EL SACRIFICIO DE LAS
ESTATUAS
“…ces images nous
ignorent; elles sont d´un autre monde, et nous n´avons rien à faire dans ces
conciliabules d´ancêtres qui ne sont pas les nôtres”
(Chris Maker: Y las estatuas mueren también)
“... à peine entassés
les uns sur les autres, ces morceaux de matière informe arrachés à la matière
iront reprendre tout doucement leur lente dérivation à travers le règne minéral
qui pas un instant n´a cessé d´être le leur”
(Jean-Daniel Pollet: Bassae)
Si el barro que somos retorna al barro, la piedra que son
las estatuas también pide volver a su condición originaria.
La estatua es un
artificio: material tallada, moldeada o fundida, materia constreñida,
violentada. La estatua es un cuerpo extraño. No somos de piedra: su aparición
desencadena reacciones apasionadas en el seno de las comunidades (polis) que ha
creado, ha centrado. Se las adora o se las decapita, se las necesita o se las
oculta. Su presencia actúa como un espejo que desvela nuestros prejuicios y
nuestras convenciones: tememos encontrarnos con lo que nos muestra. La estatua
nos saca de nuestras casillas. Nos descoloca, nos descentra. Perdemos en norte.
Y reaccionamos a la desesperada. La estatua nos domina y nos reta. Se encara
con nosotros. Somos marionetas que maneja.
Pero su ruina no un final sino un
principio. La piedra se desprende de la forma que la enjaula, la limita; lista
para ser nuevamente manipulada. Y seguir atada al ciclo eterno de creaciones y
destrucciones.
Ante
las estatuas (las imágenes), nuestros ídolos, perdemos las formas –y las desfiguramos (para
que no nos miren más, y para no vernos más reflejados en sus ojos).
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