Reportaje y entrevistas de la cadena de televisión Al Jezeera (Qatar, delegación en Bagdad) sobre la exposición anteriormente comentada inaugurada el lunes 23 de junio en Bagdad:
https://www.facebook.com/AJA.Iraq/videos/307658926788123/
miércoles, 26 de junio de 2019
martes, 25 de junio de 2019
City of Mirage. Baghdad, from Wright to Venturi 1952-1982 (Institut Français d´Iraq, Bagdad, junio-julio de 2019)
Fotos: Tocho, Bagdad, junio de 2019
Diseño gráfico: Tiziano Schürch
Montaje. Pedro Azara & Tiziano Schürch
Producción: Embajada de España en Iraq (Bagdad), Instituto Cervantes (Bagdad & Ammán) & Institut Français d´Iraq (Bagdad)
Localización: Institut Français d´Iraq (Bagdad)
City of Mirage. Bagdad, de Wright a Venturi 1952-1982 es una exposición itinerante, organizada en 2006-2008 por la Delegación de Barcelona del Colegio de Arquitectos de Cataluña, Casa Árabe (Madrid), el ayuntamiento de Barcelona, el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, el Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura de la UPC-ETSAB, la Universidad de Bagdad y la Embajada de España en Iraq. Entre 2008 y 2012 se expuso en Barcelona, Madrid, Murcia, Nueva York, Boston y Ramala. No había sido posible, hasta ahora, por razones de seguridad, mostrarla, siquiera parcialmente, en Bagdad.
Ayer, por fin, gracias al decidido empeño del embajador de España en Iraq, el Excmo. Sr. D, Hansi Escobar, se ha podido inaugurar en el Instituto Francés de Iraq en Bagdad ante centenares de invitados, radios y televisiones iraquíes, amén de Al Jezeera y de la agencia EFE.
La exposición estará abierta hasta mitad de julio.
El Instituto Cervantes abre sus puertas en Bagdad, como una delegación del Instituto de Amann, con esta muestra.
Es una de las primeras exposiciones públicas en Bagdad, y seguramente la primera organizada desde Europa en Iraq desde la invasión en 2003.
Gracias a todos, desde Hansi Escobar hasta Tiziano Schürch.
Bagdad, 2019
Desde
el aire, mientras el avión de Pegassus desciende, a las dos y cuarto de la
madrugada, Bagdad aparece como una ciudad muy distinta que en 2008 cuando mi
primer viaje: la extensión y la intensidad de difusas luces naranjas que cubren
la llanura hasta el horizonte, señalan un cambio muy importante.
El número de pasajeros y su calidad -ya no son escuadras de cabezas rapadas de Blackwater, la siniestrada compañía de seguridad privada norteamericana que reinaba entonces, aunque el aeropuerto sigue siendo una propiedad privada norteamericana- corrobora la impresión.
Tras el control de pasaportes y de equipaje, la imagen se desenfoca: ya no me esperan once Geos armados, no me imponen un chaleco antibalas, ni nos vamos a desplazar a toda velocidad -independientemente del tráfico y los posibles obstáculos, por la calzada, incluso en sentido contrario, o por la acera, en un convoy armado y con las sirenas a todo volumen, como en 2008- pero me siguen esperando dos policías, anti-disturbios, armados, que me tienden un chaleco antibalas -que no me pongo, esta vez- en el interior del mismo vehículo que me recogió hace once años: un vehículo Toyota Cherokee con el máximo blindaje (nivel 7), captación de aire por un periscopio por si hubiera que vadear (por las marismas del sur; en Bagdad es más difícil…), sistema anti-incendios en el interior, ruedas que se hinchan solas si se pincha, y troneras para poder disparar sin abrir ventanillas. El maletero, además de blindado, está cerrado por una segunda compuerta metálica parecida a la de una caja fuerte. Dentro metralletas. Bagdad, Kabul y Jartum siguen estando consideradas como las capitales más peligrosas del mundo.
La carretera del aeropuerto al centro de la ciudad sigue siendo una de las más peligrosas del mundo -solo superada por la de Kabul; los coches-bomba aún estallan -la semana pasada a quinientos metros de donde se hallaba el embajador español-, y la frecuencia ha aumentado desde el reciente recrudecimiento de la tensión entre los Estados Unidos e Irán. Pese a la retirada de treinta quilómetros de muros Texas de hormigón por la ciudad, la imagen de la misma es aún la de una ciudad partida por esas estructuras coronadas de alambradas. Los controles, incesantes, innumerables, han disminuido, pero no son infrecuentes (varios en un mismo trayecto corto), y causan atascos monumentales. El zumbido de helicópteros militares que vuelan tan bajo que es posible leer las cifras de las matrículas desde la calle –nadie levanta la cabeza: son demasiado habituales- no cesa. Los cortes de luz, diarios: unos seis al día. Las máquinas de aire acondicionado se desconectan; y a cuarenta y nueve grados –el clima es muy seco, sin embargo- el aire pronto se vuelve irrespirable de día. Los generadores siguen siendo imprescindibles. La Zona Verde se ha abierto al tráfico (su cierre, en pleno centro, constituía una pesadilla para los desplazamientos). Pero es imposible detenerse y está prohibido andar en muchas zonas. Se ha convertido en una extensa área de paso fuertemente custodiada. La vida nocturna ha vuelto –cuando disminuye la temperatura. Tiendas, bares y restaurantes abren hasta muy tarde. No hay alumbrado público, pero las luces de los escaparates y de los anuncios luminosos son deslumbrantes. Contrastan con las ruinas de los edificios bombardeados en 2003 o destruidos por coches bomba hasta hoy que no han sido reconstruidos o eliminados, y cuyas armaduras retorcidas sobresalen por encima de la barrera de los muros Texas que los rodean. Es imposible salir de la capital. Nadie se desplaza por carretera. El Estado Islámico se está reformando y vuelve a ser una amenaza. Y sin embargo, Bagdad, una ciudad muy poco densa, de edificios bajos, de novecientos quilómetros cuadrados, que se extiende durante más de treinta quilómetros en todas direcciones, agazapada bajo un inmenso palmeral y huertas –la ciudad queda lejos, a menudo, incluso en pleno centro-, cruzado por el Tigris perezoso, en un entorno natural que solo tiene rivales en río de Janeiro y Venecia, sigue siendo una ciudad fascinante. E invivible a menudo.
