Garofalo (Benvenuto Tisi): El viejo y el nuevo testamento, 1520, fresco de la Iglesia de san Andrea, Ferrara. Pinacoteca Nacional, Ferrara
Las mitologías, las iconografías clásicas o cristianas nos pueden parecen reiterativas. Unos pocos motivos (la Anunciación, la Crucifixión, el Nacimiento de Venus, el cortejo de Baco) suelen interpretarse y reinterpretarse incesantemente, desde la antigüedad hasta nuestros días.
El fresco manierista titulado El viejo y el nuevo Testamentos muestra una escena que posiblemente no sea tan común.
Cristo está crucificado. Los brazos, literalmente los brazos, de la Cruz presentan antebrazos y manos. Una de éstas posee una llave de gran tamaño que tiende a un joven que se asoma a una puerta, con la que se abren las puertas de la fortaleza del cielo llamada Paraíso. El Paraíso celestial, a diferencia del paraíso terrenal, no es un espacio virgen, sino una verdadera obra construida materialmente: un castillo inexpugnable que flota los cielos: una obra aérea.
Queda la duda, hoy, de la relación entre imagen y modelo. Las fortalezas humanas podrían estar construidas a imitación de las celestiales, o viceversa.
En su interior, mientras a la diestra los resucitados tocan música celestial, a la siniestra un ejército armado de arcos y flechas apunta al infierno.
Moisés, coronado con una tiara parecida a las que portaban los dioses mesopotámicos, o los derviches, practica un sacrificio sobre un altar que es el arca de la alianza, a los pies del destruido templo de Salomón.
Las puertas del cielo, el cielo fortificado, se abren gracias a la crucifixión que pone coto a la cerrazón
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