Los especialistas están de acuerdo: el ágora es la gran aportación de la ciudad griega. Se trata de un nuevo tipo de espacio, o una nueva concepción del espacio, que ya no pertenece a los dioses o a su representante real en la tierra, sino que consiste en un espacio comunitario. La comunidad -que solo incluye a los hombres libres nacidos en la ciudad- es la que dirige y se muestra en este lugar. Los dioses poseen un lugar propio (el acrópolis), pero se halla en las alturas, separado de la vida cotidiana que acontece en el centro de la urbe. La ubicación central del ágora es un símbolo de que no pertenece a nadie en particular, de que no se inclina o se halla más cerca de un grupo que de otro. Nadie, por otra parte, puede apropiarse, siquiera temporalmente, para su beneficio o su exhibición, del ágora.
El ágora está rodeada de edificios públicos. También acoge espacios sagrados pertenecientes a divinidades que velan por los intercambios verbales y comerciales que acontecen en el ágora.
También acoge numerosos monumentos. Éstos representan dioses y héroes del pasado ligados a la historia mítica de la ciudad. También se exhiben personificaciones de los valores ciudadanos, tales como la Justicia o la Salud.
Lo que quizá no se ha destacado suficientemente es la exposición tan pertinente de monumentos -de estatuas divinas y heroicas- en el ágora. Éstas solo adquieren sentido en este lugar.
Si el ágora es un lugar de intercambio y de encuentro, el ágora no solo acoge a los seres vivos. Una ciudad no comprende solo a ciudadanos vivos. también incluye a los muertos y a los dioses, cada uno asentados en su propio espacio: el acrópolis y la necrópolis, a los que los ciudadanos acuden para reunirse con los seres invisibles.
Pero el encuentro más directo e íntimo acontece en el ágora. Se simboliza, se manifiesta en el ágora. Las estatuas que lo pueblan son efigies de seres de otro tiempo, de un tiempo anterior a los humanos, cuando la tierra solo estaba poblada de dioses y héroes. Pero estos seres siguen vivos, siguen estando en la ciudad a modo de espíritus. Las estatuas les conceden un cuerpo gracias al cual los espíritus o las almas, y los seres desencarnados y, por tanto, invisibles, se personifican: se muestran de cuerpo entero entre los humanos, los ciudadanos. Los encuentros entre ciudadanos en el ágora repiten los que se establecen entre los vivos y los muertos o, mejor dicho, entre los mortales y los inmortales.
Esos encuentros solo pueden tener lugar en el ágora. Los mortales pueden dialogar con los inmortales; éstos aleccionan con su ejemplo a los mortales; les inspiran, les aconsejan, les proporciones pautas de comportamiento, modelos de acción ética, que luego deben de regir las relaciones interpersonales. El ágora, así, es tanto un espacio de encuentro "a todos los niveles". Y son los encuentros "al más alto nivel" , entre hombres y héroes, los que dan sentido, pautan y determinan los posteriores encuentros entre los hombres.
El ágora se erige así en un espacio formativo que convierte al hombre en un ciudadano porque, tras haber dialogado con los héroes, tras haber observado como se comportaban, cómo se hallaban en la tierra, como "eran", puede entonces ser de un modo parecido y crear comunidades de seres vivos.
Sobre la función cívica y ejemplificadora de las imágenes en la Grecia antigua, véase el excelente ensayo:
HÖLSCHER, Tonio: La vie des images grecques. Sociétés de statues, rôle des artistes et notions esthétiques dans l´art grec ancien, Hazan, París, 2015
jueves, 14 de enero de 2016
(La función del) espacio público en la Grecia antigua
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