacio (themisteúoimi), "dietheke themelia": establece los cimientos del santuario. La themis resuena tres veces, como los tres golpes fatídicos que sellan la aplicación de una norma. El verbo que se traduce por disponer o establecer, diatithemi, es un compuesto de themis; y los cimientos, las bases de la arquitectura, del espacio habitable, son los themela (sobre los que Detienne ha escrito páginas admirables), diríamos que la themis petrificada, solidificada, imperturbable y sólida como una roca: sobre esta piedra... Son los cimientos eternos sobre los que se yergue el espacio de los humanos, ahora sí plenamente humanos.
Los seres humanos, ahora, pueden dar gracias a Apolo. Estos son, según Homero, seres que viven en los alrededores: periktiones (v. 274). Periktiones proviene del verbo ktidzoo, que significa construir casas o ciudades, asentar construcciones, fundar. Esos humanos que honran a Apolo que les ha ordenado el espacio, ya no son los selváticos e impíos flegios, sino verdaderos ciudadanos. Periktiones también significa vecinos. Son los vecinos de Delfos los que saludan a la divinidad; mas, para que eso acontezca, ha sido necesario que se establezca, se ordene una vecindad, que se dicten normas de buena vecindad. Los vecinos son huumanos que se sienten parte de un vecindario. Ya no viven aislados, encerrados en sí mismos, como los Cíclopes, sino que comparten espacio, costumbres, normas, y cantan o rezan juntos: a Apolo, el creador del espacio comunitario. Quizá la mayor grandeza del verdadero dios de la arquitectura.
(Foto: Apolo, Museo de Delfos)