La palabra arte tiene do acepciones: denomina un tipo de obrar así como el resultado de dicha acción (la obra de arte).
Arte proviene del latín ars. Nombra un procedimiento regulado. Acoge las artes mecánicas en las que prima el trabajo manual -siguiendo formas y fórmulas bien conocidas- y las artes liberales en las que el pensamiento y el cálculo son esenciales.
El latín ars es una traducción de -o una aproximación a- la palabra griega tejné. Ésta se traduce por creación así como por procreación. No se distinguía demasiado entre el trabajo del artesano produciendo un objeto -dotado mágicamente de vida- y la concepción de hijos, divinos o mortales.
La tejné era un tipo de proceder, que daba lugar a un ente animado. Incluía la poiesis y la mousiké. La primera, que significa, obra o hecho, denomina el fruto de un trabajo de un artesano o un "técnico" en pleno dominio de sus facultades intelectivas y manuales. La poiesis no se limitaba a la versificación de poemas, sino que englobaba a cualquier objeto, pensado y elaborado. La mousike, en cambio, era el trabajo conjunto de las Musas y del ser humano. Las Musas inspiraban -aportaban la idea o el contenido de la obra- mientras que el ser humano daba forma a unas ideas necesariamente novedosas e inesperados puesto que tenían un origen divino.
Esta concepción de las "artes musicales" -que incluía la poesía "inspirada"-, que Aristóteles defendía, no era aceptada por Platón, quien consideraba que la música era el fruto del trabajo exclusivo de las Musas, mientras que la participación de los hombres era mínima o nula, pues se limitaban a transcribir, casi mecánimamente, y sin saber qué hacían ni qué significaban las palabras inspiradas por las Musas, lo que aquéllas le dictaban.
La distinción entre poiesis y mousike se estableció seguramente en el siglo VII aC. Anteriormente, cualquier trabajo artesano implicaba, para dar frutos, la activa presencia de una fuerza sobrenatural.
Las artes musicales no eran artes para Platón, al menos no correspondían a la definición de arte imperante, ya que no requerían la participación activa y consciente del músico, el actor o del poeta. Pertenecían al mundo de la magia, al que, al menos en parte, pertenecía cualquier labor artesana arcaica, como ya hemos mencionado.
Sin embargo, en el Renacimiento, la música, según la definición platónica, empezó a ser considerada una obra artística paradigmática. Las artes inspiradas (por las Musas, o por el genio) eran productos (poesías, composiciones musicales, y, más tarde, a finales del siglo XVI, pinturas y dibujos) en los que el trabajo consciente del ser humano era mínimo. En la obra inspirada brillaba la idea, el concepto o el contenido, siendo la forma, por el contrario -la forma que dependía del trabajo humano-, secundaria, irrelevante incluso a la hora de valorar o enjuiciar una creación artística. Pese a deficiencias de la forma, una obra inspirada destacaba muy por encima de una creación correcta, aplicada, pero sin brillo, el brillo que las fuerzas que inspiraban otorgaban.
Pese al descrédito de la inspiración, cuya valoración nunca fue tan alto como durante el Romanticismo, la concepción occidental del arte, aun sigue este esquema y el artista sigue siendo un ideador o planificacdor, que delega la producción material de su obra a técnicos, artesanos o incluso al público.
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