sábado, 17 de agosto de 2019
RICHARD WILLIAMS (1933-2019): THE LITTLE ISLAND (LA ISLA PEQUEÑA, 1958)
Excelente (multipremiado) cortometraje de animación sobre las conflictivas relaciones entre las personificaciones de los tres valores que guían las acciones humanas: la Belleza, que persigue la creación artística, el Bien, que alienta las relaciones humanas, y la Verdad, que orienta el conocimiento del mundo.
Perfecta introducción para las facultades de humanidades, Bellas Artes y Arquitectura.
El animador y director británico-canadiense ha fallecido hoy: es más conocido por su excelente (y muy posterior) largometraje de animación y personajes reales ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988).
JULIUS VON BORSODY (1892-1960), HANS ROUC (1893-1963) & STEFAN WESSELY (1888-1935): EL TEMPLO DE ASTARTÉ EN SODOMA (MICHAEL KERTÉSZ -MICHAEL CURTIZ-, : GOMORRAH. DIE LEGENDE VON SÜNDE UND STRASSE /GOMORRA. LA LEYENDA DEL PECADO Y EL CASTIGO) (1922)
Véase a partir de 1:06:00
Comentábamos, en una entrada anterior, la influencia de los libretos de ópera y de la escenografía en el siglo XVIII, cuyos temas, casi siempre mitológicos, procedían a menudo del Antiguo Testamento y de textos y tragedias griegos, referidos a figuras históricas, legendarias o mitológicas del Próximo Oriente antiguo, tanto de dioses como de héroes y mortales. El origen bíblico o griego de las fuentes literarias utilizadas por los libretistas, que destacaban la crueldad, la desmesura y el lujo de los personajes, posiblemente contribuyó a forjar el imaginario mesopotámico oriental, oponiéndolo al clásico (greco-latino, y cristiano), poblado de figuras e historias desmesuradas, desordenadas y deshumanizadas.
En el siglo XX, sin embargo, el cine ha sustituido a la ópera, proporcionando historias escenificadas descomunales y delirantes. La imagen de Babilonia -la ciudad del vicio y la locura- se ha forjado en gran parte a través de la película muda Intolerancia, de Griffith.
Gomorra, del austríaco Kertész (Curtiz, ya en los Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, director de la también célebre Casablanca, la ciudad musulmana de todos los tráficos y trapicheos que también influyó en nuestro imaginario de Oriente), también muda, se concibió como una una respuesta a Intolerancia. La escena cumbre tiene lugar en el templo de la ciudad de Gomorra. Dedicado a la diosa Astarté -una divinidad reiteradamente protagonista de óperas del siglo de las Luces, por su carácter apasionado y cruel-, el templo fue proyectado por el arquitecto y escenógrafo Borsody. Fue el mayor decorado cinematográfico, levantado al aire libre (no cabía en ningún estudio) hasta entonces.
Poco tiene que ver con templos fenicios. Por el contrario, se inspira de los zigurats asirios y babilónicos, mesopotámicos en general, con relieves de toros alados en las esquinas y frescos de animales por la fachada. Hoy, sería un perfecto ejemplo de arquitectura post-moderna.
La asociación con Babilonia -una avenida procesional, por donde pasean a una gran estatua de la diosa Astarté, representada como una odalisca desnuda, tan solo portando un ligero velo que le cubre la cara por debajo de los ojos- lleva al zigurat (recordemos que un zigurat no es un templo, sino una parte de un recinto sagrado, posiblemente la base de un templo ubicado en las alturas en el que, quizá, se representaría el encuentro entre el rey y la divinidad, entre el cielo y la tierra)- la torre de Babel acentuaba el carácter orgiástico de la ciudad de Gomorra, merecedera del castigo divino, una evocación que quizá resonara de manera extraña en la Europa Central del periodo de entreguerras, asociada, precisamente a la decadencia babélica.
viernes, 16 de agosto de 2019
DOMÈNEC (DOMINGO) TERRADELLAS Ó TERRADEGLIAS (1713-1751): MESOPOTAMIA Y LA ÓPERA
Para escuchar la ópera entera, "clique" aquí.
Diderot, en El sobrino de Rameau, lo menciona: Dominique Michel Barnabé Terradeglias - oTerradellas.
