Una exposición sobre la Edad Media, destacando los valores y las instituciones que la sociedad moderna deba a ese periodo, a través del hacer humano -útiles e imágenes sagradas- que revelan qué imagen los humanos del pasado se hacían del mundo, qué esperaban, como se relacionaban y qué nos han legado -cómo nos han formado- es una excelente iniciativa. Escasas son las muestras dedicadas a la Edad Media.
Gracias a un acuerdo económico y cultural con el Museo Británico, la fundación la Caixa puede contar con exposiciones, en ocasiones organizadas especialmente para algunos de los distintos centros culturales españoles de dicha fundación, con obras de aquel museo enciclopédico.
Las condiciones parecen estar, sin duda, presentes para una exposición distinta, educativa y estéticamente placentera:
Los pilares de Europa. La Edad Media en el British Museum.
La muestra se estructura en dos partes de igual superficie articuladas mediante un pequeño espacio central donde se ofrecen datos históricos, geográficos y políticos en Europa desde la Caída del Imperio romano occidental hasta la división del cristianismo con la fundación del protestantismo -y de las múltiples iglesias cristianas que rompen con Roma.
A un lado, un descomunal audiovisual muestra la influencia del arte y las instituciones medievales en los historicismos decimonónicos y las instituciones modernas originadas alrededor del año mil, desde universidades hasta parlamentos.
A poco del inicio de la vista, se intuye que la selección y la presentación de las primeras piezas marcará la tónica de la exposición: objetos y obras diminutos, irrelevantes, reiterativos -una sucesión de pequeños sellos, sea cual sea el apartado, acompañados de impresiones modernas en cera o laca- que cuesta creer que no procedan de almacenes o reservas, mostradas aparatosamente, seguramente para compensar la incapacidad de las obras por generar cualquier "discurso".
Es cierto que los comisarios precisan que su visión de la Edad Media abarca desde el año 410 hasta el 1500, pero no era de esperar que las obras fueran todas renacentistas, algunas, incluso casi del siglo XVII. La selección de baldosas de suelo es escueta pero excelente -aunque una sea de estilo neogótico, sin que se aclaré porqué-, pero no incluye ningún ejemplo del género artístico medieval más característico: las miniaturas (incluso sueltas), los libros manuscritos iluminados. El apartado dedicado a la vida urbana se resuelve con dos diminutos grifos de bronce.
Es entonces cuando se entiende porqué el espacio concedido al audiovisual -en el que tan solo dos fotos, del Parque Güell, y del Palacio de la Música Catalana, ambos de Barcelona, ilustran sobre la nostalgia decimonónica de los talleres y el trabajo medievales- cubre la mitad de la sala, y porqué la complicada y posiblemente costosa estructura del montaje se alza tres o cuatro metros cuando pocas son las piezas que tienen más de cinco centímetros de altura -el tamaño de una obra no es un indicio de calidad, pero otras veces sí lo es-: la exposición cabría en una sala cuatro veces más pequeña.
El título de la exposición destaca que las obras proceden del Museo Británico; sin embargo, las pocas obras con cierta entidad -una talla, un crucifijo, una maternidad, un frente de altar, tres capiteles- proceden de museos barceloneses y de Madrid.
La exposición trata de cubrir todos los aspectos sociales culturales, religiosos, políticos de la Edad Media. Sin embargo, un texto se refiere a la recristanización de las Islas Británicas por San Agustín, quedando la duda acerca de la primera cristianización -a menos que el texto presente un error o esté incompleto. La transmisión del legado clásico, las relaciones con Oriente y con el islam, la construcción de las catedrales, la peste negra, las cruzadas, los juglares, el descrédito papal, el milenarismo, los viajes y las relaciones con extremo Oriente, el aristotelismo y el tomismo como maneras de organizar los saberes mundanos, la influencia de las artes del Próximo Oriente antiguo en la iconografía románica, el simbolismo -neoplatónico- de la luz, etc. son temas propios de la cultura y la sociedad medievales. No se tratan, o escuela o superficialmente. Se da, por el contrario, más importancia al vestuario. Un ejemplo de la insustancialidad o la indiferencia de los textos explicativos: Un comentario de un capitel (de un museo español) con una talla de Sansón no comenta ni precisa la leyenda de este gigante bíblico, sin cuyo conocimiento no se entiende la imagen en relación a la columna y el capitel: Sansón era capaz de derribar columnas; por eso, también las protegía de los derribos.
Una exposición sobre la Edad Media en Barcelona debe de tener en cuenta que la ciudad posee dos excelentes colecciones medievales - el Museo Nacional de Arte de Cataluña, y el Museo Marés-, amén de las colecciones de cerámica medieval -las mejores de Europa- del antiguo Museo de Cerámica, y que cerca de Barcelona existen Museos como los de Vich y Manresa, entre otros, con piezas medievales excepcionales. Cabe preguntarse, por otra parte, si las colecciones de arte medieval del Museo Británico son tan notables, comparadas con las del Museo Cluny de París, o el Victoria y Albert Museum de Londres, como para constituir toda una exposición -que empalidece ante las colecciones permanentes que languidecen en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Edad Media, edad oscura: sin duda una edad por la que, desde hace un tiempo, se desliza tristemente la programación de la Fundación la Caixa.