La reina de la ciudad de los orígenes tenía a un amante, un dragón que podía
metamorfosearse en un hombre pero de cuya boca salían llamas voraces. Un héroe, Maung Pauk Kyaing, logró matar al monstruo y esposarse con la reina. Nacieron dos gemelos, pronto abandonados en un moisés y entregados a la corriente del río porque eran ciegos. Una ogresa los halló en la orilla, los amamantó les devolvió la vista.
El más joven de los hermanos tuvo a un hijo, Duttabaung, y a una hija, Panhwar, de una ogresa. La civilización y la barbarie se unían. O pactaban. Éstos se hicieron con el poder de dos ciudades distantes, pronto enfrentadas, mágicamente defendidas. La lucha no cesó hasta que el joven rey logró apresar a su hermana, la reina Panhwar, casarse con ella y unir a ambas ciudades en un mismo reino: Beikthano. Gemelidad e incesto están en el origen de la ciudad de Beikthano: signo de su excepcionalidad, y de la reunión postera de que ha sido escindido. Beikthano era un símbolo de paz, en la que los enfrentamientos cesaban, un avro de concordia.
El origen de Beikthano reflejaba bien la naturaleza dual de la ciudad.
Beikthano fue fundada por el dios hindú Vishnu. Vishnu es el dios de la estabilidad, de la permanencia. Los reyes, que garantizaban la seguridad de los reinos, se equiparaban a Vishnu. Es también el ideador del mundo, creado por divinidades que, gracias a su consejo, se pusieron a agitar el océano de leche primordial, las formas caprichosas de cuya espuma que se alzaba dieron nacimiento a los principales hitos del paisaje de los orígenes.
Vishnu era, para los budistas, un ser perfecto, un bodhisattva, que renunciaba a alcanzar la suprema condición de iluminado (de buda, pues) para ponerse al servicio de los hombres y guiarles.
Beikthano era una ciudad fundada por una divinidad hindú. Pero no era hindú, sino budista. Sin embargo, la ausencia de efigies de Buda revela que su origen es anterior a la llegada de Alejandro a la India, cuando a Buda aún no se le podía representar naturalísticamente (y menos a partir de la tipología apolínea, que Alejandro impuso). Al mismo tiempo, la ciudad debía estar también bajo el embrujo de los nats, los originarios espíritus de la naturaleza a los que se les rinde aún culto en Birmania.
Las ruinas de Beikthano se hallan en el centro de Birmania. La mayoría son de los siglos I a V dC. Sin embargo, algunos tizones, hallados a finales de los años 80, sugieren que la ciudad bien hubiera podido existir ya a principios del II milenio aC.
Se trataría entonces de una de las urbes más antiguas del mundo. Al igual que otras ciudades del sudeste asiático, las murallas, de ladrillos cocidos y estampillados, dibujaban una planta más o menos circular (en forma de rombo con las esquinas romas). En el centro, se disponía un palacio defendido por su propia muralla, y un templo (una estupa que se alza hacia el cielo), en forma de montaña sagrada, que conectaba la ciudad terrenal con la montaña celestial.
Beikthano se asemeja a ciudades hindúes, sobre todo a las del valle del Indo, al oeste de la India. Éstas se remontan a la mitad del tercer milenio aC, y se parecen, formal y funcionalmente, a ciudades mesopotámicas (sumerias), algo anteriores (principios del III milenio aC), parecido que no es casual sino que revela las conexiones culturales y comerciales entre el Medio y el Lejano Oriente.
Las ruinas de Beikthano (abandonadas en el siglo IX dC), en medio de la selva birmana, descubiertas en los años 60 del siglo pasado, y aún exploradas, cuyos restos (algunos, como sellos de terracota, influenciados sin duda por la cultura mesopotámica) se hallan en el Museo Nacional de Yangon (Birmania), parecen las una ciudad del desierto arábigo transladadas en un paisaje selvático, y son un testimonio más de los complejos orígenes de la cultura urbana.