Estudiosos iraquíes, algunos originarios de Mosul -y que han huido o que han emigrado a otras ciudades más seguras y sobre todo libres, pese a que Mosul siempre ha sido una ciudad muy conservadora- están asustados, aterrados, indignados de las tan publicitadas destrucciones que el Estado Islámico comete esos días.
Observan, sin embargo, que la comunidad internacional poco se inquietó cuando la coalición internacional bombardeó notables edificios de arquitectura moderna, como obras del arquitecto Rifat Chadirji, durante la Segunda Guerra del Golfo -y qu también forman parte del patrimonio de un país. El saqueo de la Biblioteca Nacional, del Archivo Nacional, de la Filmoteca, y del Museo de Arte Moderno en Bagdad -cuyas obras han acabado en colecciones extranjeras- pasó casi desapercibido -no así el del Museo Nacional de Iraq, si bien, la destrucción del museo de Nasiriyya, en manos de la Coalición, no fue comentada.
De pleno acuerdo con arqueólogos franceses que trabajan en Iraq, y arqueólogos españoles, los estudiosos consideran que la destrucción de los yacimientos empezó con las propias excavaciones iniciadas en el siglo XIX. La inexperiencia de los primeros arqueólogos -nada familiarizados con muros de adobe que se confundían con la arcilla circundante-, y la codicia de los grandes museos occidentales, llevó a la búsqueda frenética de tesoros, similares a los egipcios y micénicos, lo que devastó yacimientos como Tello, hoy, imposibles de estudiar.
Por otra parte, las ciudades mesopotámicos se construían, por motivos religiosos, al menos hasta el primer milenio aC, en un mismo lugar. Dado el material -adobe- las construcciones duraban unos treinta años. Pese a restauraciones anuales, se tenían que edificar de nuevo enteramente. Como los escombros no se echaban a un lado -no existían grúas-, las nuevas construcciones se levantaban sobre las ruinas de las anteriores, cuyos muros eran utilizados como cimientos.
Por tanto, una excavación en lo que era Mesopotamia implica adentrarse en la tierra, en lo alto de los llamados tells o colinas artificiales resultado de la acumulación de restos. A medida que se excava aparecen restos islámicos, cristianos, partos, helenísticos, neo-asirios, etc.,, todos sepultados bajo metros o decenas de metros de arcilla, que tiene que ser laboriosamente extraída.
Los yacimientos son muy extensos. Una mínima parte de los mismos ha solido ser excavada, habitualmente en los puntos más altos donde se suponía se hallaban templos y palacios, depositarios de los buscados objetos o ajuares preciosos. Mas ya mayor parte de las ciudades mesopotámicas yacen aún bajo capas y capas de tierra. Muchas no podrán ni siquiera ser exploradas.
Salvo Hatra -levantada en piedra, si bien la mayor parte de la ciudad está aun sepultada-, hacen falta bastante más que unas pocas excavadoras manejadas unos pocos días para arrasar un yacimiento. Las partes visibles suelen ser reconstrucciones modernas, y el conjunto está aun enterrado. Una misión como la que excavó en el periodo de entreguerras en Ur contaba con centenares de trabajadores. Apenas el veinte por ciento de la ciudad ha sido excavada. De la ciudad de Uruk -no del centro religioso-, nada se sabe. Se encuentra bajo la costra de sal que cubre el territorio alrededor del ziggurat.
Un tell como el de Qasr Shamamok, cerca de Mosul, en el norte de Iraq, bajo el cual yace una capital neo-asiria, Kilizu, fundada en el periodo medio-asiria y refundada por el emperador Sennaquerib, hacia el 800 aC,, fue bombardeado por Saddam Hussein cuando atacó a la población kurda en los años noventa, y por la coalición en 2003 para expulsar al ejército de Saddam Hussein. Un gran y profundo cráter se abre en lo alto del tell. Aun así, los niveles de la capital neo-asiria no han quedado afectados. Se hallan a más de cinco metros de profundidad. Y tras cuatro campañas de excavación -interrumpidas este año por la temporal ocupación del yacimiento por parte del Estado Islámico- solo se han podido estudiar tardías estructuras partas y helenísticas, situadas casi en la superficie.
Los daños infringidos al patrimonio iraquí y sirio son ingentes. Pero no acontecen desde hace unos pocos años o meses. Desde el siglo XIX, su estudio implica su destrucción.
Por otra parte, la destrucción de ciudades es consustancial con su existencia. Sin duda, por desgracia. Quien practicaba la sistemática destrucción de ciudades enemigas, para infundir pavor, era el poder imperial neo-asirio, hoy víctima del llamado Estado Islámico, el cual, paradójicamente, imita el comportamiento de aquéllos que considera infieles o paganos.
La destrucción de los restos arqueológicos es un crimen como lo es también -o más- el envenenamiento de las aguas dulces del sur de iraq -de la que dependen ciudades como Nasiriya y Basora- con bombas sucias, por parte tanto de Saddam Hussein como de la Coalición internacional, y la colocación de minas antipersonas -como las que rodean el yacimiento de Qasr Shamamok, cerca de Mosul- por parte de fuerzas iraquies antes de la invasión, y por parte de fuerzas de la coalición tras aquélla, minas que se fabrican en España, entre otros países.
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Suscribo todo lo que dice, creo que es un análisis extraordinariamente certero de la realidad.
ResponderEliminarCarmen,
Muchas gracias
EliminarHe tratado de resumir deversas conversaciones recientes con las que estaba de acuerdo.
Ayer noche, incluso, un arqueólogo francés -que excavaba en siria y conoce Iraq- opinaba de la misma manera.