Las metrópolis, hoy, pueden parecer organismos monstruosos -y quizá lo sean- de las que algunas personas quieren huir, debido a su carácter pernicioso o destructivo.
Sin embargo, en Mesopotamia, la ciudad aparecía como una estructura que ordenaba el espacio y la vida de los humanos, como un centro sin el cual, la vida andaba perdida, desorientada.
Las ciudades mesopotámicas, sobre todo en los inicios de la cultura urbana, no eran perfectas, ni obedecían a planes nítidamente trazados, sino que se habían creado a partir de la adición, no siempre con orden y concierto, de casas y barrios.
Pese a su planificación deficiente o inexistente, la vida fuera de la ciudad no se concebía.
No existía, por tanto, mayor castigo divino que la caída de la ciudad en manos enemigas, siempre interpretada como causada por el abandono de los dioses que velaban sobre la ciudad, a causa de una falta cometida por el rey.
Pese a que, por el contrario, cualquier ciudad (incluso Jerusalén, a menudo), en la Biblia, fue considerada como una réplica de Sodoma y Gomorra -un estructura maldita, causante de todos los males y perdiciones-, merecedora del castigo divino, también es cierto que la destrucción divina de la ciudad acarreaba un retorno a la barbarie a la que la ciudad había puesto coto.
No existe, en toda la literatura del Próximo Oriente antiguo, descripción más descarnada de los efectos de la destrucción de la ciudad en la vida de los humanos, que la que proporciona el Levítico (26, 27-33) cuando cuenta qué ocurrió el día en que Yahvé dejó caer su ira sobre una ciudad:
“Y si con esto no me oyereis, mas, procediereis conmigo en oposición, Yo procederé con vosotros en contra y con ira, y os castigaré aún siete veces por vuestros pecados. Y comeréis las carnes de vuestros hijos, y comeréis las carnes de vuestras hijas: y destruiré vuestros altos, y talaré vuestras imágenes, y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os abominará: y pondré vuestras ciudades en desierto, y asolaré vuestros santuarios, y no oleré la fragancia de vuestro suave perfume. Yo asolaré también la tierra, y se pasmarán de ella vuestros enemigos que en ella moran: y a vosotros os esparciré por las gentes, y desenvainaré espada en pos de vosotros: y vuestra tierra estará asolada, y yermas vuestras ciudades.”
En ausencia de la cultura urbana, el canibalismo -la expresión más atroz de la pérdida de humanidad, del regreso al salvajismo, al caos, de la difuminación de las barreras que impiden la mezcla entre lo humano y lo animal- está de vuelta, y los padres devorarán a sus hijos.
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