Boquete abierto en lo alto del tell por un bombardeo norteamericano
Ladrillo estampillado a nombre de Senaquerib in situ en la rampa de acceso a las terrazas superiores (ver foto siguiente)
Fragmento de tablilla. Se lee perfectamente el primer signo: lu-gal (reñor, rey)
Almuerzo bajo la tienda
Exposición de los hallazgos de la misión 2012 en el Museo de Erbil
Río que bordea el tell.
Fuerte pendiente del tell sobre el río
Tienda donde se almuerza
Rampa con el ladrillo estampillado con una inscripción de Senaquerib
Cerámica del periodo de Obaid (V milenio aC) hallada entera en un tell cercano.
Plano del tell (ciudadela en oscuro, y ciudad baja) y del río con propuesta de la superficie de la ciudad -en gris claro- antes de la rehabilitación de Senaquerib.
Propuesta del juego de terrazas con un volumen en la parte alta -hipotético- y la rampa hallada, en la parte inferior.
Hipotético juego de terrazas a partir de las masas de ladrillos hallados
Imagen en parte virtual del área excavda de la rampa
Casa de la misión en el barrio de Ainwara (Erbil)
Viviendas unifamiliares y jardín ante la casa de la misión
Vistas interiores de la casa de la misión
Terraza superior de la casa de la misión, y vista nocturna de Erbil desde aquélla
http://www.kurdistantv.net/video.aspx?id=86675
Imágenes: Pedro Azara, Marc Marín, Eric Rusiñol (UPC-ETSAB), Mayo de 2012. Reconstrucciones: Marc Marín y Eric Rusiñol.
Todo el material gráfico pertenece a la misión arqueológica de Qasr Shamamok.
LA CIUDAD NEO-ASIRIA DE KILIZU (HOY QASR ŠAMÃMOK)
1.- EL YACIMIENTO
Aunque el emperador neo-asirio Senaquerib (704-681 aC, hijo
de Sargon II) hubiera conquistado el imperio neo-babilónico y hubiera tomado y
destruido su capital, Babilonia, no se sentía seguro en sus dominios en los
últimos años de su reinado. Por esto, entre Aššur, la capital de su imperio, y
las grandes ciudades de Nimrud y Nínive, todas cercanas, decidió rehabilitar,
reconstruir o reforzar la ciudad de Kilizu, convertida en una capital
provincial.
Ésta se asentaba sobre una colina artificial (un tell), de unos treinta metros de alto y
una extensa superficie, que se había
formado por las sucesivas construcciones y reconstrucciones en un mismo lugar desde
hacía unos dos mil años. Es posible, incluso que, ya en el cuarto milenio aC,
la ciudad sumeria de Uruk (en el sur de Mesopotamia) hubiera fundado una
colonia en este sitio.
La ciudad, a finales del segundo milenio aC, habría podido
disponer de unas murallas circulares, atravesadas por un modesto río – con un
caudal constante, incluso en verano, empero-, el Zab, cuyo curso, en aquellos años quizá no fuera exactamente el
mismo que hoy en día, aunque es posible el tajo por el que discurre ya lo
hubiera fijado.
Sin embargo, Senaquerib
habría quizá reducido la superficie de la ciudad, quizá ya marcada por la
decadencia o la inseguridad que prendía en los últimos años del imperio
neo-asirio, pronto conquistado por los Medos, venidos de Persia (Irán) (con
quienes una resucitada Babilonia se alió). Al mismo tiempo, habría construido
una doble muralla: un primer recinto que habría rodeado la ciudadela, en la
parte alta del tell, y un segundo
anillo que habría englobado a los barrios residenciales y artesanos situados todos
a un lado del río, al pie de la ciudadela.
Un juego de amplias terrazas, unidas por rampas habrían contribuido
a la reforma urbanística de la ciudad, aumentado la superficie de la plataforma
superior sobre la que habría construido o reconstruido un palacio.
Pese a las defensas, Kilizu fue tomada, sin duda. Ocupada
posteriormente por los sucesores de Alejandro (los Seleucidas), los partos, los
sasánidas, los bizantinos y los árabes, fue abandonada a finales del primer
milenio dC.
Quedó una de las mayores colinas artificiales de todo el
norte de Mesopotamia. En los años noventa, el presidente iraquí Saddam Hussein
construyó unas defensas en lo alto del tell,
y abrió trincheras, que, poco antes de la Segunda Guerra del Golfo, fueron
bombardeadas por el ejército norteamericano abriendo grandes boquetes y
derrumbando una parte del norte del tell.
Aún el año pasado, el yacimiento tuvo que ser desminado, e
incluso este año era aconsejable no salir de las sendas trazadas ni adentrarse
en los terrenos circundantes, pues este mismo mes se ha hallado un cohete (“small rocket”) sin explotar.
