lunes, 12 de diciembre de 2016

TINO SEGHAL (1976): CARTE BLANCHE (CARTA BLANCA, 2016)

Palacio de Tokio (Museo de Arte Contemporáneo) de París. Cola ante la entrada. Dentro, tras el control de seguridad, una segunda cola aún más lenta ante un umbral lejano que encuadra un espacio muy iluminado. Es la única indicación que a lo lejos tras el umbral, se halla una exposición. No se anuncia título, texto ni cartelas salvo un tarjetón con letras diminutas, perdidas en un mar de signos, que se puede recoger en la entrada. Los informadores responden con evasivas.
Aguardas un buen rato. Los visitantes entran de uno o de dos en dos cada vez que un niño viene a buscarlos. Llega el turno. Un niño moreno te guía. Andamos muy lentamente en salas inmensas blancas y desnudas bajo una luz deslumbrante. Ante ti, caminan o están de píe inmóviles los visitantes que te precedían. Conversan o escuchan casi en silencio. Las salas acogen a unas pocas personas perdidas en el laberinto de galerías y pasadizos. El niño te interroga sobre "el progreso": qué es, qué te parece, qué valor posee. A poco, de detiene ante una joven y le comunica tus respuestas. Emprendes de nuevo la marcha. Caminas lentamente, un paseo punteado por largas pausas. La joven, negra, te sigue preguntando y, esta vez, le preguntas. Dialogas mientras te desplazas sin saber hacia dónde te diriges. Cuando parece que te orientas hacia una puerta -de salida-, giras inesperadamente y te encuentras ante una nueva y alargada estancia tan vacía como las anteriores. Ante una pregunta tuya, la joven se retira discretamente, y una madre brasileña acude de no se sabe dónde -se podría haber confundido con una espectadora (nada indica que no lo sea)-, te responde y te acompaña. Discutes sobre arte y memoria. El recorrido es cada vez más intrincado por el que progresas casi a ciegas. Parece no haber salida. Se diría que das vueltas, como si volvieran sobre tus pasos. La discusión no cesa hasta que un señor de pelo cano de pronto se coloca a tu lado. La madre ha desaparecido sin que te hayas dado cuenta. Te anuncia que la obra de titula "¿El progreso?", y que los cuatro interlocutores, un niño, una adolescente, una madre, y un anciano, te acompañan y te guían. Tu último interlocutor te cuenta su vida y sus recuerdos, todo lo que ha dejado. Todos los interlocutores son extranjeros. El anciano te lleva hasta una puerta. Te da la mano y te cede el paso. Ya no está a tu lado.
Dejas el laberinto de estancias, bajas por una escalera y accedes a unas salas desmesuradas donde unas personas están quietas. Algunas dialogan. De pronto unas cuantas se ponen en movimiento en silencio. Están coordinadas. Corren, saltan, brincan, giran sobre si mismas. Se detienen. Quedan de pie o se sientan en el suelo. Una mujer joven oriental te mira te mira se acerca y cuenta una triste historia de su vida.
En este otro mundo al que has descendido, la historia se repite.
Fuera, la cola prosigue

La obra del británico Tino Seghal no se puede adquirir, coleccionar, documentar, fotografiar: no está prohibido realizar fotografías. Ocurre que no hay nada qué retratar. La obra no existe físicamente (Carta blanche -el invisible título de la obra, entre el teatro, la "performance" y la danza-, en francés, también puede significar hoja en blanco: hoja donde solo se proyectan ideas que no se inscriben), solo en la mente y la memoria del espectador. Ni siquiera es seguro que se trate de una obra. No tiene límites visibles temporales y espaciales, no se puede saber en qué consiste, qué comprende,  Solo se materializa si el visitante entra en el juego. Compuesta por diálogos -no escritos, espontáneos-, interpretada por paseantes, las diferencias entre actores y visitantes se desdibujan. No se encuentran textos indicaciones, imágenes. Todo es posible. Nada está prefijado.
Fascinante.




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