Cuando el emperador persa Ciro el Grande conquistó la ciudad de Babilonia, puso fin a casi mil quinientos años de historia. Babilonia ya no sería nunca una ciudad independiente. Dos siglos más tarde, Alejandro la destruyó y Babilonia desapareció.
Ciro puso fin también al reinado del emperador babilónico Nabonido, y a una reforma del panteón babilónico encabezado por Marduk, en favor del dios de la luna, Sin, convertido en el único dios.
Tras la toma de Babilonia, Ciro permitió a los presos de esta ciudad que retornaran a sus ciudades de orígenes. Los sacerdotes del templo de Jerusalén, que el emperador babilónico Nabucodonosor II había llevado presos a Babilonia cincuenta años antes, tras destruir el Templo, fueron autorizados a abandonar la ciudad. Poco tiempo después, de regreso de Babilonia, ya en Jerusalén, los sacerdotes del Templo decretaron que Yahvé no era solo el dios más importante, sino el único dios.
Sin, una contracción de Zu.en, significaba Señor de la Sabiduría. En el sur de Mesopotamia,. en las ciudades sumerias, Sin era no solo un dios principal, sino el dios creador, al que la ciudad de Ur, entregada a Sin, rendía culto.
Sin -Nanna, en sumerio- era un dios cercano a los hombres. Representado por un toro, cuyas astas, aún hoy, se miran en la luna creciente, era una divinidad de la fecundidad, ligado a las aguas marismeñas, las aguas de los orígenes, aguas que surcaban las barcas en forma de creciente de luna. Hijo del dios de las aguas del cielo y de los vientos -que sacuden las nubes y hacen llover-, Enlil, era el padre del sol (Utu -en sumerio-, o Shamah -en acadio-). El sol nacía de la luna, como el día se levantaba de la noche. En los orígenes érase la oscuridad.
Sin, empero, no nacía de nadie -pese a ser hijo de Enlil: como la luna, nacía de sí mismo, tras un tiempo en que desaparecía. era cuando la luna recorría el inframundo, mandando sobre sobre los muertos.
Sin controlaba el espacio, pero también el tiempo; sus apariciones y desapariciones, sus crecimientos y decrecimientos, pautaban el tiempo. El destino -el paso del tiempo, el futuro hacia el que apuntaba- estaba en sus manos (o sus cuernos). De ahí que a Sin se le inquiría, como un dios oracular que era, el porvenir. Los hombres, el cosmos estaban suspendidos a Sin.
Tan lejos como la ciudad de Harán (hoy en Anatolia), más allá de las montañas del Tauro -precisamente-, cruzando los límites del mundo, se rendía también culto a Sin. Era, tras Ur, la ciudad más importante enteramente entregada a a la Luna. Es allí hacia donde Abraham se dirigió cuando abandonó la ciudad de Ur.
Cuando el último emperador Nabónido decretó que Sin era el único dios, no estaba exaltando a un dios menor ni oscuro, sino al dios de la luz -la luz de la luna, que no ciega como la del sol, ra la luz verdadera. Este culto monoteísta fue de corta durada, empero.
Por el contrario, la conversión de Yahvé, un dios ligado a los toros, también, en un único dios, sí prosperó.
Se debate si Yahvé se miró en Sin
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