(Resumen de la brillante conferencia impartida por la dra. arquitecta y poetisa griega Phoebe Giannisi, profesora titular de proyectos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Tesalia, en Volos, ayer, jueves 13 de marzo de 2014, de 19.30 a 21 horas, en Caixaforum de Barcelona)
Los santuarios, en la Grecia antigua, eran complejos arquitectónicos. Se desmarcaban del resto de los asentamientos. Poseían su propio recinto. Comprendían una serie de equipamientos cultuales: estatuas, monumentos votivos, templos, altares, sagrarios, tesoros, tumbas, etc. Éstos se disponían según un itinerario que conducía desde la entrada del recinto -amurallado o no- hasta el templo principal, cuyo acceso estaba vetado a los profanos. Los santuarios apolíneos de Delos y de Delfos constituyen buenos ejemplos de la organización espacial sagrada griega.
Dichos recientos no fueron planificados de un solo golpe, contrariamente a los santuarios del Egipto faraónico, y de los helenísticos. No respondían a un plan unitario. Sin embargo sí poseían un "arquitecto" o encargado de supervisar la ubicación de las nuevas construcciones. A medida de popularidad del santuario, y de la importancia y el tamaño de las ofrendas -en ocasiones aportadas por ciudades-, tales como grandes monumentos o grupos escultóricos, estos se ubicaban según un itinerario, siempre teniendo en cuenta la relación que establecerían con equipamentos previos.
Templos, monumentos y estatuas -sobre basamentos o podio, o depositadas directanmente sobre la tierra- poseían inscripciones: poemas, himnos, plegarias o datos sobre los donantes y las razones de la ofrenda; textos que se referían tanto a quien había encargado la ofrenda -nombre, cargo y razones- cuanto a qué divinidad héroe estaba dedicada.
Quienes acudían a los santuarios recorrían el camino en el interior del santuario, camino que se abría paso entre monumentos, y que al mismo tiempo los unía, dando sentido, orden a su presencia. Avanzaban lentamente entre la multitud de edificios, altares y estatuas. Las inscripciones estaban presentadas de tal modo que apelaban al paseante. Éste se detenía y las leía en voz alta. Los monumentos y las estatuas eran signos que evocaban a los seres y a los héroes del pasado. La lectura y las imágenes esculpidas o pintadas devolvían a la vida a los seres perdidos u olvidados. Por un momento, éstos se manifestaban. De este modo, el recorrido invitaba a reencontrarse con el pasado; la contemplación de los monumentos, que se describían a medida del trayecto procesional, y la lectura de las inscripciones ponían en contacto a los mortales y los inmortales, a los seres del presente y del pasado, a los vivos y a los muertos.
La disposición o planificación del santuario, que constituía algo así como una sucesión de estaciones en las que se evocaba a los antepasados -a los personajes de otro tiempo-, y que articulaba, en un recorrido complejo y coherente, compuesto de pasos rápidos y lentos, de paradas y desplazamientos, edificios, monumentos, altares y estatuas, que evocaban la vida de un héroe o una divinidad -o un grupo de divinidades bien relacionadas-, se asemejaba a la composición de un relato épico o mítico. Éste narraba un viaje. Los distintos escenarios -en la tierra, el cielo o el mundo infernal, compuestos por tumbas, templos, palacios y parajes sagrados- eran recorridos tanto por el héroe cuanto por el poeta -el narrador- y el oyente. La lectura, en voz alta, del poema o del relato mítico, recordaba y evocaba el viaje narrado. El vate y el oyente ocupaban el lugar del héroe y vivían lo que éste vivió, en los mismos sitios por lo que transitó.
Un santuario tenía la misma función que un poema: permitía vivir otras vidas, una vida plena: la vida de un dios o un héroe. Quien acudía a Delfos, por ejemplo, seguía los pasos del mismo Apolo cuando descubrió y recorrió este paraje antes de fundar el santuario. Este viaje procesional era el mismo por el que pasaba mental y sensiblemente tanto el vate cuanto el oyente de la recitación o interpretación del Himno homérico a Apolo. En ambos casos, el desplazamiento físico por el espacio real, y el viaje mental o imaginado por los lugares recordados, evocados por el poeta, transportaba al ser humano a otro mundo, y le ponía en contacto con los héroes, a fin que tomara conciencia de su mortal condición y la reconociera y asumiera.
