La casa no es dónde uno está habitualmente; durante la mayor parte de la vida, nadie se halla en casa. La casa es el lugar de dónde partimos y al que regresamos cuando sentimos que toca cerrar y deshacer las maletas, como comentaba el filósofo Xavier Rubert de Ventós.
Salimos de casa cuando podemos desenvolvernos solos. La casa es un espacio en el que se sueña, al que se aspira. Se trata de un espacio imaginado, pero aún lejano. Nos queda una vida antes de llegar a él. La casa es una meta final. Siempre se tiene en mente, se quiere, un día volver. Antes, pasamos por un largo tránsito. La casa concluye un viaje, de la que ya no se saldrá.
La casa constituye un espacio de meditación: un lugar donde recogerse por primera vez, tras haber efectuado todos los trabajos, explorado y sentido todo lo que cabe recorrer en una vida. La casa es la única casa, la primera y la última. Se regresa de dónde se ha partido. Se vuelve para pensar en lo vivido.
Pero casi nunca tenemos bastantes impresiones. Siempre queda un recodo por alcanzar, un último lugar, que nunca es el último, por llegar. La casa es el destino final, postergado y deseado a la vez. A medida que nos acercamos a ella, retrocede. El día del descanso aún no ha llegado. La casa está a siete días del inicio. El descanso que brinda es eterno. Se trata de un lugar donde quedarse para siempre, sin la nostalgia de los días que han pasado; un lugar donde refugiarse y soñar, recordar lo vivido, un lugar donde vivir plenamente, ya que solo se alcanza la plenitud cuando se recuerda.
Lo que se recuerda pasó, pasó sin que nos diéramos cuenta. Ahora, todo lo pasado se despliega ante nosotros. La casa es una caja de resonancia, el lugar acogedor y protector donde la vida se despliega, vida que se vive al fin, porque ya no hay nada más que hacer: hemos transitado por todas partes, yendo siempre adelante, atentos a lo que vendrá y no a lo que está aquí, esperando siempre alcanzar nuevos lugares en los que no podremos detenernos porque la vida sigue incitándonos a levantarnos y a proseguir.
Pero la memoria, atenta, observadora e implacable recoge y guarda todo a lo que no prestamos la debida atención. Cuando, al final, volvamos a casa, podremos, no recordar sino vivir lo que no vivimos, aunque esta impresión de vida plena es fugaz. Los recuerdos evocados desaparecen y ya no regresan. Y cuando ya no tengamos nada que recordar....
La casa no es un lugar donde encerrarse o confinarse, sino para recogerse, recogiendo los últimos recuerdos, las últimas sensaciones vidas -sentidas plenamente- para el último paso.
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