domingo, 20 de mayo de 2012

CRÓNICAS DE ERBIL (IRAQ) (I): LA CIUDAD NEO-ASIRIA DE KILIZU (HOY QASR ŠAMÃMOK)











Boquete  abierto en lo alto del tell por un bombardeo norteamericano



Ladrillo estampillado a nombre de Senaquerib in situ en la rampa de acceso a las terrazas superiores (ver foto siguiente)






 Fragmento de tablilla. Se lee perfectamente el primer signo: lu-gal (reñor, rey)







Almuerzo bajo la tienda


Exposición de los hallazgos de la misión 2012 en el Museo de Erbil





Río que bordea el tell.

Fuerte pendiente del tell sobre el río




Tienda donde se almuerza


Rampa con el ladrillo estampillado con una inscripción de Senaquerib














Cerámica del periodo de Obaid (V milenio aC) hallada entera en un tell cercano.


Plano del tell (ciudadela en oscuro, y ciudad baja) y del río con propuesta de la superficie de la ciudad -en gris claro- antes de la rehabilitación de Senaquerib.




Propuesta del juego de terrazas con un volumen en la parte alta -hipotético- y la rampa hallada, en la parte inferior.


Hipotético juego de terrazas a partir de las masas de ladrillos hallados


Imagen en parte virtual del área excavda de la rampa 





Casa de la misión en el barrio de Ainwara (Erbil)



Viviendas unifamiliares y jardín ante la casa de la misión






Vistas interiores de la casa de la misión


 Terraza superior de la casa de la misión, y vista nocturna de Erbil desde aquélla





http://www.kurdistantv.net/video.aspx?id=86675


Imágenes: Pedro Azara, Marc Marín, Eric Rusiñol (UPC-ETSAB), Mayo de 2012. Reconstrucciones: Marc Marín y Eric Rusiñol.
Todo el material gráfico pertenece a la misión arqueológica de Qasr Shamamok.



LA CIUDAD NEO-ASIRIA DE KILIZU (HOY QASR ŠAMÃMOK)

