Palamedes era un héroe griego, inventor de la escritura alfabética, al menos de algunos signos -autoría que, según algunos autores clásicos, compartía con el príncipe fenicio Cadmo, fundador y primer monarca de la ciudad griega de Tebas, patria del dios Dionisos-, de la ley escrita y de los números. Una figura de orden que sabía escribir, contar, ordenar. Contar la verdad.
Una figura íntegra que medió tres veces para evitar la guerra entre griegos y troyanos.
Palamedes descubrió que un héroe de la guerra troyana había mentido para evitar participar con el ejército griego en la contienda, haciéndose pasar por un loco, y logró que quedara en evidencia.
El denunciado no le perdonó y se vengó. Forjó falsas cartas que demostrarían que el rey de Troya, Príamo, le había pagado para que traicionara a los griegos, y sobornó a un esclavo de Palamedes para que escondiera una bolsa de monedas de oro en la tienda de aquél. Luego hizo que la carta circulara por el campamento griego.
Agamenón, jefe del ejército griego mandó que arrestaran a Palamedes, y lo juzgaran. Murió lapidado -o enterrado en un pozo en el que se echaron piedras.
Palamedes murió víctima de la mentira de un artero héroe griego: Ulises.
Ulises, presentado como una víctima del dios de los mares, Poseidón, que le impedía regresar a Ítaca donde le aguardaba pacientemente su esposa Penélope tejiendo y destejiendo.
Los griegos no se hacían ilusiones. Ulises era un héroe con muchas zonas en sombra. Adulador, falso, astuto y expeditivo, siempre agazapado a la espera de una oportunidad propicia, aunque la espera implicara la muerte de compañeros de fatigas. Ulises era humano, muy humano. Tanto, como los dioses que le protegían.
Ulises seguiría brillando en la política, hoy.
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