Las razones para esta procesión no son claras. Los participantes explican que todos necesitan una casa: el recién nacido Jesús no puede llegar en medio de la nada. Las casas son el hogar que se le ofrece y cada miembro de la comunidad le brinda su casa.
Pero las maquetas, los ladrillos también invocan no sólo la divina protección del hogar sino la propia existencia de una casa en una región asolada por el crecimiento desmesurado del número de personas sin hogar.
Finalmente, la casa vive al ritmo de las familias. Nacimientos, separaciones y muertes afectan la estructura del hogar. Las casas crecen, se parten, se abandonan, se derriban. Su presencia en la procesión invoca su integridad, de modo que si la casa perdura la familia o el clan también perdurará. Un simple ladrillo es una imagen de unidad, una apelación a una unidad quizá perdida.
Debo esta información y las imágenes a Artur Rozestraten y a su libro Portadores. Imaginário e Arquitetura, Sao Paolo, 2015, a quien agradezco sus comentarios y observaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario