Aunque las palabras o expresiones Estética, y Teoría del arte (o de las artes) son sinónimas y suelen utilizarse indistintamente, no significan exactamente lo mismo.
Ambas pertenecen al mundo del arte -o, mejor dicho, al mundo sensible, una de cuyas manifestaciones o expresiones es la obra de arte-. Se refieren a reflexiones que el mundo sensible -es decir, dotado de cualidades tan sensibles, que apelan a nuestro sentidos, que parecen cualidades propias de obras de arte, como si existieran formas naturales o no artísticas que pudieran ser interpretadas -es decir que pudieran ser consideradas como portadoras de ideas o valores-, e interpretadas cómo se interpretan ineludiblemente las obras de arte.
Mas, asumido que la estética y la teoría del arte se refieren al estudio del mundo considerado como una obra de arte, y al propio arte, ambas maneras de abordar la creación natural y artificial difieren.
La teoría de arte se centra en la obra -y la obra de arte, exclusivamente, sin atender a otro tipo de formas o entes. La teoría parte del principio que la creación artística es significativa. No se trata de una obra o una acción gratuita o caprichosa, sino que se consiste en una manera, en una forma de expresar o materializar un contenido -una forma que puede ser material o inmaterial, visible o invisible, como por ejemplo la silenciosa composición para piano 3´44¨¨ de John Cage, en la que lo que se oye es el silencio -que habitualmente no percibimos o no queremos percibir. Hacemos oídos sordos al silencio que, por el contrario, Cage manifiesta. La teoría estudia las ideas expresadas y la manera y la materia con la que se concretan; valora la finalidad de la obra, su sentido, su alcance; las relaciones que mantienen las obras entre si; como se relaciones, se rechazan, se critican y se interpretan mutuamente. La atención, por tanto, está volcada en el objeto y su mundo, el cerco que abre y que lo delimita, así como en el objeto y el mundo, del que puede ser un reflejo, una manifestación o un sustituto; a menos que la obra de arte rechace el mundo o manifieste que es incapaz de mantener relaciones con él. La obra es considerada como un mundo que debe de ser explorado, desvelado, interpretado, estando su "verdad", su sentido, en o fuera de la obra, en lo que "cuenta" o en el diálogo que establece con el mundo y/o con otras obras. Teorizar sobre el arte lleva a asomarse a un mundo tratando de hallar las claves que permitan saber qué es, porqué está allí, cual es la razón de su existencia, qué sentido tiene que exista.
La estética, por el contrario, se centra en nosotros como espectadores o intérpretes, atraídos, interpelados por la obra de arte -o por cualquier forma que consideramos tiene el poder de detenernos y sorprendernos como lo hace una creación artística. La estética estudia cómo nos podemos relacionar con la obra; qué debemos hacer, cómo debemos comportarnos para que la obra se abra a nosotros y dialogue con nosotros. El problema o el misterio no reside ahora en la obra sino en nosotros: en nuestra manera de acercarnos a la obra, en nuestra capacidad para abrirnos, para escuchar o atender a lo que la obra, si nos acepta, puede querer decirnos. El contacto solo se puede establecer si respetamos ciertas reglas de juego, si mantenemos las formas. La estética nos enseña, así, a cuidar las formas -a fin de evitar que la obra se nos escape o nos resista. La estética es el estudio de las distintas maneras de relacionarnos con las obras de arte (y con las cosas que poseen cualidades tales que pueden ser tratadas como si fueran obras de arte): a qué "distancia" debemos colocarnos, que modales emplear. La estética nos educa a respetar las obras. Nos forma como seres atentos, atentos a las formas. Nos informa. Nos enseña a percibir el mundo; a sabernos comportarnos, a portarnos "bien" respetando lo que las obras quieren o pueden comunicar. La estética atiende a la apariencia, regula las relaciones a fin que se establezcan y no se rompan.
La estética está inevitablemente unida a la ética. Cualquier gesto, cualquier acción de acercamiento a la obra tiene que ser una invitación al diálogo. El gesto persigue un fin: la "buena" sintonía con la obra (cuyos valores y cuya forma podemos compartir o no, con los que podemos estar de acuerdo, de los que podemos alejarnos o mostrarnos indiferentes o reacciones, sin que por eso perdamos las formas y no aceptemos la existencia de mundos que nos interpelan, nos trastocan o nos repelen). La estética nos enseña pues a estar en el mundo. Nos da lecciones de urbanidad.
Quizá no sea curioso que la Escuela de Arquitectura de Barcelona haya sustituido la asignatura de Estética por la de Teoría. Hemos pasado del cuidado de las formas (de relacionarnos), de nuestra formación ante el mundo, al estudio de las formas "cosificadas". Nuestra posición ya no es "objeto" de debate. Nada puede cuestionarnos. Eso nos permite dedicarnos al estudio de los cosas y a echarles la culpa si nada dicen o si son banales o indiferentes. Perseguimos al otro, siempre problemático. El mundo está lleno de cosas que están a nuestro servicio. Y nunca más nos preguntaremos qué hacemos y porqué estamos aquí, qué debemos hacer, cómo debemos actuar para que nuestra manera de vivir y de relacionarnos tenga sentido.
La estética no nos pierde, como se dice a veces. Lo que nos pierde es la pérdida de atención, de miramientos para con el mundo, de cultura. El olvido de la estética es un síntoma de mala educación. Nos conduce a la barbarie.
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