Se trata de Domingo, Domenico o Domènec Terradellas, uno de los mejores compositores de ópera del siglo XVIII. Nacido en Barcelona, formado quizá en el coro de la catedral barcelonesa, desarrolló toda su carrera en Italia. Seguramente, hoy, ha caído en el olvido -aunque el Festival Grec de Barcelona, en 1998, rescató una de sus óperas, sin aparente continuidad desde entonces, salvo la interpretación concertante de la ópera Sesostris, en el Auditori de Barcelona en 2010.
Su importancia, sin embargo, reside, no sé si en su música, o en los temas de sus óperas, los libretos (escritos por otros autores, como el poeta italiano Piero Metastasio, libretista de los principales compositores del siglo XVIII, como Vivaldi, Gluck y Mozart, cuyos mismos textos sirvieron a decenas o centenares de músicos) -: Astaté, Semiramis, Artajerjes; Dido y Mitrítades, todos, figuras reales o míticas, humanas o divinas, conocidas a través de textos bíblicos, griegos y romanos (antes del descubrimiento y el desciframiento de la escritura cuneiforme, y de textos árabes y otomanos) del Próximo Oriente Antiguo.
Cabría entonces preguntarse por la difusión, a través de la ópera, y no solo o no tanto a través de los textos sagrados, como el antiguo Testamento, y textos griegos como las Historias de Herodoto, a través de Europa, del imaginario mesopotámico (y del orientalismo), entre un siglo y apenas unas decenas de años, de las primeras misiones militares y arqueológicas occidentales por el Próximo Oriente, desde el Levante hasta Mesopotamia propiamente dicho.
jueves, 15 de agosto de 2019
Qué es el arte
Una reciente pregunta y la lectura de Homero y Hesiodo pueden aportar alguna respuesta a esta sempiterna pregunta, que la contemplación de objetos de otras culturas, algunos enigmáticos a nuestra vista, y ciertas obras contemporáneas, a veces indistinguibles o invisibles, suscita. Las respuestas a veces son vanas: el arte es lo que uno quiere que sea.
Se ha dicho, tradicionalmente, que una obra de arte es un símbolo. Originariamente, un símbolo era un objeto que sellaba -y mantenía vivo el recuerdo.- de un acuerdo. Lo certificaba y lo reactualizaba. Dicho objeto se partía cuando el acuerdo entre personas (clanes, tríbus o ciudades, como ocurría en la frontera entre tribus celtas y la república romana en Hispania), quedando cada fragmento en manos de una parte enfrentada. El encaje de cada parte, en caso de un conflicto latente, certificada la existencia de un acuerdo previo que invitaba a rebajar la tensión y evitar la contienda.
Si la obra de arte se entiende como un símbolo, aquélla se concibe como el encaje de una forma material y una idea o contenido. La forma lo traduce y manifiesta. toda vez que el encaje es imperfecto -de manera que forma y contenido puedan permanecer separados-, una obra de arte necesita de constantes interpretaciones para tratar de averiguar qué significa: su significado o contenido siempre es ambiguo o incierto: la forma no logra desplegar con precisión toda la riqueza y complejidad de la idea. Las formas sensibles son insensibles a la potencia, la riqueza de las ideas. Éstas no se dejan expresar enteramente.
Esta lectura de la obra de arte lleva inevitablemente a la noción de imitación, platónica (la imitación es una reproducción fiel de una forma existente, es una imagen), o aristotélica (la imitación reproduce la manera como se estructuran y articulan las formas, obviamente el parecido exterior o aparente). De ahí, que la imitación haya constituido durante siglos la clave del arte en occidente.
Sin embargo, la misma noción griega de símbolo apunta en otra dirección. los textos de Homero y Hesiodo lo corroboran. La obra de arte es un objeto o una acción (que no tiene porque ser mimética). En tanto que acción, la obra de arte "performativa", ritualística, teatral, tiene como fin mantener las relaciones entre dos mundos que encajan mal: el divino y el humanó. En tanto que ofrenda, la obra de arte es un don que mantiene las puertas abiertas hacia lo sobrenatural y permite que los hipotéticos beneficios o bienes de aquel recaigan sobre los humanos. La obra de arte sería un medio de conectar mundos separados.
