Icono en la Walter Arts Gallery de Baltimore
Salvo para creyentes ortodoxos rusos, posiblemente pocas personas recuerden a Floro y Lauro.
Son personajes legendarios romanos. Habrían vivido en el siglo II dC.
Su destino estaba marcado: eran gemelos. No podían ser sino fundadores, o arquitectos.
Nacieron un dieciocho de agosto en Bizancio (llamada después Constantinopla). Ésta quizá fuera la fecha de Helena, cuyo rapto -o cuya partida voluntaria- hacia Troya desencadenó una guerra que aun se recuerda. Helena, hija de Leda y de Zeus, tuvo dos hermanos gemelos: los Dioscuros Cástor y Polux. Eran dioses protectores de ciudades y espacios domésticos.
La relación entre Floro y Lauro con la construcción era inevitable. Eran albañiles. Tallaban piedras. Gracias a sus habilidades, el hijo de la emperatriz los contrató para construir un templo pagano en Iliria, pero, con la ayuda de un ángel, acabaron levantando una iglesia, por lo que fueron ejecutados, echados a un pozo, una zanja de cimentación. Antes habían donado casi todo el dinero para la edificación a los pobres, un gesto similar al de Tomas, otro patrón de los arquitectos, cuando construyó un palacio en el cielo para el rey de la India.
Cuando Floro y Lauro fueron ejecutados, la peste acabó con los rebaños, pero sus cuerpos incorruptos pusieron fin a la plaga justo a tiempo. Se convirtieron en protectores también de los caballos, como la diosa Atenea, diosa de la carpintería, la arquitectura y la doma -la arquitectura doma la naturaleza desbocada, impone orden- y, desde luego, los Dioscuros.
También eran médicos. Sanaron a un niño herido por la talla de un sillar que saltó del andamio durante la construcción; las artes de la medicina siempre han estado ligadas a las artes de la medida y la mesura que los arquitectos practican.
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