El novelista francés Marcel Proust escribe, en El tiempo recobrado (la última parte de A la búsqueda del tiempo perdido), que la verdadera obra de arte es aquella que fija las impresiones del pasado, que describe el pasado, una acción, un hecho del pasado, tal como era, gracias a que una impresión o sensación actual -la percepción de un sonido, un olor, un color, por ejemplo- conecta con una impresión pasada, olvidada por nosotros pero almacenada en nuestra memoria, que se activa gracias a esa conexión involuntaria, y permite descubrir las riquezas del pasado de las que no nos habíamos dado cuenta. De este modo, el tiempo se suspende, el presente y el pasado se funden, el presente permite que el pasado se presente y se muestre tal como es, una esencia que no supimos captar en su momento y que, hoy, descubrimos porque ya no podemos actuar o intervenir en el pasado sino tan sólo disfrutarlo por un momento.
Proust sostiene que sólo el pasado es real, y que somos incapaces de descubrir la realidad en el presente porque tenemos demasiadas cosas que hacer y no podemos prestar atención a todas las sensaciones que nos llegan, sensaciones que nos descubren parcelas de la realidad, sensaciones que no se pierden sin embargo sino que se almacenan en la memoria a la espera que una sensación en el futuro conecte con ellas, las despierte, las active y les permita darnos cuenta de la realidad en su plenitud, con todos sus olores, colores y sabores, densa y saturada, una realidad que, sin embargo, ya no existe.
Por eso, escribir o construir sobre el pasado, utilizando incluso elementos del pasado que se juntan con elementos del presente, permite que el pasado revele su riqueza y dé sentido al presente.
Para T. S. a quien agradezco esas sugerencias
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