En el mundo estrictamente humano, la obra de arte era (es) un objeto, un ente que existe para ser intercambiado y atesorado. Un objeto no necesariamente valioso ni técnicamente laborioso o perfecto. Pero un objeto al que se le concede un valor singular: es un presente. Al igual que ocurre con nuestras fiestas (bautizos, bodas, aniversarios...), presididas por la entrega o el intercambio de regalos, al igual que no se concibe una invitación sin la entrega de un un regalo (personal, si es posible), era imposible que dos familias, clanes, tribus o ciudades se encontraran y firmaran o renovaran las paces sin la presencia, la entrega y la aceptación de regalos. Éstos, a su vez, mantenían vivo el recuerdo del encuentro al que habían dado sentido, permitían rememoran encuentros fructíferos.
Una obra de arte es así una creación humana; un objeto o una acción que da sentido a la vida, que la mantiene y la preserva, evitando desencuentros, limando asperezas, logrando el perdón de faltas. Una obra de arte es un mecanismo social. Mantiene -o mejora- la estructura social. Para esto, una obra de arte debe pasar de mano en mano, no pertenece a nadie sino a la colectividad, preservada, entre los encuentros, por una u otra familia o persona que, a poco, la inserta de nuevo entre los contactos necesarios para que los humanos vivamos en paz. Una obra de arte es un mecanismo para apaciguar y lograr que nos sigamos mirando las caras, sin avergonzarnos de nada, ni envalentonarnos. La obra de arte mantiene las formas, y da la medida de lo qué somos.
(Para Jorge Raedo, agradeciendo sus comentarios)
Se ha dicho, tradicionalmente, que una obra de arte es un símbolo. Originariamente, un símbolo era un objeto que sellaba -y mantenía vivo el recuerdo.- de un acuerdo. Lo certificaba y lo reactualizaba. Dicho objeto se partía cuando el acuerdo entre personas (clanes, tríbus o ciudades, como ocurría en la frontera entre tribus celtas y la república romana en Hispania), quedando cada fragmento en manos de una parte enfrentada. El encaje de cada parte, en caso de un conflicto latente, certificada la existencia de un acuerdo previo que invitaba a rebajar la tensión y evitar la contienda.
Si la obra de arte se entiende como un símbolo, aquélla se concibe como el encaje de una forma material y una idea o contenido. La forma lo traduce y manifiesta. toda vez que el encaje es imperfecto -de manera que forma y contenido puedan permanecer separados-, una obra de arte necesita de constantes interpretaciones para tratar de averiguar qué significa: su significado o contenido siempre es ambiguo o incierto: la forma no logra desplegar con precisión toda la riqueza y complejidad de la idea. Las formas sensibles son insensibles a la potencia, la riqueza de las ideas. Éstas no se dejan expresar enteramente.
Esta lectura de la obra de arte lleva inevitablemente a la noción de imitación, platónica (la imitación es una reproducción fiel de una forma existente, es una imagen), o aristotélica (la imitación reproduce la manera como se estructuran y articulan las formas, obviamente el parecido exterior o aparente). De ahí, que la imitación haya constituido durante siglos la clave del arte en occidente.
Sin embargo, la misma noción griega de símbolo apunta en otra dirección. los textos de Homero y Hesiodo lo corroboran. La obra de arte es un objeto o una acción (que no tiene porque ser mimética). En tanto que acción, la obra de arte "performativa", ritualística, teatral, tiene como fin mantener las relaciones entre dos mundos que encajan mal: el divino y el humanó. En tanto que ofrenda, la obra de arte es un don que mantiene las puertas abiertas hacia lo sobrenatural y permite que los hipotéticos beneficios o bienes de aquel recaigan sobre los humanos. La obra de arte sería un medio de conectar mundos separados.
En el mundo estrictamente humano, la obra de arte era (es) un objeto, un ente que existe para ser intercambiado y atesorado. Un objeto no necesariamente valioso ni técnicamente laborioso o perfecto. Pero un objeto al que se le concede un valor singular: es un presente. Al igual que ocurre con nuestras fiestas (bautizos, bodas, aniversarios...), presididas por la entrega o el intercambio de regalos, al igual que no se concibe una invitación sin la entrega de un un regalo (personal, si es posible), era imposible que dos familias, clanes, tribus o ciudades se encontraran y firmaran o renovaran las paces sin la presencia, la entrega y la aceptación de regalos. Éstos, a su vez, mantenían vivo el recuerdo del encuentro al que habían dado sentido, permitían rememoran encuentros fructíferos.
