domingo, 23 de noviembre de 2025

Dur Sharrukin (Khorsabad)
















Fotos y vídeos (incluso de YouTube): Tocho, Khorsabad, noviembre de 2025
 

¿Qué queda, aparte el nombre (Sharrukin), que remite a su fundador, el emperador neo asirio Sargon II, de la grandiosa y perfecta capital que ideó y mandó construir a finales del siglo VIII aC, no lejos de las estribaciones de la cordillera del Tauro?
Todo y nada. La conjunción copulativa “y” adquiere en este caso todo su sentido y su fuerza: no se ve nada, pero de la nada emerge imaginariamente la visión de una urbe descomunal.

Una topografía ondulada y ocre; una tierra parda, arcillosa, carente de vegetación, se despliega como una ligera alfombra arrugada,  mal tendida, movida o desplazada por el incesante paso de invisibles habitantes, sobre la que se despliegan, sin orden ni concierto, fragmentos cerámicos y de ladrillos, delicadamente dispuestos, que adquieren, contra un paisaje que recuerda un mar cobrizo, una singular presencia casi majestuosa.
Las ondulaciones son muros, las hondonadas, patios, y las elevaciones altivas construcciones, quizá un zigurat, hoy inclinadas, arrodilladas ante la inmensidad, como si se hubieren desprendido de la camisa de fuerza con la que Sargon II quiso elevarlas y darles forma .

Dur Sharrukin fue una fugaz capital de nueva planta que el emperador Sargon II, un usurpador del trono, fundó, quizá para alejarse de las capitales asirias de larga historia que podrían haberle recordado, por contraste, su cargo sobrevenido. 

Lo cierto es que apenas Sargon II falleció, su ciudad fue pronto abandonada por su hijo Sennaquerib que se instaló en Nínive. El cuerpo de Sargon II, el monarca usurpador, muerto en combate en Anatolia, nunca fue encontrado. No se le pudo enterrar ni honrar ceremoniosamente . Se convirtió así en un espectro que rondaría su creación, de la que sus habitantes y esforzados artesanos huyeron. Dur Sharrukin estaba maldita.

La ciudad cayó en el olvido. Fue rescatada por un geógrafo árabe, Ibn Abdullah al-Rumí al-Hamawi, en el siglo XII, antes de ser desenterrada y en gran parte expoliada -expolios que nunca llegaron a su destino, París,  ya que la casi totalidad de los bienes se perdieron en un naufragio en el cercano río Tigris y nunca se han hallado- por misioneros franceses en la primera mitad del siglo XIX. 
El Estado Islámico remató las ruinas en 2014, si bien su pronta expulsion del lugar evitó que la destrucción alcanzara los niveles de la que Nimrud sufrió.

Hoy, Dur Sharrukin manifiesta su pérdida presencia por las arrugas de la tierra cobriza, tersa y flexible, en un lugar delimitado, en la lejanía, por una cadena montañosa hacia la que la ciudad desciende suavemente.
Se diría que la ciudad no ha sido construida, sino modelada. Un ceramista, antes que un arquitecto, parece haber trabajado la arcilla con las manos hasta componer un inmenso juego continuo de suaves colinas y valles abiertos, cuyas formas se alternan,  como si recubrieran algún ser estirado y dormido protegido por un ligero manto de adobe.

No, no se ve nada. Nada sobresale salvo fragmentos de ladrillos y los restos inesperados de una puerta de acceso a la ciudad levantada con sillares de piedra. 
Quizá sea debido a las medidas y las proporciones, matemáticamente precisas, que extendían el nombre de Sargon en la tierra -los signos cunéiformes, amén de sílabas, en asirio, tenían un valor numérico-, a la perfecta planimetría , al cuidado con el que Sargon supervisó la obra, al trabajo de operarios esclavizados, a los materiales más exóticos que cabe imaginar, y al talento y la destreza de los escultores, que el esplendoroso vacío, barrido por el viento, e iluminado por el sol otoñal, sea capaz que se vislumbre una ciudad que existió más en la mente y las ansias de un monarca, que en la realidad, de la que formó parte durante unos años tan solo, antes de desaparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario