"Era Píramo el joven más apuesto y Tisbe la más bella de las chicas de Oriente. Vivían en casas
contiguas, allí donde se dice que Semíramis ciñó de muros de tierra cocida su elevada ciudad. Su proximidad
les hizo conocerse y empezar a quererse. Con el tiempo creció el amor.
Hubieran acabado casándose, pero se opusieron los padres. Aunque no les dejaban verse, lograban
comunicarse por señas y por gestos; no pudieron los padres impedir que cada vez estuvieran más
enamorados: y cuanto más ocultan el fuego, más se enardece el fuego oculto.
La pared medianera de las dos casas tenía una pequeña grieta casi imperceptible que se había
producido antaño, durante su construcción, pero ellos la descubrieron y la hicieron conducto de su voz. A
través de ella pasaban sus palabras de ternura, a veces también su desesperación. Muchas veces, cuando
de una parte estaba Tisbe y de la otra Píramo, y habían ellos percibido mutuamente la respiración de sus
bocas, decían:” Pared envidiosa, ¿por qué te alzas como obstáculo entre dos amantes?. ¿ Qué te costaba
permitirnos unir por entero nuestros cuerpos, o, si eso es demasiado, ofrecer al menos una abertura para
nuestros besos? Pero no somos ingratos; confesamos que te debemos el que se haya dado a nuestras palabras paso hasta oídos amigos" (Ovidio, Metamorfosis, IV, 55-70)
Píramo y Tisbe eran dos jóvenes de Babilonia, ciudad construida por la mítica reina Semiramis con con ladrillos de adobe. Vivían en casas antiguas. Pese a que se amaban, no les era permitido comunicar hasta que, en secreto, hallaron una grieta en el muro medianero que transmitía las palabras que soplaban. Quedaron en huir de la ciudad y encontrarse cabe una fuente bajo una morena de pálidos frutos. Llegaron por separado. Una leona, la boca aun ensangrentada tras devorar a una presa, bajó a la fuente. Tisbe se asustó y huyó, escondiéndose tras una morera, dejando una estola que portaba en el suelo. La fiera jugueteó con la tela manchándola y regresó al bosque. Píramo, al llegar, vio la estola enrojecida, las huellas de la leona. Creyendo que lo peor había pasado, se suicidó. Cuando Tisbe se atrevió a volver a la fuente, no pudo sino clavarse el puñal que Píramo aun sostenía. La sangre vertida por los jóvenes empapó la tierra y la morera enlutó. Desde entonces, sus frutos tienen el color de los fúnebres velos de Pascua.
El escultor minimalista norteamericano Carl Andre recreó este mito en una instalación de finales de los años noventa, Expuesta hoy en una muestra antológica en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París.
Dos conjuntos de madera compuestos por varias escuadras formadas por gruesos prismas se disponen a lada y lado de un muro que separa dos salas contiguas. Los bloques podrían encajar si el muro no mediara. Se hallan adosados, muy cerca el uno de otro, pero no se pueden tocar. Ambos no pueden ser contemplados conjuntamente. Parecen dos obras independiente ubicadas contra un muro, hasta que se entiende que constituyen una unidad imposible. Nunca podrán articularse, aunque tampoco pueden separarse. El muro forma y no forma parte de la obra. Actúa como soporte y como agente. Permite que los bloques se aproximen pero les impide fundirse. Por otra parte, si se aprecia cada bloque frontalmente, se diría que se trata de una pieza extrañamente incompleta, absurdamente empujada contra la pared. Solo la imaginación restituye la unidad, que nunca se alcanzará.
Se ha escrito, y lo así lo han corroborado los artistas minimalistas, que sus obras no remiten a nada más que a sí mismas. Y, sin embargo, pocas versiones modernas de un mito son tan evocadoras y tan sobrias, con la dureza de vigas de madera -un elemento de sostén y de unión que solo cobra sentido entre paredes, que solo puede llevar el peso de la casa sobre sus espaldas.
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