1.- EL YACIMIENTO
Aunque el emperador neo-asirio Senaquerib (704-681 aC, hijo de Sargon II) hubiera conquistado el imperio neo-babilónico y hubiera tomado y destruido su capital, Babilonia, no se sentía seguro en sus dominios en los últimos años de su reinado. Por esto, entre Aššur, la capital de su imperio, y las grandes ciudades de Nimrud y Nínive, todas cercanas, decidió rehabilitar, reconstruir o reforzar la ciudad de Kilizu, convertida en una capital provincial.
Ésta se asentaba sobre una colina artificial (un tell), de unos treinta metros de alto y una extensa superficie,  que se había formado por las sucesivas construcciones y reconstrucciones en un mismo lugar desde hacía unos dos mil años. Es posible, incluso que, ya en el cuarto milenio aC, la ciudad sumeria de Uruk (en el sur de Mesopotamia) hubiera fundado una colonia en este sitio. 
La ciudad, a finales del segundo milenio aC, habría podido disponer de unas murallas circulares, atravesadas por un modesto río – con un caudal constante, incluso en verano, empero-, el Zab, cuyo curso, en  aquellos años quizá no fuera exactamente el mismo que hoy en día, aunque es posible el tajo por el que discurre ya lo hubiera fijado.  
Sin embargo,  Senaquerib habría quizá reducido la superficie de la ciudad, quizá ya marcada por la decadencia o la inseguridad que prendía en los últimos años del imperio neo-asirio, pronto conquistado por los Medos, venidos de Persia (Irán) (con quienes una resucitada Babilonia se alió). Al mismo tiempo, habría construido una doble muralla: un primer recinto que habría rodeado la ciudadela, en la parte alta del tell, y un segundo anillo que habría englobado a los barrios residenciales y artesanos situados todos a un lado del río, al pie de la ciudadela.
Un juego de amplias terrazas, unidas por rampas habrían contribuido a la reforma urbanística de la ciudad, aumentado la superficie de la plataforma superior sobre la que habría construido o reconstruido un palacio.
Pese a las defensas, Kilizu fue tomada, sin duda. Ocupada posteriormente por los sucesores de Alejandro (los Seleucidas), los partos, los sasánidas, los bizantinos y los árabes, fue abandonada a finales del primer milenio dC.
Quedó una de las mayores colinas artificiales de todo el norte de Mesopotamia. En los años noventa, el presidente iraquí Saddam Hussein construyó unas defensas en lo alto del tell, y abrió trincheras, que, poco antes de la Segunda Guerra del Golfo, fueron bombardeadas por el ejército norteamericano abriendo grandes boquetes y derrumbando una parte del norte del tell.
Aún el año pasado, el yacimiento tuvo que ser desminado, e incluso este año era aconsejable no salir de las sendas trazadas ni adentrarse en los terrenos circundantes, pues este mismo mes se ha hallado un cohete (“small rocket”) sin explotar.
El yacimiento fue visitado por el arqueólogo británico Austen Henry Layard a mediados del s. XIX –quien, gracias al descubrimiento de ladrillos estampillados, supo que había hallado una de las capitales de Senaquerib- explorado someramente por un arqueólogo italiano Giuseppe Furlani en los años treinta, y nuevamente abandonado. Tan solo dos tumbas de notables locales, dueños del tell,  se edificaron en lo alto hace unos treinta años.
Los arqueólogos franceses Olivier Rouault y Maria-Grazia Masetti Rouault dirigen, desde el año pasado, una misión internacional (franco-ítalo-checo-polaco-británica-iraquí-norteamericana y española, aunque enteramente financiada por el gobierno francés) con permisos y ayudas de las autoridades iraquíes y, en menor medida, de las locales kurdas. Se trata de una de las primeras misiones arqueológicas que se reanudan en Iraq tras treinta años de conflictos –aún no resueltos, incluso en Erbil y alrededores donde recientes  problemas religiosos aconsejaron, la semana pasada, pedir a la población que no saliera por la noche durante unos días. Los controles militares son mucho más numerosos de lo que cabía esperar en el Kurdistán iraquí cabe Erbil, una ciudad que no ha sufrido ningún atentado devastador desde 2007.
La exploración de la ciudad apenas ha empezado. Y, sin embargo, los primeros resultados son esperanzadores. Una ciudad inexplorada, y esencial dentro del sistema defensivo y territorial del imperio neo-asirio, Kilizu, cuyo plan se desconoce, estaría siendo descubierta.
El tell es una empinada colina de arcilla polvorienta, sin apenas vegetación, en medio de campos cultivados que van ganando terreno y cercando  el montículo, sobre los que despuntan nuevos “tells” aun no excavados, y ondulaciones que quizá no sean naturales sino que correspondan a terrazas que extenderían la superficie de Kilizu, en época asiria (finales del II milenio aC), o neo-asiria (primera mitad del primer milenio aC) hasta no se sabe bien dónde. Desde la cumbre se goza del mejor punto de observación sobre toda la región (es por este motivo que Saddam Hussein convirtió el tell en un asentamiento militar desde donde atacó a la población kurda -posiblemente con el beneplácito de una de las facciones kurdas- en los años ochenta y noventa).
El tell se abre hacia el mediodía, apuntando hacia la capital asiria Aššur, a través de una amplia pendiente, mientras que, al norte,  vierte casi en vertical sobre el río, como si la ladera se apoyara sobre una muralla.
El aire es seco. El sol cae en picado, aunque, en Mayo, aun no quema. El viento alivia el calor (unos cuarenta grados),  en medio de chasquidos. El cielo, pardo por el polvo que súbitas ráfagas desplazan. El horizonte, desdibujada por la neblina, apenas se divisa. El suelo está cubierto por innumerables fragmentos cerámicos de todas las épocas. Hoy, solo campan gruesas hormigas. Unas pocas casuchas y cobertizos se hallan al pie de la colina. Más lejos, los restos, ya casi imperceptibles, mezclados con la tierra, de un poblado arrasado por Saddam Hussein. Alguna tienda de campaña  desperdigada por los campos recuerda que una parte de los trabajadores eventuales son árabes contratados –y no siempre bien tratados- por hacendados kurdos.
Tormentas de polvo ocre –que borran los límites entre la tierra y el cielo-, generados a menudo por tornados –como si la tierra explotara y expulsara nubes de tierra-, barren el yacimiento, oscureciendo el cielo y disminuyendo la visión hasta tal punto que los cansados desplazamientos, por las acentuadas pendientes del tell, deben interrumpirse.
El yacimiento se ubica cerca de la carretera que une Erbil con Mosul. Es el único punto elevado en leguas a la redonda. Se reconoce de inmediato como una colina artificial. Recorrer su perímetro se lleva a cabo en no menos de una hora a paso rápido. Constituye uno de los últimos lugares más o menos seguros cercanos a Erbil, antes de la peligrosa área de Mosul. Es por este motivo que el gobierno autonómico kurdo prohibió que la misión se alojara en el pueblo más próximo al yacimiento. El área es aún inestable. La rivalidad entre árabes y kurdos no está extinguida. La memoria por las masacres llevadas a cabo por Saddam Hussein (a veces a petición de una facción kurda) es aún viva.
Numerosos ladrillos de terracota estampillados, uno incluso hallado in-situ, demuestran que la ciudad fue refundada o restaurada por Senaquerib, quien vivió incluso en este lugar.
Cerámicas, estatuillas (desde la época sumeria hasta el periodo helenístico), tabillas perfectamente legibles, ladrillos estampillados, también legibles, hallados a poca profundidad, sugieren que Kilizu (hoy llamada Qasr Šamāmok -el Fuerte de los Melones-, por su planta circular y su volumen destacado en el paisaje) podría convertirse en uno de los descubrimientos mesopotámicos del siglo XXI, si bien las exploraciones geomagnéticas no han permitido discernir aun la trama urbano, posiblemente sepultada  a varios metros de la superficie, y quizá debido también al cultivo de la tierra, que remueve y pulveriza los restos, en el mismo perímetro de la ciudad baja.
Grandes masas de ladrillos de barro muestran bien el alcance de las reformas de Senaquerib. La rampa de ladrillos de terracota, en perfecto estado, bien conservada en un tramo de unos diez metros, también sugiere el cuidado con el que la rehabilitación de Kilizu fue emprendida. Una obra en la que Senaquerib  afirmaba haberse implicado personalmente,; así, al menos, lo afirman formulas rituales inscritas a mano en numerosos ladrillos.
La misión debería proseguir el año que viene.

