Fotos: Tocho, ejemplos de pintura parietal romana, Termas de Caracalla y Domus Aurea, Roma, ss. I-III dC
Que el ser humano deba glorificar la creación divina, y asuma que puede corregirla si la materia deforma la perfección de la idea o del ordenamiento divinos explica el feroz naturalismo del arte occidental, apegado a la realidad, incluso prosaica, mejorándola en todo caso, y siempre como un canto a la omnipotencia sobrenatural.
En el mundo pagano, Romano, la creación divina, obra de Saturno, era perfecta, también, pero el padre de los dioses, al contrario del celoso dios cristiano, no exigía que se le rindiera pleitesía rememorando la generosidad y omnipotencia de su gesto creador. A los dioses páganos solo cabía ofrendarles ritualmente. No necesitaban que se les cantara regularmente, ni que los humanos tuvieran que honrarlos. Entre hombres y dioses cabía un abismo, y éste era necesario para que los dioses no se inmiscuyeran en los asuntos humanos.
Los artistas, los pintores, por ejemplo, no tenían que recrear el mundo creado por las divinidades. La recreación humana no importaba. Los dioses no esperaban la admiración beata de los humanos. Éstos eran insignificantes. Sus cánticos no habrían sido apreciados. La atención, la devoción humanas sólo habría causado indiferencia en el Olimpo o en el Capitolio.
Por esta razón, los artistas clásicos compusieron un mundo propio: un mundo paralelo, inventado, imaginario, poblado a menudo de seres (personajes, animales) fantásticos , híbridos, una evocación de las Metamórfosis de Ovidio . Se trataba de un universo teatral, con referencias al mundo natural, sin duda, pero que obedecía a reglas organizativas, generativas propias. En algunas, pocas, ocasiones, las imágenes eran de opcionales. En la mayoría de los casos, la pintura era una pantalla hacia un universo inexistente, existente solo en la imaginación, libre dd ataduras a la realidad, obedeciendo a reglas y normas que no tenían cabida en la naturaleza. Seres fantásticos se mezclaban con figuras que hubieran podido vivir en la realidad, algunos paisajes, algunas arquitecturas podían reflejar un eco de lo que acontecía en la realidad, pero las normas que imperaban en las escenas pintadas, la distribución de las figuras, la lógica de los edificios, solo tenían cabida y se manifestaban con todo su esplendor en el espacio ilusorio de la pintura. El pintor era el único responsable de lo que plasmaba, sin tener que rendir cuentas a ningún poder superior. De ahí la riqueza y diversidad de la pintura Romana, pero también una impresión de cierto artificio, de gratuidad, como si la pintura huyera del mundo, evitando cualquier contacto con éste, un mundo en el que los humanos, nos guste o no, vivimos -sin poder escapar. La pintura Romana permitía olvidarse del mundo, un olvido necesario, mas, durante un tiempo limitado, por desgracia.
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