¿Solo se es un arquitecto si se construye, como comentaba recientemente un profesor de arquitectura? Un arquitecto ¿debe construir y, por tanto, conocer y dominar los medios necesarios para la edificación? Sin duda.
Lo que caracteriza la labor del arquitectura es la calidad de lo que construye: espacios en los que se vive bien, a los que se aspira, en los que se querría vivir, espacios que hacen soñar, que despiertan la imaginación, las ganas de vivir, que mejoran o engrandecen la vida?
Estos son los espacios que el arte produce: las artes plásticas, poéticas y “performativas”, desde una pintura hasta la danza, componen, visualizan, abren espacios sensibles en los que nos proyectamos; espacios dotados de cualidades sensibles en los que sentimos y sabemos que la vida será “otra”, placentera y plena; espacios que habitamos con la imaginación -libres de la decepción que la realidad tangible causa. Son espacios que la imaginación, el recuerdo y la ensoñación nos ponen al alcance, y nos invitan a mirar con los sentidos en alerta, sentidos que azuzan y despiertan la reflexión. Un arquitecto debe de ser capaz -tal es su tarea- de abrir espacios tales, dotados de cualidades sensibles que mejoran la vida, producen ilusiones, la ilusión en una vida mejor, que mantienen la esperanza y evitan conformarse y recluirse en y con lo que se tiene (o ni siquiera se tiene); espacios que invitan al viaje para llegar a ellos. La lectura, la escucha y la visión son los medios gracias a los cuales accedemos a dichos espacios, son la clave que nos los ponen a nuestro alcance y nos permiten asentarnos en ellos y disfrutar de los mismos; espacios luminosos, sonoros, que nos envuelven y nos protegen del mundo prosaico (que el constructor levanta).
La arquitectura es la poesía de la construcción, la construcción poetizada, desmaterializada o, mejor dicho, levantada con la materia con la que se edifican sueños e imaginaciones, una materia solo perceptible con los sentidos externos e internos, los ojos y los ojos del alma, que nos llevan a ser conscientes del bien y del placer que sentimos.
Es por eso que las materias o asignaturas técnicas son necesarias al arquitecto, conocimientos que le permiten edificar sus espacios: la escritura, la versificación, la composición, el arte de la interpretación son medios que permiten proyectar imágenes mentales, materializarlas para que estén a disposición de ser habitadas, al mismo tiempo que permiten apreciar, juzgar y disfrutar de las imágenes tanto las que uno crea como las que otros arquitectos ofrecen.
Del mismo modo que el paisaje solo se halla en la pintura, la arquitectura solo existe -en tanto que arquitectura, es decir en tanto que espacio que activa la imaginación, despierta los sentidos, nos abre al mundo, y nos colma- en el multiforme y complejo mundo de la imagen plástica, poética, musical y escenográfica, capaz de suspender el tiempo y de proyectarnos a mundos más ricos y satisfactorios porque solo se abren con la imaginación.
Entre los grandes arquitectos del siglo XX, supongo que se encuentran Marcel Proust, en Del lado de Guermsntes, y en La Prisionera, Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York, John dos Passos, en Manhattan Transfer, Carmen Laforêt, en Nada, o Jean-Louis Godard, en À bout de souffle, y en Le mépris
A Lluis, Pilar, Carles, Jaime, Félix, Daniel, arquitectos
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