La similitud entre ambos viajes se acrecentaba toda vez que el paseante leía en voz alta las inscripciones que encontraba en los monumentos a medida que se adentraba en el santuario. Estos textos podían ser los mismos que componían las distintas escenas de un relato. En ambos casos, en el santuario y en el poema, el relato, o su enunciado en voz alto, rememoraba y, por tanto, devolvía a la vida, a un héroe con el que el viajante o el oyente se encontraba.
Un héroe cuya vida estaba en manos del visitante o el narrador. Éstos podían no detenerse, podían no leer los textos. Podían también leerlo de un determinado modo, con una u otra entonación, midiendo qué énfasis creían o querían poner. De este modo, el visitante y el oyente, el arquitecto y el poeta, se sentían creadores. La vida de los seres del pasado estaba en sus manos. Se descubrían mortales, sin duda, pero también responsables: humanos plenamente. Bien sabían que este momento de gloria, cuando la vida de un héroe dependía de la voluntad o el deseo del oyente o el artista, no duraba: duraba lo que dura un paseo y una lectura. Duraba, como máximo, una vida: la vida, un viaje que componía, a veces sin orden ni concierto, o con un orden incomprensible, que solo se descubría al final, una serie de escenas o vivencias. El viaje y la lectura permitían descubrían la lógica de la vida; vivir y comprender, otras vidas, modélicas, que echaban luz sobre la propia vida. Una vida que adquiría, así, sentido. El viaje y la lectura daban sentido a la vida: creaban una vida nueva. Convertían a quien componía y a quien escuchaba en el creador de su vida, y le permitía hacer de su vida un viaje que merecía ser emprendido, en sueños al menos.
El santuario y el poema escenificaban las condiciones, el espacio para y en el que emprender otras sendas, sendas que la vida diaria no ofrecía; permitía salirse de los caminos habituales. Invitaban al sueño. Las palabras y las piedras constituían estaciones, puertas hacia otros recorridos; facilitaban encuentros inesperados, pero no menos deseados. Invitaban a una vida plena. Que tal es la función de la arquitectura y la poesía: delimitar un espacio donde la vida prende con plenitud -antes del olvido o el abandono.
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Los que fuimos a un colegio religioso en los 60 podemos entender esto porque en semana santa hacíamos el via -crucis ,que era algo parecido .En aquel caso era volver a recorrer el camino al sacrificio e identificarse con el sufrimiento de la divinidad .Volver al tiempo mítico y acercarse a lo sagrado...
ResponderEliminarCiertamente, el via crucis se parece a las antiguas estaciones procesionales de la antigüedad pagana, con la excepción que no existía ningún texto sagrado que dijera la verdad y que tuviera que seguirse "a pies juntillas"
EliminarGracias por la observación
Si,y sin todo el tinte tenebroso y lleno de culpa del catolicismo de aquellos tiempos.
ResponderEliminarAunque los rituales siempre se siguen a pies juntillas.Por lo que comenta ,lo de los templos griegos ,en estos casos no era un ritual propiamente dicho.
Saludos
(Soy la misma María en conflicto con las cuentas de Google)
Supongo que deberíamos distinguir entre las procesiones que constituían la parte central de los rituales en honor a una divinidad y que recorrían un santuario, y las visitas más libres de escritores como Pausanias que se detenían para leer y observar.
EliminarCreo que en el caso de los rituales era necesario operar tal como siempre se había hecho so pena de que la divinidad no respondiera y el ritual fuera ineficaz.
Si,tiene razón .No sería lo mismo.Incluso entre los rituales,me imagino que los habría de distinto tipo.Los más importantes supongo que son los instituidos por la misma divinidad.La misa evoca la última cena y lo que dijo JC "...este es mi cuerpo ,esta es mi sangre...haced esto en memoria mía ".
EliminarSupongo que los rituales fueron fijados a lo largo de los siglos, y no todas las iglesias coinciden con la literalidad y la práctica de determinados ritos.
EliminarLa voz de la divinidad, o su supuesta transcripción por escrito, es una base que, sin embargo, no todas las iglesias asumen en su integralidad.
Muchas gracias por sus puntualizaciones
Bueno ,el Via crucis tampoco es un rito propiamente dicho que haya que seguir al pié de la letra ,como sí lo es la misa.
ResponderEliminarEs muy cierto, supongo que el via crucis no tiene, por ejemplo, el tiempo pautado
EliminarHe buscado un poco por ahí y dá la impresión de que hay bastante libertad,incluso en los textos que se eligen.
EliminarPor lo visto se inicia ya en el s .IV
http://www.franciscanos.org/oracion/aizquierdo.htm