El yacimiento fue visitado por el arqueólogo británico
Austen Henry Layard a mediados del s. XIX –quien, gracias al descubrimiento de
ladrillos estampillados, supo que había hallado una de las capitales de
Senaquerib- explorado someramente por un arqueólogo italiano Giuseppe Furlani en
los años treinta, y nuevamente abandonado. Tan solo dos tumbas de notables locales,
dueños del tell, se edificaron en lo alto hace unos treinta años.
Los arqueólogos franceses Olivier Rouault y Maria-Grazia
Masetti Rouault dirigen, desde el año pasado, una misión internacional
(franco-ítalo-checo-polaco-británica-iraquí-norteamericana y española, aunque
enteramente financiada por el gobierno francés) con permisos y ayudas de las
autoridades iraquíes y, en menor medida, de las locales kurdas. Se trata de una
de las primeras misiones arqueológicas que se reanudan en Iraq tras treinta
años de conflictos –aún no resueltos, incluso en Erbil y alrededores donde
recientes problemas religiosos
aconsejaron, la semana pasada, pedir a la población que no saliera por la noche
durante unos días. Los controles militares son mucho más numerosos de lo que
cabía esperar en el Kurdistán iraquí cabe Erbil, una ciudad que no ha sufrido
ningún atentado devastador desde 2007.
La exploración de la ciudad apenas ha empezado. Y, sin
embargo, los primeros resultados son esperanzadores. Una ciudad inexplorada, y
esencial dentro del sistema defensivo y territorial del imperio neo-asirio,
Kilizu, cuyo plan se desconoce, estaría siendo descubierta.
El tell es una empinada
colina de arcilla polvorienta, sin apenas vegetación, en medio de campos
cultivados que van ganando terreno y cercando
el montículo, sobre los que despuntan nuevos “tells” aun no excavados, y
ondulaciones que quizá no sean naturales sino que correspondan a terrazas que
extenderían la superficie de Kilizu, en época asiria (finales del II milenio
aC), o neo-asiria (primera mitad del primer milenio aC) hasta no se sabe bien
dónde. Desde la cumbre se goza del mejor punto de observación sobre toda la
región (es por este motivo que Saddam Hussein convirtió el tell en un asentamiento militar desde donde atacó a la población
kurda -posiblemente con el beneplácito de una de las facciones kurdas- en los
años ochenta y noventa).
El tell se abre hacia
el mediodía, apuntando hacia la capital asiria Aššur, a través de una amplia
pendiente, mientras que, al norte,
vierte casi en vertical sobre el río, como si la ladera se apoyara sobre
una muralla.
El aire es seco. El sol cae en picado, aunque, en Mayo, aun
no quema. El viento alivia el calor (unos cuarenta grados), en medio de chasquidos. El cielo, pardo por
el polvo que súbitas ráfagas desplazan. El horizonte, desdibujada por la
neblina, apenas se divisa. El suelo está cubierto por innumerables fragmentos
cerámicos de todas las épocas. Hoy, solo campan gruesas hormigas. Unas pocas
casuchas y cobertizos se hallan al pie de la colina. Más lejos, los restos, ya
casi imperceptibles, mezclados con la tierra, de un poblado arrasado por Saddam
Hussein. Alguna tienda de campaña
desperdigada por los campos recuerda que una parte de los trabajadores
eventuales son árabes contratados –y no siempre bien tratados- por hacendados
kurdos.
Tormentas de polvo ocre –que borran los límites entre la
tierra y el cielo-, generados a menudo por tornados –como si la tierra
explotara y expulsara nubes de tierra-, barren el yacimiento, oscureciendo el
cielo y disminuyendo la visión hasta tal punto que los cansados
desplazamientos, por las acentuadas pendientes del tell, deben interrumpirse.
El yacimiento se ubica cerca de la carretera que une Erbil
con Mosul. Es el único punto elevado en leguas a la redonda. Se reconoce de
inmediato como una colina artificial. Recorrer su perímetro se lleva a cabo en
no menos de una hora a paso rápido. Constituye uno de los últimos lugares más o
menos seguros cercanos a Erbil, antes de la peligrosa área de Mosul. Es por
este motivo que el gobierno autonómico kurdo prohibió que la misión se alojara
en el pueblo más próximo al yacimiento. El área es aún inestable. La rivalidad
entre árabes y kurdos no está extinguida. La memoria por las masacres llevadas
a cabo por Saddam Hussein (a veces a petición de una facción kurda) es aún
viva.
Numerosos ladrillos de terracota estampillados, uno incluso
hallado in-situ, demuestran que la ciudad fue refundada o restaurada por Senaquerib,
quien vivió incluso en este lugar.