El número de pasajeros y su calidad -ya no son escuadras de cabezas rapadas de Blackwater, la siniestrada compañía de seguridad privada norteamericana que reinaba entonces, aunque el aeropuerto sigue siendo una propiedad privada norteamericana- corrobora la impresión.
Tras el control de pasaportes y de equipaje, la imagen se desenfoca: ya no me esperan once Geos armados, no me imponen un chaleco antibalas, ni nos vamos a desplazar a toda velocidad -independientemente del tráfico y los posibles obstáculos, por la calzada, incluso en sentido contrario, o por la acera, en un convoy armado y con las sirenas a todo volumen, como en 2008- pero me siguen esperando dos policías, anti-disturbios, armados, que me tienden un chaleco antibalas -que no me pongo, esta vez- en el interior del mismo vehículo que me recogió hace once años: un vehículo Toyota Cherokee con el máximo blindaje (nivel 7), captación de aire por un periscopio por si hubiera que vadear (por las marismas del sur; en Bagdad es más difícil…), sistema anti-incendios en el interior, ruedas que se hinchan solas si se pincha, y troneras para poder disparar sin abrir ventanillas. El maletero, además de blindado, está cerrado por una segunda compuerta metálica parecida a la de una caja fuerte. Dentro metralletas. Bagdad, Kabul y Jartum siguen estando consideradas como las capitales más peligrosas del mundo.
La carretera del aeropuerto al centro de la ciudad sigue siendo una de las más peligrosas del mundo -solo superada por la de Kabul; los coches-bomba aún estallan -la semana pasada a quinientos metros de donde se hallaba el embajador español-, y la frecuencia ha aumentado desde el reciente recrudecimiento de la tensión entre los Estados Unidos e Irán. Pese a la retirada de treinta quilómetros de muros Texas de hormigón por la ciudad, la imagen de la misma es aún la de una ciudad partida por esas estructuras coronadas de alambradas. Los controles, incesantes, innumerables, han disminuido, pero no son infrecuentes (varios en un mismo trayecto corto), y causan atascos monumentales. El zumbido de helicópteros militares que vuelan tan bajo que es posible leer las cifras de las matrículas desde la calle –nadie levanta la cabeza: son demasiado habituales- no cesa. Los cortes de luz, diarios: unos seis al día. Las máquinas de aire acondicionado se desconectan; y a cuarenta y nueve grados –el clima es muy seco, sin embargo- el aire pronto se vuelve irrespirable de día. Los generadores siguen siendo imprescindibles. La Zona Verde se ha abierto al tráfico (su cierre, en pleno centro, constituía una pesadilla para los desplazamientos). Pero es imposible detenerse y está prohibido andar en muchas zonas. Se ha convertido en una extensa área de paso fuertemente custodiada. La vida nocturna ha vuelto –cuando disminuye la temperatura. Tiendas, bares y restaurantes abren hasta muy tarde. No hay alumbrado público, pero las luces de los escaparates y de los anuncios luminosos son deslumbrantes. Contrastan con las ruinas de los edificios bombardeados en 2003 o destruidos por coches bomba hasta hoy que no han sido reconstruidos o eliminados, y cuyas armaduras retorcidas sobresalen por encima de la barrera de los muros Texas que los rodean. Es imposible salir de la capital. Nadie se desplaza por carretera. El Estado Islámico se está reformando y vuelve a ser una amenaza. Y sin embargo, Bagdad, una ciudad muy poco densa, de edificios bajos, de novecientos quilómetros cuadrados, que se extiende durante más de treinta quilómetros en todas direcciones, agazapada bajo un inmenso palmeral y huertas –la ciudad queda lejos, a menudo, incluso en pleno centro-, cruzado por el Tigris perezoso, en un entorno natural que solo tiene rivales en río de Janeiro y Venecia, sigue siendo una ciudad fascinante. E invivible a menudo.
sábado, 22 de junio de 2019
SIMONE FATTAL (1942): REFUGIOS Y REFUGIADOS
Gaza
Regreso de la guerra
Refugiados ante un hogar
Hombre y su sombra
Sus esculturas, casi todas de barro, de pequeño tamaño, se inspiran en la mitología del Próximo Oriente (series dedicadas a Gilgamesh, a la diosa Astarté, también a la Odisea: los viajes forzados, inseguros e inciertos, zaheridos por el destino, son una constante en su obra) y, a menudo, reflejan dos realidades antitéticos: cobijos, abrigos, frágiles, siempre, por un lado, y muros -de separación-, por otro. En algún caso, figuras -que apenas se distinguen de su sombra, sin que se sepa bien quién es el ser y quien la sombra- y recintos convergen, en conjuntos que evocan un encuentro de refugiados temblorosos ante un modesto hogar (apagado), un encuentro o una encerrona en un cuenco destruido, titulado Gaza.
La sede PS1 del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York dedica este verano un gran exposición a esta artista, y de aquí a dos años, un conocido museo de arte moderno español también organizaría una muestra con obras de Fattal (se informará en este blog).
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