La pérdida de las funciones mágico-religiosa, y educativa, de la obra de arte, incidiendo, en un caso, en el mundo sobenatural, y en otro, en el mundo terrenal, en la Europa occidental, en la segunda mitad del siglo XVIII -una pérdida más teórica que práctica, sin duda- dejó al arte sin objetivos. ¿Para qué hacer arte?
Fue entonces cuando se postuló que el arte podría ser un acicate aleccionador. Los héroes de la antigüedad -con preferencia a los santos- y sus templos clásicos deberían convertirse en modelos artísticos, poéticos y arquitectónicos; modelos una y otra vez representados. Se trataba de ejemplos de virtud: héroes entregados en pos de un ideal, que no dudaban en sacrificarse en beneficios no tanto de si mismos sino de los demás. Su figura debía ser hermosa, bin proporcionada y luminosa; héroes marmóreos, sin un gesto de temor, sin un mal gesto; figuras cuya belleza atraería y suscitaría la emulación. Los humanos, contemplándolos en acción, querríamos ser y actuar como ellos, dando la vida si fuera necesario; moverían a la acción, benéfica, juiciosa. Serían modelos de comportamiento, cuya bondad -entrega y sacrificios- su cuerpo no afectado por mal alguno visualizaría. La belleza, anhelada, perseguida, postulada -una belleza física, corpórea, sin mácula- sería la "expresión" o el símbolo de una voluntad heróica que buscaba "hacer el bien", sin perseguir beneficio alguno, una acción que se emprendería porque se tenía que emprender, una entrega que no esperaría recompensa alguna más que la satisfacción del "deber cumplido". La belleza ya no sería solo la visualización de un alma incorrupta, sino de un talante virtuoso. La belleza sería ejemplar. La estética, entendida como la expresión y percepción de la belleza, llevaba no solo al disfrute, sino a la ética, la acción emprendida que no buscaría bienes materiales.
A la vez estas imágenes modélicas debían ser presenrvadas y expuestas. Los museos, una creación dieciochesca y sobre todo decimonónica, tuvieron como finalidad recolectar y mostrar obras bellas, es decir obras que invitarían, siquiera en sueños o de manera imaginaria, a actuar "bien" -pese al daño colateral que se pudiera causar. El bien estaba por encima de esas consideraciones pusilánimes. El mundo -colonial- era el terreno privilegiado para la acción heroica. Seguramente, el mundo colonial, la identidad entre belleza y bien, y la determinacón de la noción de arte, alejada del culto y de la educación (funciones que se practicaban en lugares determinados, seculares o sagrados), bien acotados, especializados, están relacionados.
Esta concepción de la belleza como desencadenante del bien se simbolizaba en la figura del héroe griego. Todas las demás figuras de otras culturas, por el contrario, eran incapaces de suscitar semejantes deseos virtuosos, sino concupiscentes, de fama y molicia. El mundo oriental -otomano, árabe, hindú, chino- y precolombino, poblado de seres deformes, solo podía dar lugar a acciones innombrables, de crueldad y de cobardía. El siglo XIX fue la època que ensalzó al héroe griego y lo impuso en el imaginario occidental (que dominaria a la fuerza una gran parte del mundo) como un ejemplo de perfección moral. El arte fue el medio gracias al cual se forjó esta imagen ensalzada y exaltada de la que nadie podía alejarse, porque era una imagen que necesariamente invitaba a la acción juiciosa.
Conocemos los resultados de esta asociación entre ética y estética....
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