Cerámicas, estatuillas (desde la época sumeria hasta el
periodo helenístico), tabillas perfectamente legibles, ladrillos estampillados,
también legibles, hallados a poca profundidad, sugieren que Kilizu (hoy llamada
Qasr Šamāmok -el Fuerte de los Melones-, por su planta circular y su volumen
destacado en el paisaje) podría convertirse en uno de los descubrimientos
mesopotámicos del siglo XXI, si bien las exploraciones geomagnéticas no han
permitido discernir aun la trama urbano, posiblemente sepultada a varios metros de la superficie, y quizá
debido también al cultivo de la tierra, que remueve y pulveriza los restos, en
el mismo perímetro de la ciudad baja.
Grandes masas de ladrillos de barro muestran bien el alcance
de las reformas de Senaquerib. La rampa de ladrillos de terracota, en perfecto
estado, bien conservada en un tramo de unos diez metros, también sugiere el
cuidado con el que la rehabilitación de Kilizu fue emprendida. Una obra en la
que Senaquerib afirmaba haberse
implicado personalmente,; así, al menos, lo afirman formulas rituales inscritas
a mano en numerosos ladrillos.
La misión debería proseguir el año que viene.
2.- LA MISIÓN
La misión arqueológica, financiada por el gobierno francés, iniciada en 2011, comprende unas veinte personas, entre
estudiantes de segundo ciclo, y profesionales (arqueólogos, antropólogos,
arqueo-botánicos y zoólogos, arquitectos). Una casa de tres plantas (de estilo diríamos que "Erbileno", que se caracteriza or juxtaponer todos lo estilos y materiales imaginables en una misma fachada), alquilada
a un potentado kurdo, durante seis semanas al año, en el pudiente barrio cristiano de Ainkawa
(en el que destacan las tiendas de vinos, y que acoge también a casi todos los
extranjeros y ricos iraquíes que huyen
del resto de Iraq), constituye la sede de la misión. Se halla a unos
veinticinco quilómetros del yacimiento.
La jornada empieza a las seis de la mañana. Se parte a las
siete. Los trabajadores, de los pueblos vecinos, aguardan ya sobre el tell; y el trabajo se efectúa de ocho a
una de la tarde. El almuerzo tiene lugar bajo una carpa al pie del yacimiento.
Las tareas reemprenden de dos a cuatro. Es necesario beber unos tres litros de
agua diarios. La sequedad es extrema.
Todas las piezas recuperadas tienen que ser transportadas al
recientemente renovado y dotado Museo de Erbil, donde son restauradas,
dibujadas, clasificadas y depositadas. Ningún material puede ser analizado
fuera de este recinto. Una parte del equipo, pues, tiene que trabajar en el museo
todo el día, al que llegan diariamente todas las piezas desenterradas durante
el día. Algunos pocos objetos, casi
siempre completos o completados, acabarán en las vitrinas del museo.
Por la noche, el trabajo de estudio prosigue en la casa de
la misión.
Se vive y se trabaja sin apenas internet, casi incomunicado.
El presente se limita a los víveres, la intendencia, el transporte. El pasado
es lo que cuenta, un pasado que se trata de revivir, siendo conscientes que no
se trata de un pasado que se reconstruye y se reanima sino que en parte se
inventa: el pasado que nos enseña lo que deberíamos hacer y nunca haremos. Un
pasado que es el anverso del presente; que se erige como el presente que se
querría existiera.
El arqueólogo intuye lo que busca. Sabe hallar lo que
demuestra su intuición. Busca, no tanto objetos, sino explicaciones. Los
hallazgos nada dicen; tienen que
insertarse en un discurso. El arqueólogo tiene el tiempo entre sus manos. La historia
es su obra. Los hombres y las acciones del pasado cobran sentido gracias a su
visión. Actúa casi como un vidente, o un creador. Las piezas son tan solo
puntos que organizan un texto. Una historia que se teje y se deshace a medida
que la exploración prosigue. La relación entre el texto y los restos es
compleja. De algún modo, el texto precede –y guía- la excavación. Se persigue
lo que se quiere decir. Sin este proyecto, este pre-texto, posiblemente no se
halle nada, tan solo piezas, fragmentos inconexos. La arqueología tiene una
parte de ficción. Cuenta historias que dicen la verdad, o la única verdad a la
que se puede aspirar; la única que se necesita. Lo que uno busca es su visión
del pasado; cómo el pasado se concibe; qué se espera de él; que se quiere que
el pasado nos cuente, en función de nuestras expectativas y necesidades
presentes. El pasado, que el arqueólogo desentraña o construye, ofrece una
explicación a los problemas, las preguntas o las inquietudes del presente El
pasado es un relato que muestra una lógica que el presente no posee –y que solo
adquirirá cuando se haya convertido en un pasado revivido por los arqueólogos
del futuro.
Senaquerib acaba convirtiéndose en una figura más actuas que
cualquiera de nosotros, con el que se puede dialogar sin fin; porque nunca responde.
Es un testigo mudo, que acepta nuestra visión del mundo.