Ubicada donde no debería haberse emplazado, sobre el salto de agua de un torrente, en lo hondo de un boscoso valle, de dificultoso acceso, los sótanos de casa se inundan regularmente con la crecida de las aguas. Wright quería que el sonido de los rápidos se percibieran como una música por todas las estancias. La realidad es que evoca más el ruido del agua con el que estamos más acostumbrados en una casa
Rodeada de terrazas desde las que no se tienen vistas más allá de los árboles cercanos, los interiores, pequeños, bajos de techo, son oscuros debido a la escasa luz natural que alcanza el fondo de la garganta. Constituye un perfecto escenario para una película de misterio.
La serie de cuadros que el pintor español, afincado durante años en los Estados Unidos, Felix de la Concha, ha dedicado a esta casa no transmite esta sensación de inquietud y opresión -aunque las perspectivas vacías que no se sabe hacia dónde apuntan no son muy tranquilizadoras-, sino que el color suscita una quieta imagen entre otoñal y nostálgica -por lo que pudo haber sido y no fue.
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