Si no fuera porque el acuerdo entre Francia y Portugal, este año, ha permitido organizar una completa serie de exposiciones de arte antiguo y moderno portugués por distintas ciudades francesas, el nombre de la pintora portuguesa, nacionalizada francesa, María-Elena Vieira da Silva, que se expone hoy en Marsella, seguiría estando semi-olvidado, pese al prestigio y la presencia que tuvo entre los años cincuenta y setenta, sobre todo en la década de los años cincuenta, cuando sus cuadros, a menudo de temática urbana, entre la cuidada geometría y el gestualismo, la abstracción geométrica y el expresionismo abstracto, se exponían regularmente, en Francia sobre todo.
Sus vistas urbanas evocan a menudo ruinas, ciudades devastadas durante la Segunda Guerra Mundial, en la que las líneas nerviosas y las diminutas teselas ( la influencia de Klee es visible) se refieren tanto a edificios destruidos como desaparecidos -de los que solo quedan trazas-, y ciudades devastadoras, abiertas en canal por y para la velocidad, en una confusión de formas, cables y luces de colores que alcanzan el cielo, invadiendo toda la tela. Pinturas que son sismógrafos de la vida presente de la ciudad, que evocan las sinfonías urbanas de los años 30, con un mayor grado de confusión y enredo, y de vidas perdidas definitivamente, enredadas en laberintos de calles y señales.