lunes, 25 de enero de 2021

La huella de los dioses





Los dioses tenían (o tienen) que manifestarse sensiblemente, de alguna "forma" -siquiera bajo la "apariencia" de la luz de un candil, o el vacío de una hornaciana, como en el Islam, o tras una hoguera, o nubes de tormenta, como Yahvé-. 
Mientras que los dioses paganos adoptaron una forma humana, si hicieron pasar incluso por humanos, tal como cuenta Homero, el dios cristiano nació como un ser humano sin dejar de ser una divinidad.

Ocurre que todos estos recursos "formales" son de corta duración. El mismo dios cristiano solo estuvo, cuenta la tradición, treinta y tres años en la tierra. Luego, ascendió, es decir, desapareció de la vista de los humanos. Del mismo modo, los dioses paganos, disfrazados de humanos, mantenían dicha apariencia el tiempo de una conversación con algún heroe. Tras el diálogo, se esfumaban -en el sentido literal: solo dejaban una estela de humo, pronto disuelta.

Nadie vió a Alá; pero siempre habló a través de su profeta, un humano a parte entera que voló a lo cielos antes de morir en su lecho, como cualquier mortal. Nadie vió a Alá pero el creciente de luna quizá lo "represente" como antigua divinidad lunar, con esposa e hijas, que fue.

Alguna forma sensible es necesaria para que los humanos se remitan a la divinidad, necesariamente invisible : una imagen sensible, una palabra, un sonido, un olor: En el Paraíso, se oían los pasos de Yahvé cuando se desplazaba, rozando la pradera.

Los dioses han dejado "muestras" de su paso por la tierra, de su existencia: piedras -a  veces caídas del cielo- e imágenes. Entre éstas, destacan las huellas. 

El templo neo-hitita de Ain Dara, en el norte de Siria, no lejos de Alepo, fue bombardeado por el ejército turco hace unos pocos años y ya nada queda, ni siquiera del umbral en el que estaban nítidamente inscritas dos huellas humanas desmesuradas, las huellas de la divinidad. Del mismo modo, el senador romano tardío, Paulino de Nola -convertido al cristianismo en Barcelona a principios del s. V dC- destaca, en su Carta 31, la existencia de la huella de Cristo, inscrita en la piedra, en el lugar mismo dónde ascendió a los cielos.

Las huellas son signos característicos que remiten tradicionalmente a la divinidad. Son marcas grabadas en la materia por contacto directo. Ningún escultor ha intervenido. El peso de la divinidad se ha dejado voluntamiento sentir y la piedra ha cedido: ha acogido la figura divina. Mas, contrariamente a los retratos mágicos del rostro de Cristo, como el velo de la Verónica, también inscritos sin intervención humana, denotan la presencia de la divinidad a través de la imagen de su rostro perfectamente reproducido en la tela, las huellas -de los pies son el testimonio de una ausencia. La divinidad ya no está allí -ni en ningún lugar. La huella está hueca: es un vacío. La huella suscita la nostalgia; ni siquiera denota, más allá de una forma antropomórfica, quien "era", qué forma tenía la divinidad. Un retrato provoca la ilusión de una presencia. De algún modo, suple la ausencia. Aunque Cristo haya desaparecido, el retrato mágico de Jesús impide que éste desaparezca del imaginario humano. El retrato está casi vivo. Los ojos bien abiertos de la imagen parecen mirar a quien lo contempla. Se produce un intenso y turbador cruce de miradas. Pero una huella solo acentúa la desaparición de la divinidad y la soledad humana. La huela invita a retrotraerse a otros tiempos. La huella marca el final de una era, en la que dioses y hombres cohabitaban. Una huella es un recuerdo de lo que fue y ya no será. Ante la huella no cabe la esperanza sino la desolación. Revela que la divinidad quiso partir, que su tiempo entre los humanos había concluido, a los que solo les quedaba el vacío, la sensación de vacío ante lo que, en el fondo, es la muerte de la divinidad, su reclusión, su partida sin regreso posible. La huella solo invita a alzar la vista, escudriñar el cielo y no ver nada. Las huellas son siempre los peores legados pues denotan todo lo que se ha perdido.

4 comentarios:

  1. Estupendo texto. Pero las huellas siempre son improntas que se pierden en un sentido pero se materializan en otro: el de los símbolos literarios, ideológicos, etc. Hay otro tipo de huellas que ni representan subida alguna a los cielos ni divinidades que deambulan entre las culturas humanas. Son las improntas de manos de las cuevas paleolíticas. Huella huella. Vínculo entre roca y carne. Me deslumbran. Gracias.

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    1. Muchísimas gracias por el comentario.
      El texto es un recuerdo o una evocación que mantiene viva la presencia del ser nombrado, una vida más perdurable que la que las imágenes plásticas aportan.

      Las huellas de las manos paleolíticas son fascinantes. ¿Cómo deben ser juzgadas? ¿Imágenes positivas o negativas? ¿Son una imagen o una huella, muestran manos o la ausencia de manos? Son imágenes ambiguas, cuyo motivo depende de cómo se las percibe. De ahí que sean tan complejas y atractivas. La mano aún está posada en la roca o ya se ha retirado.

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  2. Tendré en cuenta esta reflexión última. Por cierto, la primera vez que vi esas manos fue en la cueva de Maltravieso (Cáceres), allá a finales de los 60, cuando aún no estaba disponible, digamos, para el público y había prácticamente que arrastrarse para llegar a algunas zonas de la caverna. Fue un asombro, como asombro me produjo, también por aquella época ver las pinturas de Ojo Guareña, de distintos tiempos y culturas. En fin, disculpa, me ha venido a la mente.

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    1. Muchas gracias por estas referencias de cuevas que desconocía.
      Recuerdo un verano visitar las cuevas en la cornisa cantábrica y en Asturias y maravillarme -por la experiencia de caminar a oscuras, en silencio y en un ambiente tan húmedo que las rocas parecían pulidas como piedras preciosas.

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