2.- LA MISIÓN
La misión arqueológica, financiada por el gobierno francés, iniciada en 2011, comprende unas veinte personas, entre estudiantes de segundo ciclo, y profesionales (arqueólogos, antropólogos, arqueo-botánicos y zoólogos, arquitectos). Una casa de tres plantas (de estilo diríamos que "Erbileno", que se caracteriza or juxtaponer todos lo estilos y materiales imaginables en una misma fachada), alquilada a un potentado kurdo, durante seis semanas al año,  en el pudiente barrio cristiano de Ainkawa (en el que destacan las tiendas de vinos, y que acoge también a casi todos los extranjeros y ricos iraquíes  que huyen del resto de Iraq), constituye la sede de la misión. Se halla a unos veinticinco quilómetros del yacimiento.
La jornada empieza a las seis de la mañana. Se parte a las siete. Los trabajadores, de los pueblos vecinos, aguardan ya sobre el tell; y el trabajo se efectúa de ocho a una de la tarde. El almuerzo tiene lugar bajo una carpa al pie del yacimiento. Las tareas reemprenden de dos a cuatro. Es necesario beber unos tres litros de agua diarios. La sequedad es extrema.
Todas las piezas recuperadas tienen que ser transportadas al recientemente renovado y dotado Museo de Erbil, donde son restauradas, dibujadas, clasificadas y depositadas. Ningún material puede ser analizado fuera de este recinto. Una parte del equipo, pues, tiene que trabajar en el museo todo el día, al que llegan diariamente todas las piezas desenterradas durante el día. Algunos pocos  objetos, casi siempre completos o completados, acabarán en las vitrinas del museo.
Por la noche, el trabajo de estudio prosigue en la casa de la misión.
Se vive y se trabaja sin apenas internet, casi incomunicado. El presente se limita a los víveres, la intendencia, el transporte. El pasado es lo que cuenta, un pasado que se trata de revivir, siendo conscientes que no se trata de un pasado que se reconstruye y se reanima sino que en parte se inventa: el pasado que nos enseña lo que deberíamos hacer y nunca haremos. Un pasado que es el anverso del presente; que se erige como el presente que se querría existiera.
El arqueólogo intuye lo que busca. Sabe hallar lo que demuestra su intuición. Busca, no tanto objetos, sino explicaciones. Los hallazgos nada dicen;  tienen que insertarse en un discurso. El arqueólogo  tiene el tiempo entre sus manos. La historia es su obra. Los hombres y las acciones del pasado cobran sentido gracias a su visión. Actúa casi como un vidente, o un creador. Las piezas son tan solo puntos que organizan un texto.   Una historia que se teje y se deshace a medida que la exploración prosigue. La relación entre el texto y los restos es compleja. De algún modo, el texto precede –y guía- la excavación. Se persigue lo que se quiere decir. Sin este proyecto, este pre-texto, posiblemente no se halle nada, tan solo piezas, fragmentos inconexos. La arqueología tiene una parte de ficción. Cuenta historias que dicen la verdad, o la única verdad a la que se puede aspirar; la única que se necesita. Lo que uno busca es su visión del pasado; cómo el pasado se concibe; qué se espera de él; que se quiere que el pasado nos cuente, en función de nuestras expectativas y necesidades presentes. El pasado, que el arqueólogo desentraña o construye, ofrece una explicación a los problemas, las preguntas o las inquietudes del presente El pasado es un relato que muestra una lógica que el presente no posee –y que solo adquirirá cuando se haya convertido en un pasado revivido por los arqueólogos del futuro.
Senaquerib acaba convirtiéndose en una figura más actuas que cualquiera de nosotros, con el que se puede dialogar sin fin; porque nunca responde. Es un testigo mudo, que acepta nuestra visión del mundo.