Una obra de arte es así una creación humana; un objeto o una acción que da sentido a la vida, que la mantiene y la preserva, evitando desencuentros, limando asperezas, logrando el perdón de faltas. Una obra de arte es un mecanismo social. Mantiene -o mejora- la estructura social. Para esto, una obra de arte debe pasar de mano en mano, no pertenece a nadie sino a la colectividad, preservada, entre los encuentros, por una u otra familia o persona que, a poco, la inserta de nuevo entre los contactos necesarios para que los humanos vivamos en paz. Una obra de arte es un mecanismo para apaciguar y lograr que nos sigamos mirando las caras, sin avergonzarnos de nada, ni envalentonarnos. La obra de arte mantiene las formas, y da la medida de lo qué somos.
(Para Jorge Raedo, agradeciendo sus comentarios)
miércoles, 14 de agosto de 2019
AFRICA EXPRESS: CITY IN LIGHTS (2019)
Sobre este conglomerado o proyecto -apreciado o discutido- de músicos ingleses y de distintos países africanos, véase este enlace
martes, 13 de agosto de 2019
De la hospitalidad (brazos abiertos)
48 Diciendo así, el divinal porquerizo guióle á la cabaña, introdújole en ella, é hízole sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montés, grande, vellosa y tupida, que le servía de lecho. Holgóse Ulises del recibimiento que le hacía Eumeo, y le habló de esta suerte:
53 «¡Júpiter y los inmortales dioses te concedan, oh huésped, lo que más anheles; ya que con tal benevolencia me has acogido!»
55 Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo: «¡Oh forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues todos los forasteros y pobres son de Júpiter.
(Homero: Odisea, XIV, 45-48)
Es así cómo Eumeo, un pobre y anciano esclavo sirio, un porquero, recibió a un mendigo (que resultaría ser su señor, Ulises disfrazado para no ser reconocido por los nobles que, durante una ausencia de diez años a causa de la guerra de Troya, habían invadido y saqueado sus dominios).
La ley de la hospitalidad, en la Grecia antigua, bajo el ojo avizor del dios Zeus el Hospitalario, exigía que se recibiera con los brazos abiertos, incluso cuando no se tenía casi nada, a todo aquel que, abandonado y sin bienes, llegara suplicando un refugio, una ayuda. Era una ley sagrada. Nadie la violó durante toda la antigüedad.
Dicha ayuda no tenía que ver con la caridad. Aunque esta palabra, en Grecia y en Roma, significaba gracia (charis griega), precio y aprecio (caritas romana), hoy tiende hacia la condescendencia. La hospitalidad, en Grecia, no era el fruto del amor del prójimo sino del estricto cumplimiento de la ley. No ser hospitalario implicaba violar la ley (divina) y, por tanto, una condena: el destierro que, en este caso, conllevaba la expulsión de la comunidad y la imposibilidad de ser recibido y acogido hospitalariamente por otra comunidad. Quien no acogía se convertía en lo que rechazaba. No ser hospitalario era ser injusto: athemistos, es decir carente de themis. Ésta era la ley que fundamenta y sustenta el mundo, ley divina, además. No atenderla era una impiedad.
Y como Hesiodo añadía, nadie está libre de un día de tener que solicitar ser acogido. La suerte de quienes se creen inmunes a la miseria depende de los dioses, que la conceden y la deniegan.
La ley de la hospitalidad, en la Grecia antigua, bajo el ojo avizor del dios Zeus el Hospitalario, exigía que se recibiera con los brazos abiertos, incluso cuando no se tenía casi nada, a todo aquel que, abandonado y sin bienes, llegara suplicando un refugio, una ayuda. Era una ley sagrada. Nadie la violó durante toda la antigüedad.
Dicha ayuda no tenía que ver con la caridad. Aunque esta palabra, en Grecia y en Roma, significaba gracia (charis griega), precio y aprecio (caritas romana), hoy tiende hacia la condescendencia. La hospitalidad, en Grecia, no era el fruto del amor del prójimo sino del estricto cumplimiento de la ley. No ser hospitalario implicaba violar la ley (divina) y, por tanto, una condena: el destierro que, en este caso, conllevaba la expulsión de la comunidad y la imposibilidad de ser recibido y acogido hospitalariamente por otra comunidad. Quien no acogía se convertía en lo que rechazaba. No ser hospitalario era ser injusto: athemistos, es decir carente de themis. Ésta era la ley que fundamenta y sustenta el mundo, ley divina, además. No atenderla era una impiedad.
Y como Hesiodo añadía, nadie está libre de un día de tener que solicitar ser acogido. La suerte de quienes se creen inmunes a la miseria depende de los dioses, que la conceden y la deniegan.
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