domingo, 11 de marzo de 2018
JOHN DOS PASSOS (1896-1970): MANHATTAN TRANSFER (1925)
Si la arquitectura es el arte de componer un espacio en el que se puede estar, teniendo la sensación de vivir bien, en el que uno se ve o se imagina viviendo allí, la arquitectura es subjetiva: se halla en nuestra imaginación. Imágenes construidas tienen la capacidad de suscitar esas sensaciones placenteras.
Por tanto, la arquitectura se halla ante (y en) nosotros. Nos proyectamos en ella. Se encuentra en cualquier imagen, arquitectónica, pictórica, poética o musical.
Nueva York es -o fue en los años veinte y treinta- el modelo de toda ciudad: una ciudad soñada a la que aspiraban llegar hombres y mujeres, que ya se veían en sus calles y sus altas casas.
Nueva York está en Manhattan. No en la isla, sino en la larga novela de John dos Passos, un texto necesario para proyectar (proyectarse y edificarse).
El protagonista es la ciudad. Actúa de marco y de acicate de múltiples vidas. La novela se construye como un "puzzle". Ofrece fragmentos de vida y de voces. La naturaleza fragmentaria de la novela se manifiesta de dos maneras: un sin número de momentos en las vidas de una veintena de personajes que acaban por cruzarse. Historias que la ciudad acoge y genera. Colores, olores y sabores -la sangre, la mugre, un perfume-, luces naturales y artificiales, cuerpos siderales y bombillas, luces directas y reflejadas por las innumerables estructuras y superficies metálicas -trenes, puentes, cables, coches relucientes-, las aguas del mar y de los ríos, y que cruzan la ciudad y el cielo, luces benéficas que iluminan y echan luz, y las luces destructivas de los incendios que prender sin cesar, en medio de gritos y sirenas, pero también del silencio indiferente o de plomo. Historias nimias o trascendentes que se expanden por la ciudad, que las cualidades sensibles de ésta simbolizan, ampliándolas o enmudeciendo. Historias que la ciudad produce, acoge y abandona. Los muros, las ventanas, las calles no se preocupan de lo que ocurre, aunque sin la ciudad, las impresiones y los sentimientos carecerían del marco necesario para resonar, para ser. Fragmentos semejantes a las escenas que se descubren, demasiado tarde, a través de la ventanilla de un metropolitano elevado que circula, día y noche, sin detenerse más que minutos.
Pero el puzzle, es decir, la naturaleza compuesta, bastarda de la ciudad, lo compone también la escritura. El texto auna textos: anuncios, noticias, leyes, letras de canciones se conjugan en el seno de la novela para multiplicar -y fragmentar- lo que las historias narran. Las voces de lo personajes se trenzan con voces anónimas, órdenes sin dueño, estribillos que no se sabe quien canta, y las escenas que la novela describe se reflejan en toda clase de escritos insertados en la trama, como si la ciudad se hallara aún más adentro en el texto, no solo o no tanto en el que el autor redacta sino en las noticias de los periódicos y de la radio, en esas historias que los medios exponen y autentifican, voces multiplicadas que solo tienen sentido en la ciudad.
Una ciudad ubicada tanto en el espacio como en el tiempo, en el presente y el pasado, pues Nueva York es también la asiria Nínive así como Babilonia (dos Passos fue quizá el primer escritor moderno en equiparar la ciudad de Nueva York con ciudades mesopotámicas -que no fueran las bíblicas Sodoma y Gomorra), y la suerte y el poder de las ciudades antiguas revive en el orgullo de las ciudad moderna, cuyas torres empequeñecen a los personajes a los que, sin embargo, da vida.
Las ciudades son relatos -escenarios de relatos-. El orden urbano, complejo y desconcertante, pero implacable, lo impone el texto. Manhattan Transfer es Nueva York, y es toda ciudad. un marco de vidas rotas pero no necesariamente humilladas.
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