Existen dos tipos de imágenes: imágenes con referentes o modelos externos, reales o ideales -las imágenes naturalistas pertenecen a este grupo- e imágenes sin referentes, como las imágenes abstractas -a menos que consideremos que los referentes, manchas o figuras geométricas sean entidades reales o ideales.
Dante, sin embargo, en el inicio del Canto III del Paraíso (La Divina Comedia), destacó un tercer tipo de imagen, quizá único; quizá fuera el primer y único autor en mencionarla.
"vi muchos rostros tenues que querían
hablar, y yo sufrí el error contrario
de quien se enamoró de su reflejo [Narciso].
Cuando me percaté de su presencia,
creyéndolos imágenes reflejas,
me volví para ver de quiénes eran..."
En su viaje ascendente por el Paraíso, Dante, a quien ya no acompañaba Virgilio sino Beatriz -una figura tan ideal o desencarnada como Virgilio-, descubrió una imágenes peculiares: imágenes borrosas o desvaídas, difícilmente discernibles y reconocibles, semejantes a formas o seres percibidos entre la niebla que aplana y desdibuja cualquier forma tridimensional, convertida en una sombra. Se trataba de lo que parecía una imagen aunque no lo era. No eran propiamente almas ni espectros; quizá emanaciones de seres que merecieron, al morir, ascender a los primeros niveles del Paraíso: seres desencarnados, no totalmente puros, seres que sin embargo se muestran como imágenes, y que, a diferencia de los espejismos no se desvanecen cuando uno se acerca ni se convierten en seres y no en imágenes engañosas. Estas apariciones o "imágenes" no tienen referentes externos. su referente o modelo son ellas mismas; tampoco son imágenes abstractas o imaginarias, sin parangón con entes o seres reales. Son imágenes de seres que existieron en la tierra, imágenes de sí mismas, o seres convertidos en imagen o que se muestran como si fueran una imagen; imágenes en las que las diferencias ontológicas o sustanciales entre la imagen y el modelo se diluyen. ¿Imágenes virtuales? Tampoco. Existen en un espacio inalcanzable fuera de nuestra vida y de nuestra percepción; existen en otro espacio, pero que existe: es, en verdad, el verdadero espacio, donde moran los seres que han escapado de la muerte, que han alcanzado la inmortalidad, y que, por tanto, ni son ni serán sombras. Son seres que "son", pero que parecen que no "son" (nada), que parecen pinturas, sombras, imágenes intangibles, seres que al extender la mano se diluyen -pero que no son espectros o meras sombras, como los que poblaban el Infierno que describe Dante, ni los infiernos greco-romano y mesopotámico. Estos seres tienen mayor densidad -y una existencia más plena- que nosotros pero que, sin embargo, solo somos capaces de percibir como si fueran imágenes. Nuestra capacidad de percepción y comprensión no logra captar y entender lo que "son", y solo puede actuar mediante las formas "a priori" -se es que esta expresión ya moderna se puede aplicar a una "estética" medieval- adaptadas a dos realidades, el mundo diurno y el nocturno, el real y el soñado. Dante descubre una nueva categoría: el ser que se muestra como un no-ser, y que solo puede ser percibido como inexistente o fugaz, como una imagen.
Dicha aportación de Dante a la comprensión o la percepción del mundo es, quizá, una de sus contribuciones más importantes. alimentada por su insólito (para nosotros) conocimiento del legado clásico, quizá aún vivo antes del Renacimiento que, por el contrario, selló su finiquito y permitió estudiarlo y disecarlo como un cuerpo ajeno y sin vida.
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