Anne-lise Coste (Marsella, hoy en Berlín y en Zurich) pasó cinco años en un hospital psiquiátrico: encerrada en una celda monacal. Éste era su espacio, el espacio en que vivía; su espacio propio, doméstico.
Los dibujos reflejan la percepción de su espacio más íntimo: camas de estructura metálica, encerradas por barrotes; estancias desnudas; puertas cerradas; gruesos muros; ventanas en lo alto; chimeneas inquietantes clavadas como tornillos en el tejado; algún crucifijo. Casas como búnkers.
Frente a estas imágenes, estructuras de cañas, frágiles y desequilibradas, a punto de caer como construcciones de palillos, soportadas por finos varillas que se doblegan, como las múltiples patas de un insecto: construcciones inquietantes, tejidas con fibras, entre el nido y la tela de araña. Se asemejan a chozas superpuestas, apoyadas sobre pilotes, como si fueran casas sobre las aguas, siempre a punto de ser arrastradas.
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