domingo, 2 de junio de 2024

Umbral

 Seuil, la traducción francesa de la palabra umbral, puede sonar a sol -suelo. Mientras, una rápida pronunciación de la palabra el umbral da algo así como lumbral. 

Esta supuesta palabra, lumbral, no es tal: no es una palabra inventada o mal pronunciada, sino la palabra de la que deriva finalmente umbral, y que tiene la ventaja sobre ésta que conjuga los dos significados que evoca, sin que quizá seamos conscientes, el umbral. 

Umbral aúna la lumbre y el límite, como seuil está relacionada, no es una ilusión o confusión sonora, con suelo.

El unbral es un límite entre dos mundos. Los mantiene separados, pero permite el tránsito. Estos mundos son como el día y la noche. La calidad del fuego se opone a la fría noche. La protección que aporta la lumbre se desmarca de la inseguridad que la oscuridad trae consigo. 

Pero la frontera entre ambos mundos existe para ser cruzada. No es una barrera, un muro infranqueable que impide el acceso.

 Un umbral existe para ser transitado. El umbral compone el movimiento y la quietud a la que el fuego, o el hogar invita. Un umbral es la antesala al recogimiento, que solo tiene sentido y calor como la culminación y el final de un desplazamiento. El umbral acelera la venida hacia el hogar, y frena, detiene el avance. 

Tras el cruce del umbral ya solo queda el detenimiento, es decir, el encuentro con uno mismo y con los demás.

 Las comunidades se constituyen, el diálogo se establece gracias al umbral. Éste invita a reunirse, sentarse y asentarse, obviando la soledad indeseada. Un umbral es una promesa de espacio y de vida compartidos. 

El umbral derriba un muro, sin que éste pierda su condición defensiva. Mas, tras haber superado el umbral, caen las defensas, los recelos. El espacio delimitado, cerrado por los muros, al que solo se puede acceder a través del umbral, invita a la apertura, al abrirse a los demás, sin que por otra parte, el ensimismamiento, que solo se da en un espacio recoleto, a solas con uno mismo, esté proscrito. 

El umbral articula valores contrarios que confluyen en este paso, gracias al cual se transforman, se dan la vuelta. El desplazamiento y el emplazamiento, la luz y lo umbrío, el límite físico y la imaginación sin límites, el esfuerzo y el descanso, hallan el equilibrio tras el umbral, cuando la noche o el sol cegadores del exterior se atemperan en contacto con la clarividencia que la lumbre aporta. 

De la acción incesante e intempestiva que el espacio exterior, ilimitado, exige, donde solo cabe el griterío para hacerse oír en la lejanía, a  la contemplación fascinada, quieta y en voz queda a la que invita la lumbre a la que el umbral abre las puertas. 

El umbral negocia la unión y el tránsito de lo propio y lo ajeno, la privacidad y la publicidad, la intimidad y la exterioridad, permitiéndonos una vida plena y compleja, en la que acción y sentimiento no constituyen mundos enfrentados, sino que componen un universo plenamente humano en el que el presente, el pasado recordado, y el futuro soñado, a la luz del hogar, antes volver a cruzar el umbral y partir a la aventura, se encuentran y dan sentido a la vida.

Quizá sea el umbral el hallazgo más humano y el origen de la arquitectura, su base o fundamento (su “suelo”), un espacio hecho a la medida del hombre, con el que nos podemos hacer al mundo y hacérnoslo nuestro.


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